Después de su visita a las minas y el fracaso en su intento de diálogo, Naira regresó a la mansión con más dudas que respuestas. Pero no podía dejar de lado su labor principal: proteger a Kael.
La rutina volvió a estabilizarse, aunque en su interior algo había cambiado. Su mente divagaba entre la vigilancia, las revueltas sociales, y la creciente conexión que sentía con el joven al que debía proteger.
Una mañana, después de cumplir con su turno habitual de vigilancia, Naira decidió entrenar en el gimnasio de la mansión. Necesitaba despejar su cabeza. Vestía ropa deportiva ceñida, sujeta el cabello con una trenza alta y comenzó una rutina intensa de combate cuerpo a cuerpo contra un maniquí articulado. Patadas giratorias, bloqueos, volteretas... su cuerpo era una máquina perfectamente sincronizada.
Kael, que caminaba distraído por uno de los pasillos cercanos, escuchó ruidos secos y golpes rítmicos. Intrigado, se asomó por la puerta entreabierta del gimnasio y se detuvo en seco.
La vio.
Naira estaba completamente concentrada, sus músculos marcados por el esfuerzo, la respiración agitada, el cuerpo flexible y ágil como una pantera. El sudor delineaba cada curva bajo la ropa mojada, y el ambiente vibraba con la intensidad de sus movimientos.
Kael se quedó quieto, hipnotizado.
Naira lo notó enseguida, claro. Pero no se detuvo. Al contrario, elevó aún más la dificultad de su entrenamiento. Se impulsó con una voltereta hacia atrás, encadenando una serie de golpes con precisión quirúrgica. Lo sentía observándola, y por primera vez, no le molestaba. Lo disfrutaba.
Después de varios minutos, se detuvo lentamente, fingiendo sorpresa al notar su presencia.
—Oh, Kael… no te había visto ahí —dijo mientras se pasaba una mano por la frente para apartar el sudor.
—Yo… —Kael tragó saliva, visiblemente nervioso— solo pasaba por aquí… y escuché ruidos. No sabía que entrenabas con tanta… fuerza.
Sus ojos no podían evitar recorrer su figura. Naira lo sabía. Estaba empapada en sudor, la ropa pegada a la piel, el pecho subiendo y bajando con la respiración. Una imagen poderosa y sensual.
—¿Te impresiona? —preguntó con una sonrisa ligera, entre desafiante y juguetona.
—Eres… muy buena. —Kael desvió la mirada, rojo como una manzana— Yo no sabía que… quiero decir… eres más fuerte de lo que pareces.
—Lo tomo como un cumplido —replicó Naira, caminando hacia la toalla sin quitarle los ojos de encima.
Kael murmuró algo ininteligible, se excusó con torpeza y salió rápidamente del gimnasio, tropezando apenas con la puerta.
Naira lo observó alejarse, y solo entonces dejó escapar una carcajada leve.
Se quedó sola en el gimnasio, con una sonrisa de satisfacción.
Había descubierto algo valioso: un punto débil. Y más importante aún… había confirmado algo que ya sospechaba.
A ella también le gustaba Kael.
Desde aquel día en el gimnasio, algo cambió entre Naira y Kael. No fue brusco ni evidente, pero estaba allí, en cada gesto, cada palabra, cada mirada prolongada.
Kael comenzó a tratarla con una gentileza distinta. Siempre había sido cortés, pero ahora se volvía caballeroso, atento, y a veces… nervioso. Le abría las puertas, le ofrecía el asiento más cómodo en los jardines, incluso le servía el té por las tardes cuando ella no lo esperaba.
—¿Qué haces, Kael? —preguntó Naira un día mientras él le alcanzaba una taza de infusión aromática.
—Solo soy amable —respondió con una sonrisa ladeada, sin dejar de mirarla a los ojos—. ¿O no se me permite?
—Se te permite todo… siempre que no intentes robarme el trabajo —bromeó ella, aceptando la taza.
Naira no sabía cómo manejarlo. Lo sentía más cercano, más humano. Y cada vez más irresistible. Se decía a sí misma que debía mantener la distancia, recordar su misión… pero no podía evitar rendirse un poco cada día.
Los cumplidos comenzaron a aparecer.
—Eres increíblemente fuerte, Naira. Y… también eres hermosa —le dijo una tarde, mientras caminaban por el invernadero de la mansión.
Ella sonrió, no como guardaespaldas, sino como mujer.
—Gracias, Kael. Tú también… bueno, ya sabes cómo luces —respondió sin bromas esta vez, sintiendo el calor en sus mejillas.
Era un amor que no podía ser expuesto. En aquel mundo, un vínculo como el suyo no tenía cabida. Ella era su guardaespaldas. Él, el hijo del Primer Ministro. Si alguien lo descubría, podrían separarlos… o algo peor.
Por eso su romance creció en las sombras, silencioso pero ardiente.
Un roce de manos cuando nadie miraba. Un susurro al oído disfrazado de instrucción. Una mirada intensa durante los entrenamientos o los paseos.
Las noches se volvían más largas. Kael la buscaba más seguido, con cualquier excusa. Naira comenzaba a dormir menos, imaginando cosas que no debía, deseando algo que no podía nombrar.
Y sin embargo, ahí estaban. Dos almas marcadas por un destino impuesto… y un deseo imposible de ignorar.