Desde hacía semanas, Naira seguía de cerca cada noticia sobre la huelga de las mineras. Aunque no había logrado acercarse nuevamente al movimiento tras su primer intento fallido, no podía apartar de su mente los rostros endurecidos y los ojos cansados de aquellas mujeres. El mundo parecía haberlas olvidado.
Una tarde, mientras cruzaba uno de los pasillos de la mansión, escuchó un rumor entre las sirvientas:
—Dicen que apresaron a la nieta de una minera retirada. Solo por estar cerca de una protesta —murmuró una.
—La quieren hacer ejemplo... condenarla a veinte años. Apenas tiene dieciséis —agregó la otra, bajando la voz como si las paredes escucharan.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Naira. Esa noche no pudo dormir. No podía permitir una injusticia así. No cuando tenía el entrenamiento, los recursos… y las ganas de hacer algo más.
Al día siguiente, empezó a trazar un plan para infiltrarse en la prisión secundaria de la ciudad. No pensaba decirle a nadie, ni siquiera a Kael. Pero él la conocía demasiado bien.
—¿A dónde vas con esa mochila? —preguntó con el ceño fruncido al encontrarla en el vestíbulo, enfundada en ropa de entrenamiento.
Naira suspiró, sabiendo que ya no podía ocultarlo.
—Voy a rescatar a alguien. A una chica que está siendo usada como chivo expiatorio. Es inocente, Kael. No puedo quedarme de brazos cruzados.
Él palideció.
—¡Estás loca! ¿Vas a infiltrarte en una prisión por alguien que ni siquiera conoces? ¡Naira, eso no es tu problema! ¡Es peligroso, te pueden matar!
—¿Y si fuera yo la encerrada injustamente? ¿No esperarías que alguien hiciera algo por mí?
Kael no supo qué responder. Bajó la vista, el corazón latiéndole a mil por hora.
—No quiero perderte —murmuró.
Ella dio un paso hacia él y tomó su rostro entre las manos.
—No me vas a perder. Pero necesito hacer esto. Hay demasiadas cosas mal en este mundo… y si no empiezo yo, ¿quién lo hará?
Kael la miró como si fuera la última vez, con los ojos llenos de fuego y miedo, de deseo y ternura. Y entonces, sin pensarlo más, la besó.
Fue un beso salvaje, urgente, cargado de emociones contenidas. El tiempo pareció detenerse mientras sus labios se fundían en un acto desesperado de amor, como si ambos quisieran decirse todo sin palabras, como si quisieran sellar una promesa sin pronunciarla.
Cuando se separaron, Naira lo miró con una mezcla de dulzura y fuerza renovada.
—Cuida de ti, Kael.
—Vuelve a mí —susurró él, con el corazón hecho trizas.
En la madrugada, mientras la ciudad dormía, Naira salió por la entrada trasera de la mansión. Su silueta se desvaneció entre las sombras con pasos decididos.
Desde la ventana de su habitación, Kael observaba, temblando. Una lágrima rodó por su mejilla.
Y Naira, con el sabor de su beso aún en los labios, sintió que podía enfrentarse a cualquier cosa.