Herejía: La Ciudad del Profeta

8. El diablo hecho un santo arcángel.

"Se tunal sutawasket kimatit tik ne ejekat wan kimatisket ne tay tesu welit kichiwat, semaya tay tesu kinekit kichiwat."

Una delicada y suave música se dejaba escuchar por todo el refinado salón, las paredes se encontraban pintadas con finos acabados y el techo poseía bajo relieves, se podría decir que estábamos en un palacio, de no ser porque era considerado nada más como una casa. La casa de la familia más importante de toda la zona norte del imperio de nuestro profeta. 

La alcaldesa se encontraba sonriendo y hablando de asuntos serios que no deberíamos de escuchar, pero que para nuestra gracia, somos los meseros del evento privado, en el que se encuentran involucrados dos de las personas más importantes del reino. La gran mesa del centro, se encuentra atestada de una variedad de productos para comer, hay langostas, camarones, pescados, pollos enteros, carnes cocinadas en más de un mar de formas, cosas que nunca en mi vida he probado y quisiera, pero para mi desgracia no será así hasta que la invitada de honor se vaya de la mansión. 

En las ventanas que dan al fondo, se puede apreciar un poco los grandes edificios que sobresalen de la gran ciudad, y si se desea ver más de cerca, se dejan ver los caseríos donde vivimos nosotros, una zona gris y deprimente que apenas se deja mirar, por los grandes rascacielos que sobresalen y el verde espesor del bosque que se comió la antigua ciudad en donde ahora estamos. 

Somos nada más algo  que ellos han querido obviar, algo que han querido ocultar para evitar sentirse culpables, para poder disfrutar aún más sus lujosas vidas, la mujer que se encuentra frente de la alcaldesa le mira sin mediar una palabra desde hace un par de minutos, de tez bronceada como el olivo, ojos cafés como el roble y cabellos tan negros, tan sedosos como la noche misma. 

Viste un atavío muy diferente a como se acostumbra vestir aquí, un velo color rojo vino le cubre parte de sus cabellos, lleva zapatos de punta que le hacen parecer mucho más alta de lo que es, una especie de abrigo le cubre los hombres, dando la sensación de que es una capa. Lleva puestos unos pantalones que le hacen parecer unirse hacia abajo, son como acampanados, de una misma tonalidad que la de su velo. 

Está señora ha llegado como embajadora desde la Ciudad Santa, la ciudad del profeta, para emitir los decretos, ella fue quién dio la orden de que los pecadores y los salvos van a pelear contra los rebeldes. Yo no creo que esto sea bueno, algo deben tramar, el profeta nunca se arriesgaría a mandar a matar a hijos de los no pecadores en una guerra. Es como dejar morir a los suyos, es crear una guerra entre las familias más importantes de aquella gran ciudad llena de oro y plata, donde los mares son de diamantes y la pobreza es solo una vaga leyenda. 

  — ¿Creéis que estarán calmados con eso que me has hecho decir? ¿Qué es lo que está planeando nuestro gran profeta y emperador? ¿Por qué nos está condenando justo ahora? ¿Acaso se ha vuelto loco? —  Le gritaba exaltada la alcaldesa. 

Cualquiera se pudo haber creído su discurso en el que ella siente nuestro pesar y desea liberarnos del yugo de la esclavitud que ella misma nos ha puesto, pero en estos pocos días que he estado trabajando en su casa, me he dado cuenta que todo es una farsa, esta mujer es una de las principales promotoras para darnos más horas obligatorias de trabajo comunitario. No nos ve como dice que ella, nos ve nada más como animales de carga, los que le mantenemos sus lujos y así lo seguiremos haciendo. 

  — Ha sido una decisión tomada por los príncipes y el emperador mismo juntos, no nos han querido decir nada a los embajadores, no es que le apoye, pero creo, ya sabes, es una estrategia nada más, para que esos bastardos crean que van a ganar igualdad y que nosotros somos los buenos de la historia, piénsalo de esa manera, los rebeldes quieren que todos los pecadores se les unan, el profeta los manda a todos ellos a una guerra. ¿No crees que es algo que nos pone en desventaja? Ya he escuchado muchos rumores en las calles sobre el descontento de esas sabandijas y eso puede ser muy peligroso ¿Lo sabes? La revolución y el pensamiento son las más grandes armas contra una dictadura como la nuestra, si ellos comienzan a pensar y razonar querrán cambiar las cosas, no podemos dejar que hagan eso, hay que seguir con la venda puesta en sus ojos —  Le contestó la embajadora con una arrogante mirada. 

Como me lo esperaba, esas personas son las malas, ellos nunca harán algo por nosotros, no son para nada de fiar. ¿Cómo es que la gente puede creerle a personas como ellas? ¿Cómo es que aún piensen que hay una esperanza si seguimos su mismo camino? No quiero una guerra, no la deseo, pero a veces pienso que es la única manera de hacernos escuchar, las personas se cansan rápido de buscar alternativas y no ser escuchados. 

—  Más les vale que sea así y no por el rumor ese que se anda esparciendo en las calles sobre la pelea entre uno de los príncipes herederos y una muchacha de por acá, el profeta debe de medir muy bien sus acciones, sino quiere caer de brazos caídos. —  Comentó mirando hacia la nada particularmente, la alcaldesa parecía muy ensimismada. 

La embajadora se puso a reír, se burlaba del comentario tosco que había hecho la otra mujer, eso solo significaba algo, no se podían comparar para decir que una hija de ella o de algún otro ente importante de la zona norte, tenía importancia en la vida de los hijos del profeta, de los reyes de este mundo. Los hombres que con la astucia hicieron que el mundo se inclinase ante ellos, si a ellos, los que reyes de estas desoladas tierras del norte, los ven como unos miserables títeres. ¿Cómo nos verán a nosotros? 



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En el texto hay: utopia, futuro postapocaltpico

Editado: 17.01.2019

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