El Consejo de Estabilidad Social se reunió de urgencia. La sala estaba iluminada por lámparas de cristal que pendían del techo como guillotinas suspendidas. Las paredes, cubiertas de retratos de mujeres poderosas, parecían observar con juicio a las presentes.
—Es una revuelta menor —dijo con desdén la Ministra de Control Laboral, cruzada de brazos—. Algunas mineras enardecidas por rumores. Nada que nuestras unidades de orden no puedan contener.
—¿Y la fuga? —preguntó la Consejera de Seguridad Interna, en un tono más agudo—. ¿No te parece preocupante que una prisionera desaparezca sin dejar rastro? Ni siquiera las cámaras captaron nada. Es como si… alguien del sistema lo hubiera hecho.
Un silencio incómodo recorrió la sala.
—Ya lo estamos investigando, —intervino el Primer Ministro Daerian con calma fingida, acariciando el anillo negro que llevaba siempre en la mano derecha—. No es momento de entrar en pánico. El pueblo necesita sentir que tenemos el control.
Pero sus ojos no eran tan serenos como su voz. Desde el incidente, su hijo Kael se mostraba más cerrado, más distante. Y Naira… esa muchacha comenzaba a volverse incómoda. Le habían llegado rumores de que estaba involucrada, aunque no tenía pruebas.
—Las mineras están tomando las calles —añadió la Ministra de Información—. Si no damos una respuesta pronto, esto crecerá. Lo de la reproducción asistida fue una imprudencia. No deberían haberse filtrado esas restricciones por clase. Ahora todas quieren ser candidatas. Hasta las que trabajan en las cloacas.
—¿Y por qué no habrían de quererlo? —preguntó una mujer joven, consejera recién llegada al salón. Su comentario generó murmullos. Las demás la miraron con frialdad.
—Porque eso no estaba en el diseño original del sistema —replicó Daerian con voz baja pero autoritaria—. Debemos proteger lo que hemos construido durante generaciones. No vamos a dejar que unas cuantas obreras cambien el equilibrio.
—Equilibrio, —repitió la joven consejera con ironía—. O supremacía.
Otra oleada de silencio.
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En lo profundo del gobierno, los engranajes del poder seguían girando. Se elaboraban planes de control, se reforzaban las prisiones, se preparaban campañas mediáticas para desviar la atención.
Afuera, sin embargo, el mundo comenzaba a moverse sin permiso. Y aunque no lo querían admitir, todas las figuras de poder en esa sala compartían el mismo miedo oculto:
¿Y si esta vez… no logran detenerlo?