Herederos de la tormenta

Capítulo 17: Control

Aliah observó los ríos que cruzaban Atzopan, un lugar hermoso. Qué lástima que tuvieran que destruirlo todo.

El agua aún era cristalina, pero una delgada capa de ceniza flotaba sobre la superficie, ensuciándola como una advertencia silenciosa.

Las casas habían sido reducidas a ruinas, y el pasto, ennegrecido por horas de incendio, todavía despedía un tenue olor a humo. Para ser cerca de las once de la mañana, la jornada había sido productiva. Todo iba de acuerdo con el plan.

Un gato cruzó corriendo frente a ella, casi cayendo al lago. Se detuvo justo frente a sus pies, tembloroso, con sus ojos verdes fijos en los suyos. Por un segundo, le recordó a Zaihn.

Entonces, sintió un zumbido detrás de ella. Sin pensarlo, atrapó el cuchillo que volaba directo al gato, sujetándolo con firmeza por el mango.

—¿La princesa encariñándose con un gato? Qué estúpido —dijo la voz molesta de Ashren.

—Métete en tus asuntos, imbécil —replicó Aliah, sin molestarse en disimular su fastidio.

El gato salió corriendo, asustado. Ashren la observó con una mueca maliciosa.

—Ese animal es mi asunto. Me rasguñó —dijo, mostrando una herida reciente en su mano.

Aliah sonrió y avanzó lentamente hacia él.

—Es un gato muy inteligente, si me preguntas. Ese tipo de felinos tienen buen instinto… repelen a los imbéciles con poca inteligencia.

Ashren frunció el ceño, furioso, y dio un paso hacia ella con intención de atacar. Pero una sombra imponente se interpuso entre ambos.

Zaihn, en su forma mediana, emergió como una pantera robusta y silenciosa. Aunque su rostro animal no podía hablar, su mirada era clara: estaba listo para protegerla.

Ashren retrocedió unos pasos, aunque se obligó a mantenerse erguido.

Aliah le acarició el lomo a Zaihn con suavidad.

—¿Ves? Hasta los felinos los espantan como si fueran moscas.

Zaihn inclinó levemente la cabeza bajo su caricia, sin apartar los ojos de Ashren. Aliah sonrió de verdad esta vez.

—Nunca he entendido por qué Cygnus te tiene en tan alta estima —espetó Ashren con veneno—. Te escudas detrás de ese idiota de Deneb… y de su gato. No eres más que una princesa que nunca ha luchado de verdad.

Zaihn gruñó, visiblemente ofendido por la comparación. Aliah lo calmó acariciándolo detrás de las orejas.

—No me importa lo que piensen personas como tú, Ashren —dijo, sin molestarse en mirarlo—. Ahora, si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer. Como liderar a nuestra gente.

Ashren apretó la mandíbula, pero no dijo más. Aliah caminó con la cabeza en alto, y Zaihn, transformado en su forma pequeña, trepó hasta su hombro como un guardián leal.

Aliah lanzó el cuchillo sin siquiera mirar atrás. La hoja se clavó justo frente a los pies de Ashren.

Luego caminó hacia el centro de la aldea, ahora ennegrecido por las cenizas. Deneb estaba inclinado, revisando unas cajas de madera. Aliah se detuvo detrás de él.

—¿Qué estás haciendo, gran líder? —preguntó en tono burlón.

Algunas personas alrededor alzaron la vista, tensos, como si quisieran advertirle que no era el mejor momento para bromear con Deneb. Pero Aliah lo conocía mejor que todos ellos.

Sabía que su mejor amigo no estaba de malas ni enojado. Esa cara de permanente estreñimiento que ponía Deneb… era su versión "feliz" desde hacía tres años.

—¿Crees que esto sirva? —preguntó él, levantando una papa con expresión inexpresiva.

Aliah sonrió divertida, y luego miró a Zaihn, que se había posado sobre la espalda encorvada de Deneb.

—Bueno, no lo sé —dijo con sinceridad—, pero conozco a alguien que podría ayudarnos a averiguarlo. Puedes llevártelas.

Deneb asintió y se incorporó. Zaihn emitió un pequeño quejido al ser movido, como si reclamara por interrumpir su descanso.

—Debemos guardar provisiones cuanto antes. Las llevaré a mi mansión y las mandaré a revisar. Si es posible, contactaré a esa persona que mencionas —dijo Deneb con su tono serio habitual.

Aliah se colgó de su brazo y, sin importarle quién los viera, le dio un pellizco rápido. Deneb se sobresaltó levemente y la miró con sorpresa. Ella sonrió satisfecha.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó, sobándose el brazo.

—Estabas demasiado serio... hablando de papas —respondió Aliah, encogiéndose de hombros.

A veces extrañaba cómo eran cuando eran niños: jugando, bromeando, sonriendo como si nada más importara. Le gustaba provocarlo, reírse de los pucheros y berrinches que solía hacer. Pero desde hace años, todo eso había quedado atrás.

Ahora estaban en medio de una guerra. Una guerra que los había arrastrado hasta el fondo.

Así que no estaba mal querer molestarlo de vez en cuando, ¿verdad?

Además, todos ahí los miraban con cierta tensión… incluso con miedo. No se enorgullecía de eso, pero al menos era mejor que ser vulnerables.

—Por cierto, ¿tu novio ya te dio noticias de la frontera? —dijo Aliah, sin apartar la vista de los soldados fuego que movían cajas a su alrededor.

Deneb la miró con severidad, esa expresión estoica y dura que a otros intimidaba, pero que a ella le resultaba tan cotidiana como respirar. No se inmutó.

—Alaric me enviará los reportes en unos días. Aureya también se está preparando para el golpe comercial que conlleva esta guerra —respondió con voz firme.

—Valkareth —interrumpió la doctora Kaen, apareciendo detrás de ellos—. No se ha detectado actividad elemental reciente en esta aldea.

La doctora Vireya Kaen era una de las pocas personas que no les temían. Aunque conocía a Deneb y Aliah desde que eran pequeños, se negaba a llamarlos por sus nombres de pila, como si eso pudiera mantener una distancia profesional que muchos ya habían olvidado.

—Un grupo del estado fuego revisará también la colindancia con Meztica. Reúnete con ellos y vayan a inspeccionar la aldea —ordenó Deneb, adoptando un tono aún más autoritario.




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