Herejes : PrÍncipe De Sangre

Capítulo III: Juro por Dios

La puerta sonó al cerrarse detrás de mí. Corrí al baño y llegue justo a tiempo para vomitar en el retrete. Di unos tropezones hacia los lavabos para enjuagarse la boca y mirarme en los espejos que colgaban por encima de ellos. Con el pelo negro y los ojos marrones, parecía simple y corriente; nadie que destacable en una multitud, luciendo casi como un mortal, como alguien ordinario, esto era exactamente lo que quería, siendo alguien no destacable entre la muchedumbre podía ser quien yo quisiera en donde yo quisiera. – Tener una vida normal –.

Permanecí en silencio por un minuto antes de preguntarme de nuevo: ¿Qué rayos se supone que haga? La emboscada de ese bastardo me tomo por sorpresa y más que me allá dejado ir, considerando que me dio dos noqueadas antes de eso. Pero fue la mirada de Aarón lo que me preocupo más él no era un cazador la última vez que lo vi y mucho menos sabia contraatacar. Aunque muchas cosas habían cambiado desde ese entonces y sumando a eso mi huida del instituto, definitivamente tres años habían logrado cambiarlo de una manera radical.

Sabía extraentemente lo que tenía que hacer huir corriendo y perderme en el mundo incluso si eso significaba dejar atrás mi legado no tenía el coraje suficiente para encararlo.

Podía imaginarme la reacción de mi madre si supiese lo que estaba haciendo. Ella era una mortal simple y ordinaria sin ninguna habilidad sobrenatural lograba encajar perfectamente en la sociedad con los herejes y con los mortales – No todos los monstruos hacen cosas monstruosas, porque incluso en el camino de la noche hay luz – solía decir. Nunca logre comprender esa frase, para mí los monstruos eran eso monstruos, engendros nacidos de la codicia y orgullo de Dios, que aunque parecía no juzgar los actos de los herejes, tampoco daba castigo a ello.

Bolívar Betancourt—dije en voz baja. Sonaba como lo que era una pesadilla; y sabía igual que una condena. Aclare que no había aceptado nada todavía, pero las palabras murieron en mi garganta cuando me percaté de que realmente me iba.

Tanto tiempo tratando de mantenerme en movimiento y escondido, y ahora iba en dirección a la boca del lobo. – Realmente debo ser estúpido por hacer esto –. El bastardo había logrado convencerme de ir, enserio debo ser estúpido.

Hice algunas muecas a mi reflejo inclinándome hacia el espejo, tirando con firmeza de algunos mechones de pelo a los lados fije que tenía las raíces de color blanco no se notaba mucho por el resto de cabello oscuro que tenía. – Extraño – sin tomarle importancia mantuve la mirada en el lavabo un momento más para asimilar lo que estaba a punto de hacer.

Cuando volví a la sala principal, muchos mortales estaban presentes –las salvaguardas debieron caer–, caminando en direcciones de sincronizadas en un va y ven, muchos de ellos era estudiantes esperando sus autobuses, adolescentes normales con vidas normales, puede parecer que para ellos sus vidas sean insignificantes pero en realidad son los seres más afortunados, sin restricciones, sin miedo a ser descubiertos viven sus vidas mundanas y extraordinarias.

Uno par de chicos, parados en una esquina de la estación estaban mirando en mi dirección uno de ellos rio un poco en cuanto lo mire, no les dije nada, sino que pase ante ellos para dirigirme a la puerta y salir, nos lo culpaba por burlarse, debí lucir apesadumbrado. Me asomé por el borde de la puerta del edificio el cielo estaba claro y soleado, sin ninguna nube en ella, este era otro día más en Nueva Orleans.

 

Después de un rato de haber caminado, me metí con desgana a un callejón sombrío para descansar, colocando la bolsa de ropa atrás de mi cabeza para usarlo como almohada. El calor me había puesto somnoliento, y apenas podía mantener los ojos abiertos… Estando toda una noche sin dormir y correr por toda la ciudad no me quedaba más opción que descansar aquí y volver al barrio francés no era buena idea considerando mi forma de huida de ahí, muchos se harían preguntas.

Voces.

— ¿Disculpa necesitas ayuda? —Escuche una voz preguntarme.

Era una mujer, hablando en español con un acento griego. Como si fuera auto programado me desperté de un salto, ya había tenido suficiente por una noche. La mujer eran un poco mayor que yo, llevaba puesto un vestido bermejo que a simple vista parecía ser caro, era un brocado de seda entretejida con hilos de plata formando dibujos de flores.

¡Estoy bien! — Mi garganta se desgarró cuando hablé. La mujer silenció y me observo.

— ¿Necesitas agua? —Me preguntó la mujer.

Asentí, abriendo mucho los ojos. La mujer sonrió. Tenía un rostro de aspecto amable, suave y sin arrugas, fácilmente la hubiera confundido con una incubo pero este no era el caso.

La mujer echó un vistazo al cielo.




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