Heredero del Eón

Capítulo 3. La Honorable Primera Academia Militar.

Capítulo 3. La Honorable Academia Militar.

Anita hizo todo lo que estaba a su alcance, quizás hasta más; pero en su condición nada podía hacer para evitar el reclutamiento de su hijo. Conforme los días pasaban, Tom se alteraba más y más, el insomnio y la falta de apetito se habían incrementado. Lo que le era peor a Tom era escuchar las constantes peleas de sus padres. Le rompía el corazón no solo ser una carga para su familia, si no también el origen de tanta desgracia para ellos.

                  Tom observaba su maleta sobre la cama, estaba ya lista. No había puesto demasiadas cosas, solo las necesarias puesto que en la Academia le darían los uniformes que usaría. Afortunadamente podría seguir usando su gorro, se aseguro de leer el código de vestimenta. Acomodó en su morral solo algo de material para dibujar y su farmacia, parecía que estaba listo para el infortunio. Habría querido hacer las paces con Emilio antes de irse, pero este ignoró y rechazó todos sus intentos. Mientras pensaba en ello, alguien tocó a la puerta de su cuarto y la abrió con cuidado.

                  —¿Estás listo? —le preguntó Adolf, Tom negó con la cabeza—. ¿Qué te falta?

                  —Valor.

                  Adolf se le acercó y se sentó con él en la cama.

                  —Pero, pero tengo fe de que nada más me vean me correrán.

                  —No creo que eso pase.

                  —Pasará.

                  —Hijo, yo he estado pensando todos estos días en que decirte para animarte, pero no tengo nada. Así que te diré lo primero que me venga a la mente. La verdad, Tom, es que tienes un increíble potencial.

                  —Estoy debajo del cinco —objetó Tom.

                  —No me refiero al potencial de FOLD, sino a tu potencial como persona. Eres bueno y tienes mucho valor. Siento que fracasé como padre al no haber sido capaz de mostrártelo.

                  —¡No! Papá, claro que no; es que simplemente no tengo.

                  Adolf abrazó a su hijo ante esa respuesta.

                  —Lo tienes y ya no sé como hacer para que lo entiendas. Puede que esto sea algo bueno, quizás es el primer paso para que comprendas de lo que eres capaz, para que empieces a madurar y te conviertas en esa persona que estás destinado a ser.

                  Tom no sabía que decirle a su padre, pero sin duda su abrazo lo reconfortaba.

                  —Perdón, papá. Siempre te decepciono y quizás esta vez no será diferente. Por favor, ya deja de ilusionarte, nunca seré el hijo que esperas.

                  —¡Ay, Tom! No digas esas cosas, yo siempre me ilusionaré contigo, eres el hijo que quiero. Si no crees en ti mismo, al menos ten presente que yo creo en ti. Nunca me has decepcionado, te lo aseguro.

                  Hacía mucho que su padre no le decía cosas así para motivarlo. Para Tom su padre había aprendido la lección y ya se había dado por vencido con él. Por eso lo había sentido lejano en los últimos años, y no lo culpaba por eso. Para Tom, el hecho que pareciese que su padre no se hubiese rendido aún le animaba, aunque fuera un poco.

                  —Hay algo que me encantaría poder decirte y me pregunto como cambiaría tu perspectiva hacia ti mismo si lo supieras.

                  Tom contempló extrañado a su padre.

                  —¿De qué se trata?

                  —No puedo decírtelo, pero algo me dice que lo descubrirás pronto por ti mismo. ¿Te has puesto a pensar en que irás a la misma escuela donde estudio mi héroe favorito, el León azul?

                  Tom estupefacto abrió los ojos, no lo había considerado.

                  —Es cierto, con más seguridad digo que me correrán.

                  Adolf se rio un poco.

                  —Te apuesto lo que quieras a que no lo harán. Me atrevo a decir que eres más parecido al León azul de lo que crees.

                  Tom abrió los ojos y no pudo evitar carcajear.

                  —¡Papá! Deja de ofender a un héroe nacional. No quieres que te encarcelen ¿o sí?

                  —¡No es una ofensa, es la verdad!

                  Adolf carcajeó junto a su hijo.

                  —Al menos te hice reír. Bien, tenemos que salir ya para llegar a la hora.

                  Tom asintió y salió de la habitación a la sala donde una desconsolada Anita no deparaba en lágrimas. Amanda estaba sentada al lado de su madre, parecía que había estado tratando de calmarla en vano.

                  —Mami —la llamó Tom y se le acercó.

                  —¡Ay, Tom! —sollozó Anita cubriéndose el rostro con manos temblorosas—. ¡No! ¡No! —gritó mientras se alzaba—. No lo permitiré, Adolf. Está bien que nos metan a la cárcel, incluso así podríamos pedir dinero prestado, Amanda ya tiene edad para hacerlo.




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