La tierra crujía bajo sus botas. Ya no caminaba con pasos inseguros ni con la mirada baja. Había aprendido a sostenerse, como los robles, incluso cuando el viento soplaba en contra.
Una tarde de cielo plomizo, mientras revisaba los corrales del lado sur, escuchó el sonido de un caballo acercándose por el mismo camino polvoriento donde años atrás, un hombre lo había interrogado sin respeto.
Lo supo antes de verlo. El trote. La arrogancia. El perfume a cuero caro.
El mismo jinete.
Pero esta vez, él no era un niño con una cuerda al cuello. Era un joven con los puños curtidos y el fuego bien guardado detrás de los ojos.
—Veo que creciste —dijo el hombre sin desmontar—. Aunque sigues llevando ese aire de salvaje.
—Y usted sigue viniendo sin ser invitado —respondió el muchacho, sin levantar la voz.
El hombre sonrió con una mueca torcida.
—¿Sabes quién soy?
—Sé lo que representa: buitres dando vueltas antes de que el cuerpo enfríe.
—No tienes idea del mundo allá afuera, muchacho. Ni del nombre que llevas. Ni de las deudas que Alejandro dejó.
El joven se mantuvo firme. Recordó las palabras de su abuelo, una noche cualquiera, cuando hablaban de enemigos invisibles.
"No todos los enemigos llevan armas. Algunos llevan papeles. Y son peores, porque matan despacio."
—Si vino a asustarme, llegó tarde —dijo el heredero—. Aquí no se teme al trueno. Aquí lo llevamos dentro.
El jinete bajó del caballo por primera vez. Se acercó un paso. Otro.
—Tendrás que pelear por lo que crees tuyo. Y no siempre con palabras.
—Estoy listo.
El silencio entre ambos se volvió pesado. Luego, el hombre sonrió, como quien encuentra un desafío inesperado.
—Nos veremos pronto.
Montó de nuevo. Se alejó sin mirar atrás.
El joven no se movió hasta que el polvo se asentó en el aire. Solo entonces volvió a caminar hacia la casa. No con prisa, sino con propósito.
Esa noche, sacó el anillo de Alejandro del lugar donde lo guardaba y se lo puso en el dedo por primera vez. Le quedaba justo. Como la chaqueta.
Y comprendió algo: los enemigos habían comenzado a moverse. Pero él… también.