Heredero del Eón

Capítulo 26. El león roto.

En la mañana, el coronel Toriello tuvo una pequeña reunión de emergencia con Noel e Hilda. Le pareció necesario informar y tratar con ellos en persona este doloroso incidente que había sufrido el heredero. Después de haber escuchado la noticia, Noel e Hilda guardaron silencio, tratando de encontrarle algo de sentido a la absurda acción de los cadetes.

                  —¡Si esos malditos niños supieran quien es la persona a la que tanto daño le hacen! —explotó Hilda en el silencio.

                  —Aun si fuera o no quien es —siguió Noel—, lo que hicieron es deplorable.

                  —Es cierto. —Hilda asintió—. Eso no solo habla mal de ellos, quizás de nosotros también.

                  —Es probable. —Noel se recostó en la silla—. Aunque yo diría que son actitudes aprendidas de sus familias de la supuesta élite, y lo que ven con sus compañeros. ¿Y qué acciones tomarás, Charles?

                  —Las investigaciones se están realizando, después de la ceremonia de hoy tomaré medidas. —Charles, quien había estado de pie, se sentó—. Lo que me preocupa es el impacto sobre él.

                  —¿Tú cómo lo viste? —le preguntó Noel.

                  —Triste —contestó el coronel—. Me recordó a cuando lo vi ese día, cuando le dieron esa noticia.

                  —Entonces, podría ser peligroso —dijo Noel.

                  —¿Por qué? —le cuestionó Hilda.

                  —La muerte de su padre y de Lucia Moral marcó un antes y después no sólo para León, también para Saint. Jamás había visto así de deprimido a León. Y en unos cuantos días partió a Zaragoza y bueno, ya conoces lo que pasó.

                  —Quiere decir —murmuró Hilda mientras conectaba en su mente lo que Noel le explicó—, ¿qué Tom podría perder el control al igual a como le pasó en aquel entonces?

                  Noel y Charles contestaron con silencio y miradas desenfocadas. Hilda recapituló esas veces en las que el subconsciente de Tom salía durante los entrenamientos. Esos sentimientos caóticos surgidos de ese dolor con el que ella empatizaba. Una ira que en vez de disminuir parecía avivarse más.

                  —Tenemos que hablar con él —concluyó Hilda.

                  —Algo que debes saber sobre León —advirtió Noel—, es que él siempre fue muy cerrado con lo que sentía. Aunque hables con él, el dolor no es algo que desaparece de noche a día. No puedes deshacer en un instante un daño que lleva años, incluso vidas en su caso.

                  —Y lo comprendo, pero… —Hilda calló antes de seguir—. Es que me destroza no poder ayudarlo más.

                  —Te entiendo a la perfección —le dijo Charles empático a Hilda y le sonrió—. Habla con él si eso te deja más tranquila. Aunque recuerda, con todo esto debes estar más atenta para ocultarlo.

                  —Lo haré, señor. Con permiso.

 

Tom y Gary se dirigían al comedor, debían adelantarse para estar listos para la ceremonia. Ante un desolado Tom, Gary intentaba sacarle conversación de forma poco fructífera. Por eso, ver a la teniente coronel Moral fuera del comedor alegró a Gary, quizás ella podría ayudar a su amigo.

                  —Buenos días, cadetes.

                  —Buenos días, teniente coronel Moral —saludaron al unísono.

                  —Fields, ¿podemos hablar un poco? —Tom asintió—. Bien, se lo robaré un momento, Kent. Prometo devolverlo a tiempo.

                  Hilda adelantó un par de pasos y fue seguida por Tom. Hilda lo llevó cerca del jardín en un espacio abierto y alejado de otras personas.

                  —¿Cómo estás? —le preguntó Hilda.

                  —Bien.

                  —Esta mañana el coronel Toriello me platicó lo que sucedió. Me preocupó mucho, por eso quería venir en persona a ver como estabas.

                  —Se lo agradezco, y de verdad que estoy bien.

                  Hilda intentaba verlo, pero el chico sostenía la mirada en el horizonte.

                  —Tom, yo te comprendo, créeme que sí. Entiendo a la perfección lo que es que lastimen a una persona que quieres. Es algo muy difícil por lo que…

                  —Teniente coronel —la detuvo Tom—, lo que le pasó a Luis fue culpa mía.

                  —No lo es.

                  —Claro que sí, si hubiera confiado más en Luis no habría caído en esa trampa. También el hecho de que me esmeré por permanecer aquí lo causó.

                  —Es aquí dónde debes estar. Por favor, Tom, no seas así de duro contigo.

                  Tom se talló el cabello a través de su gorro y negó con una sonrisa quebrada. Hilda no lo soportó más, se acercó a él y lo abrazó.

                  —¿Por qué eres así? —le preguntó afligida.

                  Tom permaneció áfono, Hilda lo soltó rápido y lo observó.




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