Heredero del trueno

La voz que retumba

Desde que se puso el anillo, algo cambió. No solo en él, sino en los demás. Como si ese gesto invisible hubiera lanzado un mensaje por toda la hacienda: el trueno había despertado.

El primer conflicto llegó con los peones. Un grupo se quejaba del capataz, un hombre de manos pesadas y lengua más dura aún. Siempre lo había tratado como “el muchachito”, pero ahora, al verlo con la chaqueta de Alejandro y la mirada fija, evitaba sus ojos.

—Dicen que ya manda usted —le dijo una mañana, desafiante—. Pero aquí las cosas siempre se han hecho a mi modo.

El joven lo miró largo rato.

—Y por eso los hombres están cansados, don Rubén. Y usted, viejo. Muy viejo para mandar con los puños.

Esa tarde, el capataz fue retirado de su cargo. No hubo gritos. No hubo golpes. Solo una orden firme y una mirada que no admitía réplica.

Los peones, al principio, murmuraban. Pero con el paso de los días, notaron algo: el nuevo líder caminaba con ellos, comía lo mismo, escuchaba sin prometer y hablaba solo cuando tenía algo claro que decir. Y cuando decía algo… se cumplía.

Luego vino el conflicto con los del pueblo. Algunos comerciantes querían subir los precios al saber que el heredero era “nuevo y verde”. En lugar de pelear, el joven organizó un intercambio de productos entre fincas, reduciendo su dependencia del mercado local. Les dolió más la inteligencia que cualquier reclamo.

Incluso en la familia, hubo roce. Un primo de la ciudad vino con aires de superioridad, reclamando una parte de la tierra. En la mesa, frente a todos, el heredero le respondió:

—No heredé solo tierra. Heredé la responsabilidad de protegerla. Si buscas tierra, hay mucha en las montañas. Pero si vienes a dividir, empieza por irte.

El silencio que siguió fue tan pesado como el trueno antes de estallar. Nadie más habló del tema.

Esa noche, mientras caminaba por los límites de la hacienda, se detuvo frente al roble más grande del campo. Se apoyó contra su tronco, sintiendo la corteza áspera bajo los dedos.

Ya no era niño. Ya no era aprendiz. Ahora era el que tomaba decisiones. Y aunque el peso era grande, también era justo.

Porque si iba a ser heredero del trueno… tenía que aprender a hablar con la tormenta.



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En el texto hay: aventura epica

Editado: 05.05.2025

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