Heredero del Eón

Capítulo 29. Luces de despedida.

Tom siguió visitando en secreto a Luis, ayudándolo a recuperarse. Mientras lo hacía Luis le demandaba que le resolviera la incógnita, ¿qué persona en especial y que palabras?, pero Tom lograba darle la vuelta. Para el jueves, Luis ya se había recuperado y pudo observar la siguiente ronda de la ceremonia de presentación. La última pelea sería entre los dos mejores cadetes de primer año, Francis Aleide y Gary Kent Díaz. Esta vez Gary lo tuvo mucho más difícil. Fran era un usuario de soporte y había aprendido a dominar el estado alerta. Se las había ingeniado para acoplar su elegante savate con su FOLD absorb; su alta capacidad de recuperación con FOLD vital lo hacía un guerrero de otro nivel, a pesar de no poseer ningún principio de ataque. Habían combinado las cuatro arenas para el encuentro, y el tamaño también jugaba un papel importante en el desempeño de los cadetes. Gary tuvo que aprovechar su estado alerta para colocarle señuelos a Fran y que cayera en sus ataques eléctricos. Al final, gracias a su estrategia, Gary terminó ganando el encuentro. Los alumnos que perdieron ante Gary y Francis en el combate pasado también se disputaron el tercer lugar. La ceremonia había terminado.

                  Así llegó el último sábado del semestre, el día de la cena y condecoración. Tom seguía a la capitana Will cargando una enorme caja con los trajes de gala del pelotón. A última hora Miranda mandó hacer otro ajuste y recién le habían entregado los trajes. Para Miranda era vital que sus cadetes fueran perfectos y a Tom le encantaba la idea de acompañarla.

                  —¡Más les vale haber dejado las costuras como les pedí! —soltó el pensamiento al aire Miranda—. Porque ya no tendremos tiempo para arreglarlos de nuevo.

                  —Usted de verdad que es perfeccionista —le dijo Tom entre risas.

                  —No, claro que no —refunfuñó la capitana.

                  —Lo es. Sólo de recordar su entrenamiento para el desfile tiemblo.

                  —¡Tú tiemblas por todo! —se burló Miranda.

                  —¡Buen punto! —Tom respondió entre más risas.

                  —Y no soy perfeccionista, Fields, únicamente exijo que la gente haga su trabajo como debe. Es como papá siempre dice, todos debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para que funcionemos como sociedad. ¡No debemos permitir mediocridades!

                  Ambos entraron a la oficina donde Miranda acomodó los trajes con cuidado en los sillones.

                  —¡Están perfectos! —Miranda soltó un pequeño grito agudo que hizo a Tom sonreír—. ¡Ya puedo sentirme en paz! —exclamó la capitana sentándose en su escritorio—. Esta en definitiva es una buena señal, sobretodo para ti.

                  —¿Por qué? —Tom preguntó sin atino.

                  —Lo siento en mis huesos, debes declarártele a Marshall. Se me hizo tan lindo lo que le dijiste en la habitación de Rivera cuando estábamos con él.

                  Tom no contestó, procuró apartar la vista a los uniformes y despistadamente los acomodó.

                  —Fields, ¡no me ignores!

                  —No lo hago, capitana —replicó Tom.

                  —Tenemos que hacer algo con esa personalidad tuya. ¡Eres tan tímido como Carlos Rossi! —Miranda carcajeó, pero de pronto ella fue quien se avergonzó—. ¡Ups! Ni has de saber quién es —le dijo con mirada culposa.

                  —De hecho, sí sé quién es. De la serie Familia Veneciana, ¿no es así?

                  —¿La conoces? —le preguntó Miranda extrañada.

                  —¡Claro! —contestó Tom con una gran sonrisa.

                  —Pero es viejísima, yo la solía ver con León cuando recién salió y estaba de moda.

                  —Le juro que la he visto —insistió Tom—. Mi mamá la ponía en el streaming.

                  —¿De verdad? ¿Y la viste completa? Es algo pesada.

                  —Lo hice, no me pareció tan pesada. Es más, creo que es predecible.

                  —¿Tú también? León decía lo mismo, pero no lo es.

                  —Lo era. La señora Alessia fue la culpable…

                  —¡Pero eso no era predecible! —lo interrumpió.

                  De alguna forma, Tom y Miranda terminaron hablando de esa serie con tanta efusividad que ni siquiera notaron cuando Gary entró a la oficina.

                  —¿Hola?

                  —¡Gary! —lo saludó Tom.

                  —¿Qué traen? ¿De qué tanto platican?

                  —¡Oh! Nada, de una serie antigua. Y te diré que Fields obviamente no la entendió.

                  —Pero es que había una metáfora de fondo —se defendió Tom ante tal acusación—. Si uno la comprende entenderá el rumbo que tomará. ¡Es un tópico clásico!

                  —¡No es cierto! —objetó la mujer.

                  Gary se quedó ajeno a esa conversación. No entendía muy bien de que hablaban; pero había algo en la escena que lo hacía desesperarse. Ese recuerdo en la oficina de Miranda regresó.




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