Herejía: La Ciudad del Profeta

7. La víspera de la desesperación.

Los rezos hacia los santos se habían aumentado, a pesar de que se dejaron de lado los cultos, las personas, los más ancianos, los más jóvenes que tenían miedo, se juntaban alrededor de las imágenes de oro, plata y bronce a pedirle favores, pedían con desesperación la confesión de pecados hacia los sacerdotes, otros tantos se mantenían dando ofrendas hacia el templo, dando lo poco que poseían para asegurar que la ciudad no fuera tomada, para asegurar que ellos no fueran a la guerra. 

Mi abuela una vez me dijo, que aquellos santos no eran más que un método para tenernos sometidos, aquellos santos eran el reflejo de un pasado antiguo, viejos dioses, viejos personajes que tuvieron trascendencia en la historia antigua de la que poco ha quedado registrado. Algunos santos del templo tiene formas extrañas, hay unos que se encuentran pintados de diferentes colores o tienen brazos de más, hay otros que tienen partes de animales o se mantienen sentados como si meditasen, hay unos que se mantiene vestidos con largas barbas y visten togas. El incienso y las velas es lo primero que se puede oler al entrar al lugar donde Dalal y sus santos moran. 

Los sangres no pecadoras ya han comenzado por su parte un éxodo a ciudades más cercanas al medio oriente, pero más bien, son pocas las que se aventuran, las que se arriesgan a ir a tierras lejanas, en donde no saben si serán del todos bienvenidos. Si se largan de la ciudad, será mejor que lo hagan antes de que Hispania caiga, las demás provincias no piensan tan diferente a nosotros, adoptar a los refugiados es una condena a muerte. 

Las viejas carreteras que han sido inutilizadas durante mucho tiempo, por primera vez desde aquellas grandes guerras se han mandado a limpiar, los carruajes y demás transportes pasan en filas largas, algunos se dirigen hacia las provincias fronterizas con las murallas del oriente y otros se dirigen hacia las provincias de la ciudad del profeta, miro hacia el horizonte, el sol se encuentra lo más alto del cielo y los bosques que rodean el recinto parecen ser una vía de escape, no tardarán más personas en pensar lo mismo, escapar de esto, escapar de los problemas pero no será algo fácil de hacer. Habrán guardias, los de seguridad irán a contabilizar con sus datos para escoger personas que trabajen en la construcción de las murallas que protegerán a Galia y a Zubamel. 

Moriremos de una de las dos formas, si es que tenemos suerte, escaparemos en unos años cuando tomen Hispania y moriremos en una ciudad lejana, moriremos lejos de casa, de la familia y amigos, dejado atrás a nuestros antepasados, dejando atrás nuestra historia, de lo poco que alcanzamos a tener. ¿Quién diría que algún día llegaría a extrañar esos días de trabajo arduo y escuela? 

Travis se ha mantenido un poco distante, su trabajo a pesar de mejor valorado, también se encuentra en peligro de ir a la guerra, su madre, la única familia que tiene, estaría sola, abandonada por un esposo cuyo paradero y estado es más que incierto. Un hijo que se iría a una guerra sin tiempo definido, un hijo que podría fallecer y recibir el mismo destino del que se presume obtuvo su padre. ¿Qué persona desearía eso? Seguro está llorando, está rota tratando de sobrellevar todo esto de la mejor manera. Incluso en la desesperación, las personas pueden llegar a rogar ante el ser en que menos creyeron y al que más odiaron. 

Ella es de las pocas personas que poca fiabilidad le tienen al dios que las maldijo y les dio una vida injusta, pero a ese mismo dios en tiempos de guerra y desolación es al único al que pueden recurrir, el temor que se inculco desde pequeños, lo que nos enseñaron se ve reflejado en estos tiempos. ¿Acaso será que realmente el hombre solo en estos momentos es cuando busca el respaldo de una entidad superior? Justo en aquellos momentos en que más desesperación hay, cuando los seres humanos más necesitados estamos, ahí es cuando recurrimos a una entidad celestial todopoderosa, cuando nos arrepentimos de todo lo que creemos que hicimos mal según se nos ha enseñado, solo para buscar un consuelo, una esperanza cuando ya no la hay, una luz al final del camino. 

 Había ido hace unos momentos al escondite de mis libros para traer  lo que tanto había esperado, aquel objeto por el cual podría morir, así hubiera sido hace unos días pero ahora las cosas han cambiado, esas personas, esos hombres me necesitan para morir en el intento. ¿Qué mejor forma de morir que siendo una mártir por Dalal? Seguro mi nombre aparecerá en las estelas de los muertos en guerra en nombre de nuestro dios. 

Nuestros cuerpos serán calcinados y olvidados por el tiempo, nuestras cenizas volarán con el viento por el mundo que ha sido contaminado por los pecados, por el mundo donde lo gobiernan aquellas criaturas que alguna vez fueron humanas. 

Incluso llegué a pensar de que tendría un futuro tranquilo, sería la dueña de la tienda de lácteos de mi padre, tendría hijos con aquel chico de ojos claros y sonrisa enternecedora cuyo sueño es el teatro. Un futuro bastante aceptable, ni malo ni bueno para decir la verdad. Ahora siento como si el destino ha cambiado por completo, como si tuviera tatuada en la frente mi muerte en la nueva guerra. 

Los sacerdotes que siempre se pasaban de aquí para acá, han desaparecido de la noche a la mañana, desde antes del anuncio que se hizo de que todos pelearemos e iremos a la guerra, sin importar sangre, sin importar de donde venimos. La guerra, la destrucción  del reino del profeta es mucho más peligrosa para siquiera pensar en usarnos solo a nosotros, ahora necesita sacrificar a unos cuantos sangres no pecadoras, personas que tampoco les tiene mucha importancia. Mientras él se encuentra en su gran palacio a miles de kilómetros de aquí. 



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En el texto hay: utopia, futuro postapocaltpico

Editado: 17.01.2019

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