Heredero del Eón

Capítulo 27. El dolor que no desaparece.

En medio del parque los arbustos y las ramas de los árboles ondeaban con el cálido aire de mayo, el verano estaba a punto de llegar. Tom se encontraba justo frente a la fuente, observando a todas las personas caminar alrededor, conviviendo y platicando. La vida de un país concentrada en un pequeño lugar donde a Tom le gustaba ir a dibujar, era tan bullicioso que era fácil pasar desapercibido. Otros jóvenes artistas traían libretas de dibujo y practicaban su arte en tan inspirador lugar. Tom bocetaba a lápiz la fuente y a algunas personas que lograban estar quietas el tiempo suficiente. Su tranquilidad se volvió ansiedad social al sentarse una persona a su lado. Tom intentó ignorarla y continuar con su dibujo, si se concentraba podría seguir, pero tuvo un fuerte impulso por voltear a ver quién era. Un hombre de unos treinta años contemplaba hacia la nada, Tom lo examinó atento por un par de segundos, el hombre cerró los ojos y las lágrimas que parecía haber estado conteniendo le llenaron las mejillas.

                  —Di-disculpe —le llamó Tom con preocupación al advertir el gesto del hombre—. ¿Se encuentra bien?

                  Pero este no contestó.

                  —¿Disculpe? —insistió.

                  —¡Aquí estaba! —Del lado contrario apareció otro sujeto vestido con uniforme militar de gala, traía el cabello bien peinado hacia atrás con mucho gel—. ¡Lo esperan, señor!

                  Tom pensando en que le hablaban al hombre a su lado volteó de nuevo, solo para darse cuenta de que había desaparecido.

                  —¡Señor! ¡No haga esperar al Gran Mariscal! —El hombre desesperado agarró a Tom del brazo y lo levantó, Tom no opuso mucha resistencia—. A usted le encanta terminar todo a última hora y luego creen que yo, su querido asistente, es quien mete la pata. ¡No me haga esto, coronel!

                   Tom permaneció en silencio, confundido ante las palabras de ese oficial que lo llevaba a cuestas. El hombre lo llevó hasta una puerta que atravesaron, una luz blanca de reflector cegó a Tom por unos segundos. Recuperó la vista, estaba rodeado de muchos oficiales militares, todos vestidos con uniformes de gala.

                  —Es mi gran honor entregarle este símbolo de su valentía. —Otro hombre se acercó a él, sus ojos cafés lo miraban de forma paternal.

                  —¿Gran Mariscal? —Lo reconoció Tom.

                  —Coronel, reciba de parte mía y de todos los terrenales la Legión de la Esperanza, prueba de sus grandes hazañas y el compromiso de Terrenal con usted. La promesa de Terrenal de que siempre estará para usted, como usted lo ha hecho.

                   El Gran Mariscal lo hizo agacharse y le colocó la distinción, con listones azules y una medalla de plata grabada con exquisitos símbolos.

                  —Estoy orgulloso de ti, León azul.

                  Los oficiales aplaudían al unísono, Tom levantó las manos, ¿en qué momento se había puesto guantes blancos? Bajó más la mirada, su cuerpo estaba ataviado con un uniforme militar de gala también. Confundido tomó la medalla, la colocó frente a él para ver su reflejo.

                  —Yo… es verdad, yo soy León, León Porath —murmuró.

                  Alzó la vista a los presentes que le aplaudían y lo ovacionaban. Con la frente en alto recibía las alabanzas, sentía la admiración y respeto de todos. Era cierto, él era la encarnación de la perfección, a lo que todo terrenal debía aspirar, ese era su papel, ser el poderoso León azul, guía e inspiración para Terrenal. Sin embargo, el éxtasis que lo embriagaba se detuvo de pronto, la angustia se apoderó de él poco a poco, ¿por qué razón había decidido dejar todo atrás?

                  —¡Asesino! —Entre los aplausos alcanzó a percibir una infantil voz gritando—. ¡Asesino! ¡Asesino! —El joven trató de buscar el origen de la voz, pero solo había oficiales aplaudiendo.

                  —Todas esas medallas, todos esos listones, insignias, todo… —otra voz familiar lo llamó— están llenos de sangre, ¿lo has notado?

                  Su hasta entonces pulcro uniforme se manchó de sangre, los guantes estaban rojos. Las manos le temblaron y sentía la garganta hecha un nudo.

                  —Pe-pero… yo…. —trataba de hablar.

                  —¡No eres más que un asesino, León! Por eso lo tuve que hacer, deja ya de mentir y muestra lo que eres en realidad. —La voz de ese hombre, Saint Porath, retumbaba en su mente.

                  —No, yo no soy… ¡Se equivocan! ¡Yo ya no soy León!

                  —¡Hermano! —Ahora escuchaba la voz de Lucas como en la arena lo hizo, ese grito angustioso que él mismo ocasionó.

                  —Ya basta con tu farsa. ¡Tu máscara se ha roto! —gritó Saint.

                  —Sa-saint —llamó a ese hombre cuya mirada le invadía hasta el alma—. Yo, no… yo no…

                  Era demasiado para Tom, entre sentirse en el cuerpo de León y evitar recordar el porqué de sus decisiones no podía encontrar algo de claridad. Saint se le acercó más y sacó una espada, los ojos le brillaron y la espada se llenó de fuego verde.




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