Heredero del Eón

Capítulo 28. La última súplica.

Capítulo 28. La última súplica.

Al entrar a la caballeriza, Charles escuchó a su mejor amigo conversando con Sultán. Hasta las personas que trabajaban en el lugar admiraban la escena a distancia; al notar a Charles se alejaron de inmediato dejándole el camino libre al joven oficial.

—Te lo dije, Sultán; es Charlón.

Charles no respondió más que con una sonrisa. De verdad que ese caballo y su jinete tenían un gran vinculo, a pesar de haber dejado las competencias de equitación y hasta los rodeos, algo que habían decidido mantener en secreto. Era una lástima el retiro prematuro de su amigo, ganar sin ganarle a él no le ayudaba a su orgullo.

—¿Por qué traes el implante cargado, a todo esto?

—Estoy en los roles de entrenamiento. Debo estar listo por si el coronel Porath finalmente se decide a sacarme a campo.

León soltó unas cuantas risas, se despidió de Sultán entre mimos y salió con Charles de la caballeriza. Todavía faltaba para que el sol se ocultara, la luz se resistía a extinguirse y en esa batalla dotaba al cielo de intensos tonos anaranjados que cubrían a los dos oficiales quienes llegaron al estacionamiento.

—Noel me avisó que nos alcanzaría aquí —dijo Charles mientras se sentaba en el cofre de su auto, León se acomodó a su lado.

—Debe andar apurado con los exámenes para entrar al doctorado.

—Es Noel, te aseguro que ese imbécil los pasaría todos incluso sin estudiar.

—Buen punto. Aunque me parece extraño eso de la neuropsicología clínica. ¿Por qué habrá elegido eso? ¿Por qué un doctorado y no otra especialidad?

—¡Ni idea! Más tarde le haces el interrogatorio.

León tomó de su americana azul una pequeña caja de madera. Por el estilo, Charles asumió que podría ser un regalo del general de división Herman Will. León apartó un cigarro, lo encendió con su expresión de fuego y lo ofreció a Charles.

—Esas mierdas te hacen mucho daño en el corazón —dijo Charles refunfuñando.

León alzó los hombros y aspiró el cigarro rechazado.

—Una de las ventajas de ser yo —dijo León mientras soltaba el humo—. Aunque no me gusta abusar.

—Oye, idiota. Lo que te dije no era de broma. ¿Por qué no me has llevado al sur?

—¡Ash! ¿Para qué quieres eso, Charlón? Ya conoces el sur, ¡es horrible! Clima horrible, pestes horribles, demasiada gente. ¿Qué necesidad? Además, lo que se tenía que hacer allá ya está prácticamente hecho.

—A mí no me parece tan feo el sur, ¡exageras! Pero, más que eso… —Charles apretó un poco los labios—. Es como si no confiarás en mí o en los demás.

—No, nada de eso. No confundas. —León exhaló una gran cantidad de humo—. Solo quiero que estén aquí, en Petral, a salvo. Tú, Noel, Saint, Miranda, todos.

—Los cuatro sobrevivimos la invasión de México, no me jodas con esa tontería.

—La diferencia es que ahora tengo el poder de alejarlos y protegerlos.

Charles observó la línea de humo que salía del cigarro que León sostenía con los labios. León mantenía la mirada fija en el horizonte, la luz naranja se le reflejaba en el cabello dorado y las gafas. A Charles le daba la impresión de que había algo que León se negaba a admitir, en más de una ocasión sintió la corazonada.

—León… —lo llamó con voz suave—. ¿Sabes? De pronto te noto, te noto como ido. Como si estuvieras aquí y a la vez no. O sea, ¿estás bien?

—¿¡Qué!? —exclamó León—. ¿Ido? —cuestionó entre risas—. ¿De dónde sacas eso? ¡Me encuentro perfecto!

—¿De verdad?

—Por supuesto, ¿por qué no habría de estar bien? —preguntó León con una gran sonrisa.

Charles admiró a su amigo, quizás era verdad, ¿por qué León no habría de estar bien? León tenía en equilibrio su vida profesional y personal. Cuando León estaba con Miranda parecían una pareja de película y las campanas nupciales pronto tañerían sobre ellos. León siempre los procuraba, a Noel y a él. Y, no solo eso, era un secreto a voces que León sería el sucesor del Gran Mariscal Irving Will. Incluso con el pesar del duelo, del cual parecía haberse recuperado por completo, León siempre estaba sonriente, brillando para los demás. Charles sonrió, se sintió un poco tonto, León estaba bien, y, de no estarlo ¡por supuesto que le diría! ¡Eran mejores amigos después de todo!

—Él que quizá no está bien eres tú, Charlón. ¿Cómo va tu dilema Huerta contra Cárdenas?

Charles suspiró con drama exagerado.

—Ni me lo digas. Pero, todo indica que cancelaré el compromiso.

—¿En serio? —preguntó León intrigado.

—No quiero hacerle esto a Emma.

—¡Oigan! ¡Par de imbéciles! —un grito los alertó, Noel corría hacia ellos—. ¡Conozco ese rostro, León! No empiecen el chisme del bodagate sin mí.

—Tú que te tardas más que Emma —dijo Charles molesto.

—Bueno, mejor vámonos —propuso León quemando en el aire lo que le quedaba de cigarro.

—¡Andando! —exclamó Charles—. Por cierto, ¿y Saint?




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