Ese día por la mañana Tom se había quedado a solas en casa. Su familia había salido a trabajar, parecía que Anita le ponía más empeño a su negocio personal de venta de mercancía traída de Cruces, país vecino al sur con Terrenal. Seguro seguía terca en juntar todo el dinero posible para sacarlo de la Academia. Tom contemplaba el exterior desde su habitación pensando en como convencer a su madre de que lo dejara regresar a la Academia, conociéndola sería capaz de encerrarlo en la casa. Ese día de diciembre la temperatura había bajado a los cinco grados y algunas nubes grises se asomaban por el cielo matutino. Tom consideró que, si no empezaba a moverse, batallaría para regresar al ritmo de la Academia. No había casi gente fuera, quizás debía aprovechar esa soledad para al menos correr un poco.
Así, todavía con algo de ansiedad, se colocó los tenis y salió de la casa al parque. Primero pasó con Fígaro, le dejó una pequeña mantita y comida; Amy lo había cuidado bien por él. Tom alzó la vista, el parque estaba casi desierto. Respiró profundamente tratando de controlar su ansiedad, dio un paso, dos y aceleró el ritmo. El frío viento no le molestaba en lo absoluto, ni siquiera respirarlo, su cuerpo regulaba a la perfección a la temperatura. Casi sin notarlo su reloj de muñequera marcó los cinco kilómetros. Alegre observó todo lo que había corrido y se fue a descansar con Fígaro. Jamás imaginó lo bien que su cuerpo se sentiría después de ese ejercicio. De hecho, extrañaba entrenar con Luis quien se había convertido en su entrenador personal, siendo casi tan estricto como el sargento mayor Hill. En eso meditaba cuando una sobra lo eclipsó.
—¡Hola, Tom!
De pronto el corazón le palpitó fuerte, nervioso no sabía ni para donde hacerse.
—Ho-hola, E-Emi.
Emilio se sentó a su lado, Fígaro lo contempló con recelo y se acurrucó más con Tom.
—Hasta que te dejas ver. No puedo creer que ignoraras todos mis mensajes y llamadas, ¿acaso ahora que eres un cadete no te puedes dar tiempo para los viejos amigos?
—Pero, Emi, no-no me mandaste ningún mensaje, de hecho, tú…
—¡Claro que te mandé! —replicó Emi—. No imaginé que serías de esos que se olvidan de los demás.
Tom, consternado rebuscaba en su mente si alguna red le había faltado de revisar, pero por más que indagaba no recordaba haber visto algún mensaje o llamada de Emilio. ¿Estaba enloqueciendo?, se preguntó.
—Lo-lo siento mucho, Emi. De verdad que no lo hice a propósito.
—¡Bien! ¡Bien! Te perdono, aunque no debería por la traición que me hiciste. Prometimos que no aplicaríamos a ninguna beca y, sin embargo, tú rompiste la promesa y aplicaste para la Academia Militar.
—Te juro que yo no… no apliqué.
—Te ves peor negando la verdad.
Entre las acusaciones de Emilio, Tom recordó su plática con Susie y trató de contemplar a su supuesto amigo bajo otra lupa. Había decidido darle el beneficio de la duda y quizá algún día arreglarse con él. Pero en esta interacción se daba cuenta de la realidad de las palabras de Susie. Emilio lo miraba atroz, como un juez a punto de dar la peor sentencia existente.
—¿Sabes, Emi? Está bien si no me crees. Te agradezco por haber sido mi amigo, pero creo que es momento de que cada uno siga su camino.
Emilio parpadeó y se quedó con la boca abierta por unos segundos.
—¿Así me pagas todo lo que he hecho por ti? ¡No tienes idea de lo mucho que te he defendido con los demás! Es más, le rogué tantas veces a Susana para que te perdonara.
—Si es así, te lo agradezco.
—¡Exacto! Debes estar agradecido, en especial porque a pesar de tu depresión, tus disturbios mentales y de que seas tan horriblemente feo jamás me alejé de ti.
—Gracias por eso también.
—Porque, ¿quién en su sano juicio se juntaría con un raro como tú? No te creas tanto.
—Coincido contigo —dijo Tom con una sonrisa.
—Además no estás en la posición de hacerlo. Ya te corrieron ¿no es así? Tu pobre familia tendrá que endeudarse, ¿verdad?
Tom se empezaba cansar de las palabras de Emilio, ¿qué quería?, ¿hacerlo llorar? Tom acarició a Fígaro y se levantó.
—Cuídate, Emi.
—¡Imbécil! ¿Quién te crees?
Emilio tomó a Fígaro tan rápido que el gato no pudo huir, al oír el maullido Tom se giró.
—¿Qué haces? ¡Deja a Fígaro! Lo lastimas.
—¡Vamos! Cadete de mierda, ¡salva a tu pinche animalejo!
—¡Emi! Déjalo, por favor. Golpéame a mí si quieres, pero no le hagas daño a Fígaro.
#2925 en Ciencia ficción
#19933 en Otros
#2560 en Aventura
accion peleas amor amistad militares, recuerdosdelpasado, acción ciencia ficción
Editado: 07.11.2024