Kael no había vuelto a dormir bien desde la noche en que Naira se marchó. La mansión se sentía hueca, inmensa y vacía sin su presencia. Cada rincón le recordaba a ella: su risa contenida, su mirada vigilante, su fuerza imbatible. Y sobre todo, el beso. Aquel beso que aún ardía en su boca como fuego robado.
Pero no se quedó cruzado de brazos.
Desde su torre personal, con acceso limitado al sistema de información central, Kael comenzó a indagar. No podía moverse con libertad, pero había aprendido a obtener lo que necesitaba. Tenía recursos, contactos discretos… y un intelecto que nadie solía tomar en cuenta por su aspecto delicado y su posición privilegiada.
Un día, cuando Naira regresó en secreto tras la misión del rescate, Kael la recibió en su habitación. Cerró la puerta con llave. Estaba nervioso, pero determinado.
—Necesito hablar contigo, —dijo con gravedad.
Naira alzó una ceja, intrigada. Se acercó sin miedo, con esa mezcla de firmeza y ternura que solo ella sabía proyectar.
—¿Qué pasó?
—He estado investigando. Sé que me pediste que no me metiera, que era peligroso. Pero no podía quedarme sin hacer nada.
Le mostró una pantalla con documentos filtrados. Fotografías. Registros escondidos. Información clasificada.
—Encontré una base de datos restringida. Ahí aparecen los protocolos de selección genética para reproducción asistida. Y Naira… no es al azar. Nunca lo fue.
Ella sintió que algo se retorcía dentro de sí.
—¿Qué quieres decir?
—Los varones no nacen por casualidad. Son seleccionados. Diseñados. Fabricados bajo contrato, por familias que pagan lo suficiente o que están en deuda con el poder. Incluso el término "bendición" que usan para las familias con hijos varones es parte de una estrategia para mantener la ilusión.
—¿Y las familias pobres?
—Jamás han sido candidatas. Las mineras, las obreras… están vetadas por protocolo. Ni siquiera revisan su material genético.
Kael la miró con ojos turbios.
—Pero eso no es lo peor. El nombre de mi padre aparece como uno de los administradores de este programa. Y hay registros de que ha autorizado inseminaciones con embriones varones… incluso a cambio de favores políticos.
Naira se quedó sin palabras. Todo lo que intuía comenzaba a tomar forma.
—¿Qué vas a hacer con esto? —preguntó, casi temiendo la respuesta.
—Nada... todavía. Pero quiero que lo sepas. Que no estás sola en esto. Y que si me dejas, quiero luchar a tu lado.
Ella no dijo nada. Solo lo abrazó con fuerza. Kael apoyó su frente en su cuello, sintiendo su calor, su fuerza. Había cruzado un umbral sin retorno. Ya no era el chico delicado e intocable. Ya no quería serlo.
Kael permaneció en silencio un largo rato tras mostrarle los archivos a Naira. La pantalla seguía encendida, pero ya no la miraba. Sus ojos estaban perdidos en un punto indeterminado de la habitación, como si el mundo se hubiera vuelto una mentira de pronto.
—¿Sabes lo que eso significa, verdad? —murmuró, su voz apenas un suspiro—. Que yo… no nací por azar. Que alguien firmó mi existencia. Que no soy un milagro. Soy un producto.
Naira sintió cómo se le oprimía el pecho.
—Kael…
—Siempre crecí creyendo que era especial —continuó él, con un amargo temblor en los labios—. Que mi nacimiento era algo sagrado, una de esas raras bendiciones que cambiaban la historia de una familia. Pero no. Mi existencia fue un trato, un pago, una jugada política. Ni siquiera me pertenece mi propio origen.
Naira se acercó, sin decir nada todavía. Se sentó a su lado, tomó su mano entre las suyas, cálida, firme, presente.
—Kael, mírame —susurró.
Él levantó la vista. Había dolor en su mirada, y rabia, pero también vulnerabilidad. Era el niño que se creía único y acababa de descubrir que fue creado por conveniencia.
—No importa cómo llegaste a este mundo. Estás aquí. Respiras, sientes, eliges. Y lo que eliges es lo que te define, no cómo empezaste. Tú no eres un producto. Eres la mejor parte de este mundo para mí.
Él parpadeó, con los ojos húmedos.
—¿De verdad piensas eso?
Naira sonrió. Una sonrisa serena, sincera, que parecía iluminar todo lo oscuro.
—Eres una bendición, Kael. No porque lo diga un sistema. No porque te hayan diseñado así. Sino porque tú formas parte de mi mundo. Y si este mundo está podrido por dentro, tú eres la excepción más hermosa que he encontrado.
Kael la abrazó entonces. Un abrazo largo, tembloroso. Como si necesitara aferrarse a ella para no hundirse. Naira lo sostuvo con toda su fuerza, como una muralla contra la tormenta.
En ese silencio compartido, Kael empezó a reconstruirse. No desde el origen, sino desde el presente. Desde ese amor que le ofrecía Naira, tan real y tan libre de artificios como jamás había conocido.