Herederos de la tormenta

Capítulo 3: Huir

Alioth se miró en el espejo por cuarta vez. Su cabello castaño, rebelde y ondulado, le daba batalla como siempre, pero por suerte su estilista personal había logrado domarlo. El traje blanco con brocados dorados, hecho a medida, estaba impecable. Aun así, la ansiedad no lo dejaba tranquilo.

Ya había asistido antes a reuniones mensuales con gobernadores y representantes, pero esto era diferente. Hoy su título como heredero sería oficializado.

La mirada que le devolvía el espejo le recordó algo que Deneb solía decirle: “Tus ojos nunca mienten.”

Un suspiro escapó de sus labios.

Deneb se había distanciado. Alioth lo sentía. Algo pasaba, algo que su amigo no decía. Cada vez que estaba con su grupo de amigos, Deneb parecía más apagado, más lejano. Eso no habría sido tan grave si no lo hubiera visto reír con Aliah. Esa imagen se le repetía en la cabeza más de lo que le gustaría admitir.

Intentó alejarla, primero de forma sutil, recordándole las cosas desagradables que Aliah solía decir sobre su hermana. Pero Deneb solo frunció el ceño y se alejó. Entonces cambió de táctica. Le mostró lo divertido que era estar con sus amigos, lo invitó varias veces cuando salían al centro de la ciudad… pero Deneb siempre se negaba, excusándose con que debía acompañar a Aliah al palacio por el Umbral o que su tío ya lo esperaba.

Alioth sabía que eran mentiras. Deneb lo miraba con tristeza cada vez que decía que no, y evitaba su mirada cuando mentía.

Por supuesto que no era su culpa. Aliah seguía metiéndose en problemas. Hace menos de una semana, Daliah le contó que había incendiado una cortina del salón principal solo porque no quiso ir con ellos a Aurenya, el reino vecino. Al final, Daliah tuvo que quedarse a limpiar el desastre. Ayer se enteró de que Deneb había acompañado a Aliah ese mismo día. El fuego que ya ardía en su pecho se avivó aún más.

—Alteza —dijo el mayordomo—. Lo esperan.

Alioth se sacudió el sentimiento de enojo y se concentró en lo que venía.

—Sé que puedo —susurró.

Y caminó hacia la misma sala donde, dos años atrás, le habían hablado por primera vez de sus deberes reales.

Durante el trayecto, los sirvientes se detenían a saludrlo, inclinando la cabeza con respeto. Alioth recordaba claramente lo incómodo que le resultó al principio que personas mayores le mostraran tal reverencia. Aún se sentía extraño con ello, pero sabía que con el tiempo se acostumbraría… o al menos eso era lo que le había dicho Daliah.

Frente a las grandes puertas de la sala, se escuchaban voces. Esperó a que el rey autorizara su entrada.

—Me retiro, alteza —dijo el mayordomo, inclinando la cabeza.

Alioth estaba convencido de que el mayordomo lo odiaba. No sabía con certeza por qué, pero cada vez que debía inclinarse o mostrarle respeto, una mueca casi invisible se dibujaba en su rostro.

— Adelante, Alioth —dijo la voz serena del rey.

Alioth cuadró los hombros y entró a la habitación.

Normalmente, la sala estaba ocupada por una gran mesa rectangular de cristal, rodeada de sillas y decorada con opulencia. Pero hoy, la mesa había desaparecido, dejando el centro del lugar despejado. Las sillas formaban un círculo abierto, y el rey se encontraba en una sobre un pedestal. A su derecha, la reina se sentaba en un trono más pequeño.

Daliah estaba de pie al lado izquierdo de su padre. Vestía un vestido verde que acentuaba el color de sus ojos, y su cabello caía en ondas doradas sobre los hombros. En su cabeza llevaba una pequeña corona, símbolo reservado para las princesas. Estaba radiante.

—Buenos días —dijo Alioth con voz calmada.

Los gobernadores y representantes se pusieron de pie y le ofrecieron una leve venia. Alioth recorrió la sala con la mirada hasta que la figura del gobernador del fuego lo hizo detenerse. A diferencia de los demás, seguía erguido, sin inclinarse, con la vista fija en otro punto. Su traje negro lo hacía ver aún más imponente, y cuando su mirada penetrante se posó en él, un escalofrío le recorrió la espalda.

Alioth se acercó al rey, se inclinó en señal de respeto y se colocó junto a Daliah.

Desde su posición, pudo ver a los consejeros de pie a ambos lados de cada gobernador, sosteniendo libros encuadernados mientras vestían túnicas blancas con detalles en azul y el escudo del reino al centro del pecho.

Entonces lo vio.

Deneb.

Vestía un traje negro hecho a medida, con el escudo del estado del fuego bordado en el lado derecho. Estaba erguido y serio, con una expresión que Alioth no solía ver en él.

Pensó, aunque no quiso admitirlo del todo, que se veía bien.

El rey se levantó de su trono y, con calma, caminó al centro del salón.

—El día de hoy, no solo se celebra la ceremonia de afinidad, sino que también se presenta al futuro heredero, no solo ante mis súbditos, sino ante ustedes —dijo el rey con solemnidad—. Alioth Myrden, hijo de Eldric Myrden, representante de los no-elementales del Estado de Agua, y su esposa Liora Myrden. Nacido en Atzopan. Hoy se despoja de su linaje biológico y se convierte en hijo del pueblo.

Un nudo se formó en el estómago de Alioth. Sabía que esto pasaría. A partir de ese día, ya no sería considerado hijo de sus padres. Miró a su padre, que estaba al lado del gobernador del agua; su mirada estaba cargada de una tristeza silenciosa. Lo peor era que ese día no iba a poder ver a su madre. Pero los sacrificios eran parte de convertirse en el futuro rey.

El rey se acercó a la reina, le tendió la mano y ella la tomó con gracia. Juntos caminaron hacia el centro. Daliah, con una sonrisa radiante, avanzó con ayuda de un sirviente. Alioth se sorprendió al ver a Aliah caminando detrás, casi pisando su vestido azul, que, a su parecer, no le sentaba nada bien. No se había percatado de su presencia hasta ese momento. Por lo que pudo deducir, todo el tiempo había estado al lado derecho de la reina.

Alioth tragó saliva cuando otro sirviente apareció con un cojín en las manos. Encima, la corona. Era dorada, de picos largos y afilados: la corona del príncipe heredero.




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