Heredero del Eón

Capítulo 4. ¿Cómo reparar lo dañado?

Capítulo 4. ¿Cómo reparar lo dañado?

Zaragoza, ZZ (capital). Mercado Arena.

El hombre de madura edad caminaba por las concurridas calles del centro de la capital del estado de Zaragoza. La cantidad de gente y pequeños puestos que consistían en sólo una sucia tela sobre la derruida banqueta, le advertían que estaba por entrar al mercado. El Mercado Arena era quizás el más grande en el estado, e incluso así no era tan amplio como los del sur de Marcel; eso sí, en densidad de transeúntes fácilmente los triplicaba. Otto nunca se habituó a estar en lugares tan concurridos, salvo quizás cuando acompañaba al Gran Mariscal a los desfiles. Se sentía incómodo, aun cuando sus días como militar habían quedado lejanos percibía que era observado con odio por los zaragozanos. Quizás sólo lo veían demasiado fuereño y él estaba siendo paranoico, pensó.

                  Otto se adentró más al mercado, los fuertes aromas de las personas y los artículos en venta lo hicieron detenerse y buscar un lugar un poco más abierto para respirar con calma. ¡Las cosas que tenía que hacer por su sobrino!, pensó. Otto examinó el mercado, a sus ojos era evidente la silenciosa segregación en la que habían dejado a estos estados del sur, y seguro Sierra Rosas y Nuevo Dorado estaban peor que Zaragoza. Este era un secreto a voces del que no se hablaba en la cúpula militar, y por tanto los ciudadanos tampoco necesitaban saberlo. Otto se preguntó cómo habría sido el camino del país y de estos tres estados de la entonces Alianza del Sur si el verdadero heredero hubiese tomado su lugar, qué habría pasado si nada hubiese cambiado.

                  Su divagación mental se detuvo, el retirado militar notó a dos jóvenes acercándose a él. Cuchicheaban entre ellos, eran muy jóvenes, quizás de unos quince años y para Otto era evidente que sus fines no eran inocentes. Otto sabía que a pesar de su edad podría hacerle frente a este par de quinceañeros, pero no deseaba que eso lo llegase a delatar como militar, aunque fuera uno retirado. Otto suspiró, si tan siquiera ese tonto no lo hubiese citado en un lugar así, aunque comprendía que la situación non grato de su sobrino le impedía a este transportarse por el país a voluntad.

                  —Oiga —le llamó la chica—. Tenemos hambre, ¿le sobra algo?

                  Otto no contestó, tomó un billete de cincuenta petios de la bolsa de su camisa y se lo extendió a la joven.

                  —¿Nomás esto? —le preguntó inconforme el joven—. No sea así, saque la cartera.

                  Otto no respondió, y en esa áfona negativa la chica le mostró una afilada navaja que sacó de la chaqueta que traía puesta.

                  —Ya oíste, vejete, ¡saca todo!

                  Los ojos de Otto quedaron en blanco al buscar con la mirada a la policía civil, no le fue ninguna sorpresa que no hubiera a la vista. Parecía que tendría que encargarse él mismo del problema que tenía frente y dejar el reencuentro con su sobrino para después.

                  —¿Qué creen que hacen? —Una fuerte voz resonó en los oídos de los tres, los chicos al dar la vuelta temblaron al ver al dueño de la voz, quien con férrea mirada los repasaba.

                  —¡Si-silver! —lo llamó con labios temblorosos la chica e intentó ocultar la navaja.

                  —Imbéciles. ¡Estaban a punto de lastimar a mi querido tío!

                  —No lo sabíamos —se excusó el chico—. Nos vamos, ¡ya nos vamos!

                  Y el par, despavorido, huyó del lugar. El llamado Silver volteó a ver a Otto y le regaló una enorme sonrisa.

                  —¡De verdad viniste!

                  —Yo pensé que serías tú el que no vendría.

                  —Perdón, perdón, es que surgieron cosas. Me alegra mucho verte. —El severo semblante se le había relajado al tener a Otto delante de él—. Estás más viejo, pero te ves bien.

                  —¿Ya vas a empezar, Saint? Por cierto, ¿qué es eso de Silver?

                  —Cambié mi nombre, ahora soy Silver Stain. No más Saint Porath.

                  Otto lo miró con confusión y negó sonriendo.

                  —Clásico de ti —le dijo y caminó un par de metros, Silver lo siguió—. ¿Cómo has estado? ¿Cómo está Andrea?

                  —Sobreviviendo la opresión de Petral —contestó con drama.

                  Otto soltó unas risas.

                  —Y Andy está bien, me pidió que te mandara saludos.

                  —Dile que yo también.

                  Otto y Silver seguían hablando mientras caminaban entre los puestos y la gente.

                  —Tu carisma es un arma mortal, esas personas te seguirían hasta la muerte.

                  —No digas eso, no somos un culto ni nada —se burló Silver—, hasta el momento —agregó riéndose un poco más—. Simplemente resistimos y nos defendemos.

                  Otto detuvo su paso y examinó a su sobrino. Le parecía increíble el efecto de la semilla de FOLD sobre Silver, quien a sus cuarenta y cinco años se veía al menos diez años más joven. El cabello gris de su sobrino fue lo único que esa pieza de tecnología prohibida, conocida como FOLDCell o semilla, no había sido capaz revertir. Quizás por eso decidió cambiarse el nombre a Silver, especuló Otto.




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