–CROC-CROC AC-AC
Sentí su miedo golpear mi cuerpo antes de escuchar sus graznidos sacándome de mis propios sueños, que habían tenido algo que ver con mamá y papá en un viaje al Gremio de los Giborin, estábamos en el jardín de las islas del Rey Erlkönig, mamá y yo estábamos acompañados a cada lado con un par de guardias armados. Las olas del mar chocaban contra la gran pared de piedra caliza, la espuma chispeando suave y salada por mi rostro. Esa era una de las mejores sensaciones que podía llegar a sentir, era algo extraordinario, me la quité con las palmas de las manos mientras mi madre sonreía viendo a papá a mí hermano entrenar. Era un buen sueño hasta que alguna buena parte racional de mi cerebro me recordó que este pajarraco solo chilla cuando hay peligro.
Me desperté, con mechones de mi oscuro cabello pegados en mi frente, mi sueño se desvaneció y me obligué a levantarme. Pero el mundo dio un giro y decidí esperar a que se pusiera derecho antes de intentar levantarme de nuevo – detestaba tener que madrugar – Cuando lo logré, y me sentí lo suficientemente bien como para dar un desliz hasta la ventana y mirar a fuera, el pajarraco entro como alma que lleva el diablo, dando vueltas por techo de la habitación, paro de volar y se posiciono en el alféizar de la ventana. El me lanzó una mirada cautelosa una que apenas duró unos segundos, y luego volvió a centrarse en aquello que había llamado su atención. – no soy del tipo que le agradan los animales y debo confesar que yo tampoco les agradaba – aun así lográbamos llevar una buena relación.
–Hace frio – dije
Un fuerte viento soplaba por la ventana – anormalmente frio para Nueva Orleans –, cruzando por la habitación llenándola de frio como un congelador cuando me asome, eran las tres de la mañana, la única hora en la cual el Bourbon Street se tranquiliza. La calle estaba oscura y relativamente tranquila para un sábado – o al menos un poco –. La casa en la que había alquilado una habitación durante el último año estaba situada en una calle residencial junto a otras viejas casas coloridas y unos cuantos bares, esta era la ciudad en la que había pasado muchísimo más tiempo desde que había huido. Al otro lado de la calle, uno de los faros parpadeaba, casi a punto de apagarse, pero aún emitía suficiente luz como para dejarme ver las formas de los coches y de los edificios. Podía distinguir las siluetas de algunos tipos ebrios que pasaban – había un hombre mirándome – me estremecí ante la sorpresa.
Una figura estaba parada en la esquina de uno de los bares que estaban cerrando, de hecho había muchos bares cerrados – esto no pinta bien – a unos trece metros de distancia, donde se le podía ver claramente a través de la ventana. Pero las sombras lo cubrían tan bien que incluso con mi visión de cazador no podía ver ninguno de sus rasgos, excepto su altura. Era alto. Esta era la única cosa buena que este cuervo podía hacer – debo admitir que si sigo vivo es por el – el tipo dio un paso atrás despareciendo bajo las oscuras sombras de las estrechas calles. Otro movimiento llamo mi atención en una de las ventanas de las casa de al frente, estaba oscura por la noche pero aun así logre captar su presencia antes de que fuera también tragado por la oscuridad de las sombras.
Un temor frío me atravesó y casi, – aunque no completamente, – consiguió hacer desaparecer la sensación de felicidad de recordar lo que era tener una familia.
Quienes quieran que fuesen esas figuras, al cuervo no le gustaron. Y aunque tampoco yo parecía caerle bien a esta ave, sin duda ha sido mi única compañera de viaje en estos últimos tres años, aunque aún no tenía ni idea de porque me sigue a mí. Pero si algo he aprendido de mi amigo emplumado es que el solo aparece si hay algo que represente un peligro inminente. Los tipos de ahí sin duda representaban una amenaza.
Me aparté del alfeizar de la ventana, me vestí con unos jeans negros que encontré tirados en el suelo y una playera gris gastada. Después de vestirme, cogí mi chaqueta junto con mi bolsa. La bolsa era lo suficientemente pequeña para ser un equipaje de mano y lo suficientemente grande para transportar todo lo que necesitaba. Me puse en los pies los primeros zapatos que vi y salí por la puerta.
Vestir de negro podría parecer cliché en este ámbito de trabajo – o sea huir – pero el chiste de ser un prófugo es pasar desapercibido. Una de las primeras lecciones que me enseñó el tío Argus, cuando apenas podía dar unos cuantos pasos temblorosos de niño, había sido cómo pasar desapercibido. –Es una de las fachadas más importantes de un Sealgairean – Siempre decía –. No lo subestimes.
Y pasar desapercibido es en realidad la cosa más fácil en todo el mundo, porque todo lo que tienes que hacer es andar resueltamente como si fueras el dueño del lugar, levanté la barbilla ligeramente y puse los hombros rectos, salí en dirección a la esquina de unos callejones, emergí a otra calle oscura– ésta más muerta que la anterior –. Llevaba haciendo esto durante años, siempre lo hacía, aunque no hubiera nada simple en huir de las personas con las que había crecido. Anduve así hasta que encontré el coche de Jessie Brown estacionado, – el tipo me debía dinero, esto contaba como cuenta saldada –. Hice una mueca ante la energía correr por mi cuerpo, me tarde unos segundos en recomponerme y abrir mis oídos. Pasos, moviéndose rápidamente. Los pasos de mis perseguidores se escuchaban más fuertes, y más cercanos.
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Editado: 26.09.2019