Alioth se arrepintió casi de inmediato. Volver a reunirse con Ronan, Ysolde y Daliah había sido, sin duda, una pésima idea.
—¡Te dije que era una idea horrible! —protestó Ysolde, claramente ebria—. Pero mi madre insistió en que usara ese maldito vestido... y ahora no tengo nada decente que ponerme.
Daliah se llevó las manos al rostro, como si aquello fuera una tragedia griega.
—Pobrecita —murmuró Ronan, alzando su décima copa como si brindara por su desgracia.
Alioth se preguntó cómo podían seguir bebiendo tanto. ¿Eso era normal?
—Creo que están borrachos —susurró Elian a su lado, observando con cierta lástima la copa de Ysolde, ahora llena de un líquido espeso y marrón.
Alioth lo miró de reojo y arqueó una ceja.
—¿Tú crees?
—Son tus amigos —replicó Elian con serenidad, encogiéndose de hombros—. Tú los trajiste. Tú te los quedas.
En ese instante, el trío comenzó a abrazarse con una torpeza incómoda, como si la dignidad fuera un concepto ajeno a ellos.
Alioth suspiró. Estaba a punto de rendirse del todo, cuando una voz firme cortó el aire como un bisturí.
—Necesito hablar contigo.
Se giró.
Allí estaba Lyra.
Traje azul claro, bata blanca. Postura erguida, rostro inexpresivo. El reflejo perfecto de la serenidad médica… y, por un segundo, le recordó a Deneb. Esa misma frialdad elegante, esa manera de mirar sin pedir permiso.
—¡Lyly! —exclamó de pronto Daliah, con una sonrisa borracha, señalando a la doctora.
Lyra frunció ligeramente el ceño.
—Dime, ¿por qué no te gusto? —balbuceó Daliah con un puchero—. Soy bonita, como tú. Soy famosa, como tú. Y, lo más importante... soy la princesa, una persona muuuy influyente. Como túuu.
Lyra se dio la vuelta sin decir una palabra y salió por la puerta.
—Y se va, con toda su elegancia fría —comentó Daliah, soltando una risita—. Ella tiene estilo.
Ysolde asintió con entusiasmo, y ambas se embarcaron en una conversación sobre moda. De nuevo.
Elian también la vio marcharse e hizo una mueca al volver la mirada hacia el grupo abrazado.
—Ve —dijo, resignado—. Pero me vas a deber una.
Alioth le sonrió con gratitud y siguió a Lyra, que caminaba con paso firme y seguro.
Mientras se alejaban, pensó brevemente que prefería enfrentarse a cualquier diagnóstico de la doctora Evanor… antes que soportar otro brindis de Ronan.
Caminaron en silencio hasta salir al frente de la casa. Lyra lo guió por una de las tantas veredas hasta un pequeño jardín. Cada planta estaba perfectamente ordenada, con el suelo limpio y las hojas sin una sola mancha. Incluso de noche, podían distinguirse las pequeñas placas con los nombres de cada flor.
—¿Cómo se llama tu rey? —preguntó Lyra de pronto.
La pregunta lo sobresaltó. Su voz había sido tan inexpresiva como su rostro.
—Eh… —tartamudeó— ¿Adriel?
Lyra lo miró fijamente, aumentando su incomodidad.
—¿Me estás preguntando?
Alioth negó con la cabeza y desvió la mirada.
—Se llama Adriel —repitió en voz más baja—. Pensé que era algo que todos sabían.
Lyra soltó un suspiro y cruzó los brazos.
—¿Conoces la flor Yahima?
—No —respondió él, confundido.
Lyra señaló una flor en medio de un pequeño conjunto de plantas. Los pétalos eran de un rosa intenso con puntos negros dispersos. El tallo, de un negro tan profundo que parecía absorber la luz.
—Esta flor no es como las demás —dijo, sin apartar la vista de ella—. Para que crezca, primero deben cuidarse las pequeñas flores que la rodean. Es un sistema curioso. Las pequeñas florecen primero, y cuando están fuertes, la Yahima comienza a emerger en el centro. Mientras crece, las pequeñas desarrollan un mecanismo de defensa: si alguien intenta arrancarla, liberan una sustancia alucinógena. Al principio causa mareos; si la exposición continúa, desorientación total.
Alioth frunció el ceño, sin saber hacia dónde iba esa explicación.
—Cuando la flor principal está completamente desarrollada, protege a las demás —prosiguió Lyra—. Pero también puede absorber sus nutrientes si lo necesita. Tiene su propio veneno: un aroma dulce, adictivo. Si se inhala por más de treinta segundos, puede inducir al coma.
Guardó silencio un momento, observando la flor con atención casi reverente.
—Aun así, rara vez daña a sus compañeras. Sabe que necesita de ellas tanto como ellas la necesitan a ella.
Alioth tragó saliva. No sabía que algo tan hermoso podía ser tan peligroso.
—No te odio —dijo Lyra de repente.
Alioth parpadeó. Sus cambios de tema eran tan abruptos como desconcertantes.
—¿Gracias? —musitó.
Lyra lo miró de arriba abajo.
—No pareces mucho a un rey —dijo con honestidad brutal—. Pero hay alguien que cree en ti. Él fue quien me convenció de no echarte de mi hospital apenas te vi.
Alioth sintió un nudo en el estómago.
—Aprende a distinguir a tus aliados de tus enemigos. No cierres los ojos ante las injusticias. Y sobre todo: protege a quienes deben ser protegidos. No lo decepciones.
La responsabilidad cayó sobre sus hombros como una capa invisible y pesada. ¿Tenía que seguir siendo el príncipe perfecto para todos?
Le sonrió, con la intención de parecer confiado. Pero Lyra arrugó la nariz.
—No sonrías así —dijo, seca—. Pareces espeluznante.
Alioth dejó de sonreír al instante, mordiéndose el labio. Era la primera vez que le decían algo así.
—Es tarde. Deberías irte... y vigilar que tus amigos no destruyan mi bar —añadió Lyra, dándose media vuelta y alejándose con la misma firmeza con la que había llegado.
Después de la conversación con Lyra, no volvió a verla por ningún lado.
Había escuchado que se había encerrado en su oficina. Nadie sabía por qué, pero su ausencia no era lo que más le preocupaba en ese momento.
—¡Con más fuerza! —gritó el instructor.