Herederos de la tormenta

Capítulo 12: Huesos

—¿Quiénes son? —preguntó el rey, desconcertado.

La muchacha dio un paso al frente. Su andar era seguro, casi teatral.

—Vamos, ¿de verdad no puedes reconocer a tu propia hija? —dijo con voz burlona, como quien juega con un recuerdo que ya no duele.

Alioth la miró con más atención.

Cabello recogido, postura firme, labios pintados como una burla de nobleza.

Era Aliah.

La misma niña retraída que no solía levantar la mirada.

Solo que ahora, la mirada era lo primero que imponía.

—¿Aliah? —susurró la reina, llevándose una mano al pecho.

A su lado, Daliah le apretó el brazo a Alioth con fuerza, sin poder apartar los ojos de su hermana.

—La misma —respondió Aliah con una sonrisa ladeada—. ¿No me veo espectacular?

Giró sobre sí misma con aire burlón. Su vestido oscuro ondeó con ligereza. Era la sombra invertida de Daliah.

El rey dio un paso torpe hacia ellos, con la mirada clavada en Aliah… y en el muchacho a su lado.

—¿Deneb? —dijo, incrédulo—. ¿Qué hacen ustedes aquí?

Aliah soltó una risa seca. Caminó con gracia hasta Deneb, y colocó su mano en su brazo, recostando la cabeza con una confianza que desentonaba con la situación.

—¿Qué te parece, hermanita? —preguntó, sin mirar a Daliah—. Decías que te copiaba… pero ya no somos iguales.

Alioth tragó saliva. La escena frente a él era un reflejo retorcido de su propia imagen:

Daliah temblando a su lado.

Él sin saber qué hacer.

Aliah, segura como nunca.

Y Deneb…

Deneb inmóvil.

Sin expresión.

Pero con una presencia que dominaba el salón.

Alioth sintió que se le helaba el pecho. Era como si todo estuviera escrito desde antes… y solo él lo estuviera descubriendo ahora.

—¿No te gustó mi sorpresa? —dijo Cygnus finalmente, con voz arrogante—. ¿No han crecido bien?

El rey reaccionó de inmediato. Jaló a Alioth hacia atrás, colocándose frente a Cygnus, el rostro lleno de furia.

—Te ordeno que detengas esto. ¡Ahora!

Cygnus rio.

No una risa simple.

Una carcajada limpia, como si hubieran dicho el chiste más gracioso del mundo.

A su lado, Aliah dejó de sonreír.

Imitando la expresión de Deneb.

—¿Por qué? —dijo Cygnus, ladeando la cabeza—. ¿No te estás divirtiendo?

El rey tenía el rostro encendido de furia. La reina intentó sujetarle el brazo, pero él la apartó con brusquedad. En un gesto rápido, Adriel lanzó una hoja de agua como filo hacia Cygnus.

Este no se movió.

Con un simple giro de muñeca, el ataque se deshizo en gotas, como si fuera solo niebla.

Aliah, elegante y controlada, regresó a su posición a la derecha de Cygnus con una soltura que parecía ensayada.

—¡Soy tu rey! —exclamó Adriel, la voz teñida de indignación.

Cygnus giró ligeramente la cabeza hacia la piedra ancestral y negó con un suspiro fingido, casi divertido.

—¿Ni siquiera sabes cómo funcionan tus propios ritos? —dijo, avanzando un paso.

El rey retrocedió, y eso bastó para que Cygnus lo mirara con deleite.

—Deneb.

Sin moverse de su postura rígida, con las manos cruzadas a la espalda, Deneb habló. Su voz fue clara, sin emoción.

—Los antiguos lo llamaban El Arosar —explicó mientras se acercaba lentamente a la piedra—. Fue forjado para evitar futuras rebeliones. Es un escudo sagrado, un vínculo de transferencia. Cuando un rey renuncia al trono y otro está por ser coronado, hay un instante, aunque breve, en que no hay soberano. En ese momento… el reino queda sin rey.

Cygnus asintió, con orgullo brillando en los ojos. Había esperado ese instante. Lo había calculado.

Alioth sintió que el aire le abandonaba los pulmones.

El ritual… no lo había terminado.

No había pronunciado el juramento final.

No había hecho la aceptación.

—No hay un rey —susurró.

Cygnus lo escuchó y volvió a sonreír.

—Qué listo, príncipe —murmuró con sorna—. Aunque un poco tarde, ¿no crees?

Alioth miró la piedra. Era cristalina, sí… pero algo se movía dentro. Como si respirara.

—Imposible —dijo Adriel, dando un paso atrás, tambaleante—. ¡Yo soy el rey! Una piedra no puede decidir eso. ¡Debes obedecerme!

Cygnus suspiró, como si escuchara un niño caprichoso.

—¿Nunca te preguntaste por qué, siendo el fuego el elemento más destructivo, no nos alzamos antes contra la corona?
¿De verdad creíste que era por respeto?

Levantó la mano y jugó con una llama, acariciándola como si fuera seda. Sus ojos, oscuros como carbón ardiendo, ya no tenían rastro de burla. Solo furia.

—Qué chiste —murmuró. Y sin apartar la mirada, ordenó—: Deneb. Haz los honores.

Alioth apenas tuvo tiempo de reaccionar. Sintió una presencia a su lado y, en un segundo, Deneb lo sujetó con fuerza por el brazo y lo arrastró hacia la piedra.

—¡Deneb, basta! —forcejeó, pero Deneb no cedía. Su agarre era férreo, su expresión impenetrable.

—Terminemos con esto —dijo Cygnus, al tiempo que tomaba al rey por el cuello de su capa ceremonial.

Ambos sacaron cuchillos. Deneb cortó la muñeca de Alioth. Cygnus hizo lo mismo con Adriel. La reina y Daliah quedaron encerradas en un círculo de fuego, conjurado por Aliah con precisión fría.

—El trono será mío —declaró Cygnus, posando la mano ensangrentada sobre la piedra—. Y mi gente será por fin libre de la opresión que nos impusieron hace un siglo. Hoy, restauramos el reino al heredero legítimo.

Alioth comprendió.

Cygnus iba a terminar el ritual por la fuerza. Y cuando se sentara en el trono, aniquilaría a los demás elementos. Los no-fuego serían borrados. Y él no había podido hacer nada.

—Deneb, por favor… —susurró Alioth, con el corazón en un puño—. No eres así. Yo te conozco. Tu tío te está obligando, ¿cierto? ¿O es Aliah? He estado esperando ser rey… para cambiar esto. Te lo juro. Solo… confía en mí.

Deneb no lo miró. No parpadeó. Solo apretó más su muñeca, obligando a que la sangre fluyera.




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