Fruel se mantenía cómodo, relajado e inmerso en sus pensamientos inducidos por el sabor de las más exquisitas mezclas de hojas de té provenientes de todas partes de la isla. Sonreía con los ojos cerrados. La brisa le acariciaba el rostro y el aroma de las hiervas hervidas frente a él lo embriagaba, transportándolo en un recorrido ilustre por cada lugar que le pertenecía.
—Mi rey…—interrumpió una criada detrás de él, la única en el gran mirador, aquella encargada de verter el té cada vez que se acababa una taza.
—Dime —respondió Fruel con voz calmada, sin abrir sus ojos enfocado en escuchar el viento soplar.
—El príncipe Darius ha llegado.
—Oh…—exclamó alegre al fin separando sus parpados— hazlo pasar, que entre, que entre…
Desde la puerta que daba al inmenso mirador, apareció un joven hombre con aires de grandeza, con pisadas firme y petulantes. El joven hombre tenía en su mano una pipa de metal, y sus ropas repletas de cinturones de cuero y pecheras de malla de hierro demostraban que siempre estaba preparado para una nueva aventura. Era un príncipe aventurero y caballero real, y era conocido por aquello, como también por sus extravagantes fiestas. Si su padre amaba el té importado, Darius amaba estar de un lado a otro, recorriendo la gran isla, jactándose de sus hazañas y de la compañía de las mujeres más exóticas de todo Ventra. El rey no se oponía, cada quien con sus gustos, siempre y cuando no le diera un bastardo como agradecimiento por la libertad poco controlada del futuro heredero.
—Padre…
—Mas bajo, Darius, más bajo —contestó el rey tomando un sorbo de su té, mientras el príncipe esperaba que su padre le diera la orden para seguir hablando, cosa que hizo levantando un dedo: la señal exacta.
—Padre…
—Ya me dijiste padre una vez, creo que es suficiente.
—Si me dejaras hablar, quizás… —el príncipe calló con cólera y tomó aire. Se volvió a erguir y miró a los ojos de su progenitor—. Hay un problema en las Vías Férreas entre Nivia y Pelsera.
El rey suspiró sin despegarle la mirada, las malas noticias de su hijo habían hecho que los vientos dejaran de cantar como a él le gustaba. Con otro gesto de su mano ordenó que la criada retirara todas las cosas de la mesa y se fuera, dejándolos solos.
—Explícate —ordenó Fruel al príncipe que se ubicó de pies frente a él al otro lado de la mesa.
—Han ocurrido….
—Primero apaga esa cosa cuando hables conmigo —interrumpió nuevamente Fruel con un gesto déspota de su mano.
La pipa dejó de humear al instante y Darius la guardó en su bolsillo para seguir hablando.
—Han ocurrido robos y asaltos en varios puntos de las vías. Ha sustraído especies de los vagones de la Máquina de Vapor.
—¿En las estaciones?
—No. En movimiento. Los hurtos están ocurriendo en las partes más vulnerables de las vías, aquellas donde la maquinaria debe desacelerar —aclaró Darius.
—En las curvas —inquirió Fruel y Darius asintió.
—La guardia de Castillo de Cristal me informó que ya van más de siete días con incidentes. No lo reportaron antes pues pensaron que lograrían dar con los responsables, pero las pérdidas ya están siendo considerablemente mayores, en su mayoría han afectado al Gobernante de Mantos Blancos en Nivia y a nuestro Gobernante de Castillo de Cristal.
El rey quedó pensativo. ¿Por qué alguien querría entorpecer algo que beneficiara a ambos reinos? No tenía sentido, aunque Fruel bien sabía que no muchos eran partidarios de la eterna soberanía a la que Pelsera tenía sumido a todos en Ventra.
—¿Padre? —preguntó Darius arrugando la frente.
—Es muy gracioso, tantas trabas diminutas con el fin de vernos caer.
—¿De qué hablas?
—No te hablo a ti. —Fruel se puso de pie y se acercó a la balaustrada del mirador dándole la espalda a su hijo. El viento hizo que sus cabellos largos y rojizos revolotearan, ahí a esa altura casi rozando las nubes en la torre más alta del Palacio de Plata, no temía ni a la caída que podría tener de solo dar un paso en falso.
—Envía una carta a Nivia, que vean que sucede desde su lado, que el rey Nizar se haga cargo de las pérdidas que ocurrieron en sus territorios —ordenó Fruel.
—Tengo la intención de tomar a mi cargo la expedición para dar con los vándalos.
El rey se giró suavemente y se acercó a su hijo mientras sus botas lustradas taconeaban en el mármol bajo sus pies. Fruel inspiró mirando a su hijo que era casi de su altura y acomodó una de las correas de cuero en el hombro de Darius, quien se mantenía estático.
—¿Necesitas que organice un grupo de expedición?
—No, padre. Mis camaradas de siempre ya han sido informados, partiremos cuanto antes —respondió Darius con ojos decididos, aquello pardos del mismo color que Fruel.
—Adelante, ve —ordenó el rey.
El príncipe asintió y emprendió camino a la salida, pero antes de dejar el mirador, se giró hacia su padre.
—Padre. Vi a Guro en el salón del trono, estaba en tu búsqueda.
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Editado: 05.10.2021