Heredero del Eón

Capítulo 19. Ruta de escape.

Silver llegó a la base con inexplicable calma. Haber enfrentado al ejército nacional lo había relajado. Aunque se decepcionó un poco cuando el ejército no mandó a más unidades por él. Sabía que era parte de su maldición, los humanos aceptaban demasiado rápido que no eran capaces de vencerlo y se retiraban antes de tiempo. La puerta se abrió, una mujer de cabello ondulado y dura mirada lo esperaba de brazos cruzados.

                  —¡Hola, Verde!

                  —¡Silver!

                  —¿Qué pasa? —preguntó el hombre despistado.

                  —Prometiste que no te enfrentarías a ellos y regresarías de inmediato.

                  —¡Oh! Tranquila. ¿Te preocupaste por mí?

                  —¿Cómo no iba a hacerlo? —refunfuñó la mujer—. Estoy consciente de lo que eres capaz, pero eso no quita que me preocupe por ti.

                  Silver la contempló con ojos brillantes que se le curveaban al elevar las mejillas sonrientes.

                  —Es decir, el movimiento depende de ti y de tu poder.

                  —Que bonita manera de romper mi ilusión.

                  Verde soltó algunas carcajadas.

                  —Bien, también me preocupo por ti, amigo. Por cierto, ¿no pudiste traerlo? ¿Qué pasó? —Verde avanzó por el pasillo seguida de Silver.

                  —Pude haberlo hecho, pero…

                  —¿Pero?

                  —Descubrí algo más interesante. Escucha esto, hay división.

                  —¿Qué clase de división?

                  —Charlón sabe donde está la semilla, pero mi cuñada no. Se supone que Charlón y Noel quieren a Miranda como a una hermana menor. Ver eso me hace imaginarme muchos escenarios, lo cual incluye que también lo ocultan de Herman Will.

                  —¿Entonces? ¿Por eso no lo trajiste?

                  —Así es, puedo jugar con esto a mi favor. Es momento de negociar con mi tío.

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                  Tom esperaba a sus compañeros en las bancas frente al quiosco, por fin lo habían dejado descansar de las montañas rusas. El cadete bocetaba una escultura de nativos americanos que estaba al lado del quiosco. Seguro no era históricamente exacta, pero le pareció interesante. Un niño se le acercó y se sentó a su lado.

                  —¿Qué dibujas? —le preguntó el pequeño.

                  —La escultura.

                  —Dibujas muy bien.

                  —No, en realidad no tanto.

                  —¡De verdad! Y es impresionante, antes jamás podrías haber hecho algo así.

                  La mano de Tom se quedó quieta al escuchar eso. ¿Antes? ¿A qué se refería con antes? Dudoso giró el rostro al niño quien lo miraba con esos evocadores ojos verdes.

                  —Tú eres… tú eres… —murmuró Tom alterado.

                  —¿Ya me recordaste, hermano? —preguntó el pequeño.

                  —No, yo, yo no soy tu…

                  —¿De nuevo me negarás? ¿Otra vez? ¿Te alejarás de mí? —le reclamó con voz triste.

                  Cada pregunta del niño destrozaba a Tom, aun sin hallarles sentido por completo.

                  —Lo sabes bien, hermano, no mereces perdón…

                  Tom no soportaba esas hirientes palabras.

                  —¡No! ¡Yo no!

                  Frente a Tom un hombre apareció y le atravesó el pecho con una espada en llamas turquesa. La incandescente y afilada hoja le cortó la piel, los músculos y los huesos. Doblegado, se desvaneció tratando de respirar. El dolor era intenso, pero a la vez tan familiar y hasta liberador. El chico observó a su atacante frente a él.

                  —¡Qué comience la purga! ¡Asesino!

                  —¡Saint! —gritó Tom despertando en una pequeña cama de hospital—. So-sólo, sólo fue un sueño… ¡sólo un sueño! —Tom se cubrió el rostro con las manos inquietas.

                  —¿Quién es Saint?

                  —¡Doctor! —Tom ni se había percatado de que Noel estaba a su derecha vigilándolo.

                  —Te acabo de hacer una pregunta.

                  A pesar de lo directo Noel lo miraba con calma y de alguna manera se la transmitió a Tom.

                  —Saint —murmuró Tom y se apretó el pecho—, es el nombre de ese hombre… Saint, Saint Porath…

                  —¿Que más?

                  Tom se volvió a cubrir el rostro.

                  —Es todo lo que sé.

                  —¿De verdad?




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