Herencia de Sombras

Capítulo 1: El Jardín de las Sombras

Siempre me ha parecido curioso que el mundo se olvide tan rápido de cómo era antes. Nos enseñan que el equilibrio llegó con el poder de la mujer, que el orden fue restaurado cuando dejamos de depender de ellos. Pero, en realidad, nunca dejamos de hacerlo.
Los hombres son pocos, frágiles, intocables… y, sin embargo, ellos siguen siendo el centro de todo.
Mi nombre es Naira. Hija de una funcionaria del Alto Consejo, nací en uno de los distritos más seguros de la región central. Fui entrenada como guardaespaldas en la Academia Real de Defensa, donde apenas un puñado de mujeres somos elegidas cada año. No porque no haya suficientes capaces, sino porque proteger a un hombre… es algo sagrado.
Hoy comienzo mi primer servicio oficial. Mi madre lo arregló, por supuesto. Decía que “una mujer de mi rango tiene que cuidar al mejor”. Así que me asignaron al hijo del Primer Ministro: Kael.
El trayecto a su mansión me dio tiempo para pensar… tal vez demasiado.
Nunca he estado cerca de un hombre. En mi vida entera, solo he visto a dos. Uno de ellos llevaba un manto de seda y observaba desde la galería de la academia durante una evaluación de combate. El otro, aún más distante, llegó en una cápsula blindada al Parlamento. Nunca se quedaron mucho tiempo. Eran como fantasmas hermosos que flotaban por un mundo que no les pertenece, pero que sigue girando a su alrededor.
No sabía cómo sería mirarlo a los ojos. Escuchar su voz. O simplemente respirar el mismo aire que él. Había leído textos antiguos, libros prohibidos en algunas regiones, que hablaban de otra época: una en la que hombres y mujeres se enamoraban, se casaban, tenían hijos. Historias de amor, de deseo, de unión.
Ahora eso parece un mito.
En nuestra sociedad, muchas mujeres encuentran consuelo y amor entre sí. Es natural. Nos criamos juntas, luchamos juntas, vivimos sin la presencia masculina. Pero a mí… siempre me intrigó la figura del hombre. Su fuerza silenciosa. Su belleza imposible. Su misterio. Aunque jamás lo haya dicho en voz alta, esa curiosidad me hacía sentir distinta. Extraña.
Y ahora estoy a minutos de conocer a uno. No cualquier hombre. Uno que todos describen como orgulloso, hermoso, poderoso. Y peligroso… no porque tenga armas, sino porque es intocable.
Mi madre fue clara antes de despedirse esta mañana:
—Haz tu trabajo. No mires más de lo necesario. No sueñes. No preguntes. Este chico es intocable, Naira.
No supe exactamente a qué se refería, pero asentí como buena soldado. Porque eso es lo que soy: una guardaespaldas. Una sombra discreta, firme. Estoy aquí para protegerlo, no para descubrirlo.
A medida que la cápsula se detiene frente a los portones de cristal, respiro hondo. Enderezo la espalda. Borro el temblor de mis manos.
Sea lo que sea lo que me espere adentro, cumpliré mi deber a la perfección.
Los portones se abrieron con un leve zumbido, revelando un camino blanco de mármol entre jardines imposibles. Flores de colores que solo había visto en ilustraciones perfumaban el aire con una dulzura casi irreal. La cápsula avanzó en silencio hasta detenerse frente a una escalera custodiada por dos mujeres armadas. Vestían uniformes azules, con el emblema dorado del Primer Ministro sobre el pecho. Me examinaron en silencio y asintieron al ver mis credenciales.
—Puede pasar. La están esperando.
Entré.
La mansión era un mundo distinto. Cada pared, cada columna, cada rincón parecía construido para impresionar. Pero lo que más me sorprendió fue el silencio. Era como si el aire mismo contuviera la respiración.
Me condujeron a través de pasillos adornados con estatuas de cristal, techos abovedados y tapices antiguos que narraban la historia del nuevo mundo. En uno de ellos, una mujer levantaba en brazos a un niño varón mientras una multitud la veneraba.
Finalmente, llegamos a un salón enorme con ventanales del piso al techo. Allí, sentada en un trono bajo, una mujer de mirada severa me evaluó con atención. Era la jefa del servicio de seguridad interna. Me saludó con un leve gesto de cabeza.
—Él está en el invernadero. Le gusta pasar las mañanas allí. Solo observarás. No hables si no se te habla. No lo toques. No lo contradigas. No lo mires más de la cuenta. ¿Entendido?
Asentí.
El invernadero estaba al final de un pasillo oculto tras una puerta de madera oscura. Al entrar, el calor húmedo me envolvió. Las plantas exóticas formaban un techo vivo, y la luz filtrada por las hojas danzaba sobre el suelo como si el lugar respirara.
Y ahí estaba él.
Kael.
De espaldas, Alto, de cabello rubio como el oro. Vestía una túnica blanca que dejaba entrever su espalda perfectamente esculpida. Sostenía una flor roja entre los dedos, contemplándola como si fuera lo único importante en el mundo.
No sé cuánto tiempo pasé ahí parada, conteniendo el aliento.
Entonces él habló. Su voz fue baja, pero clara.
—Así que tú eres la nueva sombra.
No supe si debía responder. Dudé. Luego asentí en silencio.
Él no se volteó. Sonrió apenas, como si supiera que lo estaba mirando.
—Espero que no seas tan aburrida como la anterior.
Sentí el calor subir por mi cuello, pero no dije nada.
Solo me mantuve firme, como me entrenaron. Como mi madre me advirtió.
Y fue entonces que entendí: no iba a ser fácil proteger a este hombre.
No por el peligro del mundo exterior, sino por el peligro de lo que él despertaba en mí.



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En el texto hay: amor fantasía acción

Editado: 18.04.2025

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