Evangely
Hay cuatro lunas en lo alto del cielo del Reino de Fuego; sin embargo, esta noche la luna que dominaba las aldeas de las hechiceras y el límite del puente de plata lucía rodeada de un oscuro manto desprovisto de estrellas. Sus rayos de luz ámbar eran todo lo que se podía apreciar desde todos los rincones de la aldea de la luna quebrada.
En el noreste del Reino de Fuego se ubican las cuatro grandes aldeas de las hechiceras, separadas por el ancestral y mágico roble azul: las hechiceras de Amber Fall, The Sisterhood, Raven Moon y La Luna Quebrada. Hoy reúnen a todo el reino en el ritual de enlace de sus novicias más jóvenes. Esta noche, la luna decidiría quiénes son dignas de blandir la magia que las estrellas destinaron a Hécate como regalo a su valentía y lealtad. Debido a ello, la aldea de las hechiceras está hoy repleta de criaturas provenientes de todos los rincones del reino. Desde el Bosque Beta, donde habitan los hijos de la luna de plata, pasando por la Ciudad Rubí, que habitan los hijos de la luna de sangre, hasta la ciudad de los demonios, más conocida como la Citadela. La Noche de Oro era, por costumbre, la única ceremonia donde todas las criaturas, sin importar su procedencia o posición social, tenían permitido asistir.
Frente a mí y de cara al podio se ubicaban Los Hijos de la Luna Roja o Luna de Sangre. Esta noche se decantaban por cortos vestidos de fiesta, trajes oscuros y sus distintivos labios rojos. Los habitantes de la Ciudad Rubí destacan por ser sinónimo de riqueza, lujos y etiqueta; eran, por mucho, lo más cercano a una realeza humana, criaturas que, a pesar de su implacable belleza, eran en partes iguales peligrosas y letales.
Su fuente principal de alimento es la sangre humana, que los dota de fuerza, inmortalidad, rapidez, capacidad de hipnosis y, en algunos casos, de poder sobre los elementos.
Justo detrás y a la derecha de Góspel se sentaban los primeros descendientes de la Luna de Sangre. Desde ahí, los denigrantes ojos de Clarisse y Roussel Redmoon miraban todo a su alrededor con apenas disimuladas caras de aversión. A la derecha de la matriarca, una vez más y como de costumbre, las sillas de los hermanos Vlad y Elizabeth Redmoon, ambos comandantes de la Legión del Infierno, lucían vacías, y por último, a ambos extremos de la familia, se encontraban los dos herederos del Castillo de Rubí: Isabella y Blake Redmoon. Los habitantes del Castillo de Rubí eran la segunda familia en rango y poder del reino, pero sin duda la favorita del furor mediático. No había nada en la vida de aquella familia que su matriarca no se atreviera a hacer del dominio público, y sus pares, fascinados por la visible percepción de perfección de la familia del heredero más cotizado del reino, consumían todo lo que Clarisse Redmoon estuviera dispuesta a darles. No había nada en el actuar de aquella pareja que fuese ingenuo o poco premeditado; escondían, detrás de las luces, lujos, sonrisas y dardos nocivos, una avaricia de poder que se había visto opacada desde el inicio de los tiempos por la Casa de las Sombras. Sin embargo, la respuesta de la Ciudad Rubí e incluso del reino entero ante aquella familia no era tan exagerada si se tomaba en cuenta que era Blake tras lo que iban.
El heredero del Castillo Rubí y mejor amigo de mi hermano Góspel, destacaba por su impecable belleza: casi dos metros de altura, rasgos finos y duramente perfectos, labios carnosos y una mirada incendiaria enmarcada por largas y oscuras pestañas; sus ojos eran esmeralda puro y su cabello ónix arrojaba ocasionales rastros de rojizo a la luz del sol; El príncipe lucía, como de costumbre, aburrido y fuera de lugar en todo evento que incluyera a sus padres o enalteciera su rango de heredero. Blake valoraba mucho más el título que le otorgaban los testimonios de todas las saciadas criaturas a lo largo y ancho del reino, que la corona sobre su cabeza y esa, irónicamente, era la razón por la que el sexo opuesto parecía incapaz de negarse a él.
Blake se había formado como centinela en la orden de la espada de plata; sin embargo, una vez graduado, por una razón desconocida, se negó a ejercer, por lo que solo le quedó la opción de ocupar su lugar como siguiente regente del castillo rubí. El matrimonio, los herederos, la doble vida para los medios y las decisiones difíciles pesaban ahora sobre sus hombros y a pesar de que nunca hablara al respecto, todos a su alrededor sabíamos que esa vida nunca había sido una opción válida para él y que detrás de su semblante relajado y su extrovertida personalidad, protegía una razón con el poder de arrebatarle todo por lo que había trabajado en su vida.
Como si pudiera sentir que pensaba en él, la mirada esmeralda de Blake atrapó la mía y su despiadada belleza, al igual que siempre, impactó mis sentidos. Sus largos colmillos se paseaban con parsimonia sobre su labio inferior, imitando la calma con la que sus ojos se paseaban por mi cuerpo. Logrando desorientar brevemente mi concentración y capacidad de raciocinio. Una de las esquinas de sus labios se alzó levemente en una promesa de noches saciadas y dando a entender que sabía completamente el efecto que tenía en mí y fue entonces cuando un escalofrío trepó por mi espalda y descendió incómodamente por mis extremidades, estallando en pequeñas chispas en mis dedos y vientre bajo, en respuesta. Desvié mi mirada rápidamente en un intento por mantenerme enfocada. Mis ojos viajaron ahora a la parte izquierda del podio, donde se sentaban los descendientes directos de la Luna de Plata o Luna Gris. Con dos sillas vacías a los costados, se sentaban justo en el medio Cornelia y Fletcher Graymoon, junto a su hija Amara. Las dos sillas vacías pertenecían a los dos primeros hijos del matrimonio, Hazel y Gael Graymoon, el primero un centinela caído en batalla y el segundo un patrullero, futuro centinela y el único fuera del círculo de Gospel al que le confiaría mi vida.
Mi hermano era distante y calculador, y al igual que mi padre Lucifer, valoraba la eficiencia, lo que lo llevó a rodearse de los mejores centinelas de su promoción, quienes pronto sé convertirían en su guardia real. Sin embargo, a diferencia de Lucifer, mi hermano era leal y letal cuando se trataba de las personas que apreciaba, porque sí, a diferencia de nuestro padre, a mi hermano, aunque fuese incapaz de demostrarlo, le importaban sus colegas y ellos le eran incuestionablemente leales. Mi padre lo sabía. Sabía el potencial de cada uno, y sabía también que, por lealtad a mi hermano, no desobedecerían una orden directa de la casa de las sombras, y esa certeza nos llevó a perder a Hazel a manos de los serafines.