Heredero del trueno

Las raíces del trueno

Los hombres como Alejandro no mueren de golpe. Se van deshojando lentamente, como un árbol viejo que sigue en pie solo por la costumbre del viento.

Yo lo observaba cada día desde la distancia. A veces bajo la ceiba, otras veces caminando por los pasillos largos de la casa. Cada paso suyo retumbaba como un trueno apagado. Cada silencio hablaba más que mil palabras.

Una tarde lo seguí sin que él lo notara. Caminó hasta el antiguo corral, donde ya no quedaban gallinas ni caballos. Solo tierra dura, cercas oxidadas… y recuerdos.

Se detuvo frente a una estaca clavada en el centro. Me pareció una tontería al principio. Pero él se quedó allí, quieto, como si el lugar tuviera algo que decirle.

—Aquí enterré a mi padre —murmuró.

No supe si hablaba conmigo o con los fantasmas.

—No hay tumba, no hay cruz. Solo esta estaca. Y aún así, cada vez que vengo, lo oigo respirar.

No me moví. No sabía qué responder.

—Uno no elige el peso que carga —dijo entonces—. A veces solo te lo tiran encima, y tenés que aprender a caminar con él.

Se giró y me vio.

No hubo sorpresa en sus ojos, ni enojo. Solo cansancio.

—¿Querés entenderme? —preguntó—. Empezá por respetar las raíces. No al hombre… al origen.

Volvió a caminar hacia la casa. Yo me quedé junto a la estaca, con la tierra seca bajo mis pies, y el viento diciéndome que hay historias que no se cuentan… se heredan.

Continuará…

Gracias por seguir esta historia. Si algo de este capítulo resonó contigo, déjame un comentario. Tu lectura es parte de este legado.



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En el texto hay: aventura epica

Editado: 30.04.2025

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