Heredero del Eón

Capítulo 22. Seleccionados.

Ese día por la tarde Tom asistió puntual a sus asesorías. La teniente coronel Moral estaba muy orgullosa del desempeño de su querido discípulo.

                  —Entonces, ¿pudiste expresar alerta y vital? —preguntaba la teniente coronel Moral intrigada.

                  —Eso me parece.

                  —¿Qué sentiste?

                  —Estaba muy angustiado, quería salvar a mis compañeros y al emblema, y recordé lo que me dijo, pensé en cosas que me hicieran feliz, y ¡me recuperé!

                  —Los principios de soporte son muy cálidos. El color del absorb es rojo, el del vital es naranja, el de alerta es amarillo y el reactivo es verde. Irónicamente, de estos es el absorb es el que se usa para atacar. Y digo que es irónico porqué se encuentra al extremo en el espectro.

                  —¿En serio?

                  —Así es, es muy útil para combates cuerpo a cuerpo con agarres. Tienes que tocar a tu oponente para quitarle su energía. Hay gente que es capaz de aplicarlo con el principio de presión para disminuir la temperatura, obviamente primero necesitas tener esa combinación, así que tú eventualmente podrás dominarlo. Entonces, considerando este inesperado avance, hoy entrenarás con tu FOLD alerta y a ver si sacamos el reactivo, ¿estás listo?

                  —¡Sí, señora!

                  El repentino avance animó al chico y practicó con la teniente coronel dichos principios, incluso estando agotado por el evento del día de ayer. Al final de la práctica, Tom ayudó a la teniente coronel a ordenar, mientras lo hacía decidió preguntar a la oficial algo que le seguía revoloteando en la cabeza:

                  —Señora…

                  Hilda volteó a verlo esperando a que Tom siguiera:

                  —Tengo una pregunta, pero no tiene que ver con el entrenamiento de FOLD.

                  —¡Oh! Dime, ¿qué tienes en mente?

                  —Mis compañeros, Ian y Ben…

                  —¿Te están molestando? —lo interrumpió Hilda.

                  —¡No! —respondió Tom—. Todo lo contrario, me pidieron disculpas. Y yo, pues les dije que no tenían que hacerlo, porque estaban en lo correcto. Eso pareció molestarles y de verdad que no entiendo el porqué.

                  —¿A qué te refieres con que estaban en lo correcto?

                  —Bueno, usted sabe, que es verdad lo que todos opinan sobre mí —respondió Tom y miró a la teniente coronel, la oficial negó con la cabeza, el joven resignado siguió—: que soy un inútil y mediocre, no tengo razón para estar aquí —confesó cabizbajo—. Les dije que eso era cierto, no sé porqué se enojaron.

                  —¡Ah! ¡Ya te entiendo! Y los entiendo a ellos.

                  —¿De verdad?

                  —Verás, mi querido pupilo, yo te vigilé durante todo el juego de guerra, así que estoy al tanto de todo lo que pasó. Y sé que mostraste parte de lo que eres capaz, incluso más de lo que ellos alcanzaron a advertir. Por tanto, es comprensible su actuar. Es como si el genio Macías negara que es un excelente futbolista. —Hilda se detuvo, sonrojada le preguntó al cadete—: ¿Sabes quién es él?

                  Tom asintió.

                  —El goleador de las Alas Doradas. Es que mi hermana y papá son fanáticos de ese equipo y del genio Macías.

                  —Ya somos tres —soltó Hilda entre risas—. En fin, como te decía. Si Macías dijera eso la gente lo tacharía de falsa humildad, un esfuerzo por agradar a todos y no termina de convencer.

                  Tom se mordió el labio inferior, procesaba las palabras de Hilda.

                  —Thomas, no tiene nada de malo aceptar tus virtudes. Siempre eres el primero en reconocer tus defectos. ¿Que te parece si por primera vez en esta vida comienzas a aceptar tus virtudes?

                  —No estoy acostumbrado a eso —aseguró el cadete, los ojos se le humedecieron y negó con la cabeza, trató de seguir—. Menos a que la gente crea en mí, es más, siempre he tenido la impresión de que ni mi madre confía en mí. Me trata como si fuera un niño pequeño.

                  —Bueno, no puedo hablar por ella. Pero más te vale ir haciéndolo de una vez porque tenemos mucha fe en ti, eres la esperanza de Terrenal.

                  Tom levantó la mirada hacia Hilda, haciéndolo recordar a esa mujer atrapada como fantasma en alguna parte de su mente. Tom le sonrió.

                  —Además, piensa en esto muy seriamente: si de verdad fueras un inútil y mediocre como dices, ¿crees que el coronel Toriello me haría perder el tiempo entrenándote?

                  Tom jamás lo había considerado, lo mucho que el coronel Toriello, la teniente coronel Moral y el doctor Emils se esforzaban en él. Aunque quizás estaba allí por error, eso no quitaba que, de hecho, él también era un total folder.

                  —Entonces, ¿me prometes que intentarás creer en ti?




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