La casa amaneció con una calma inusual. Naira y Kael compartieron el desayuno entre risas bajas, caricias fugaces y una complicidad que se había vuelto parte natural de su rutina. Después de la noche que habían compartido, todo parecía tener otro color. Más brillante, más real.
—¿Vas a entrenar hoy? —preguntó Kael mientras ella recogía las tazas.
—Tal vez más tarde. Hoy me provoca solo verte así… despreocupado —respondió ella, dándole un toque en la nariz.
Pero el momento quedó congelado cuando una sirvienta se acercó apresurada.
—Señor Kael… su padre ha llegado. Está en la entrada.
El nombre cayó como un peso de hierro sobre ambos. Naira sintió cómo Kael se tensaba, y él simplemente asintió.
—Dile que lo recibo en el despacho.
Antes de salir, Kael se volvió a Naira y le tocó el rostro suavemente.
—Espérame en la cocina. No quiero que estés cerca de esto… aún.
Ella asintió, sabiendo que era mejor así.
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El despacho era amplio, con una biblioteca a lo largo de una pared y una chimenea apagada en la otra. El Primer Ministro Daerian estaba de pie frente a una de las ventanas, de espaldas.
—Has crecido —dijo sin girarse—. Pero sigues igual de impulsivo.
—No viniste para comentar mi crecimiento —replicó Kael con frialdad—. ¿Qué quieres?
El hombre se volvió finalmente y lo enfrentó.
—Vine a hablar como hombres. Y como padre. No es un secreto que has estado preguntando demasiado. Investigando.
Kael se cruzó de brazos, desafiante.
—¿Y me vas a decir que la muerte de mamá fue un accidente?
—Lo fue. Trágico, sí. Ella se obsesionó con cosas que no podía cambiar, Kael. Cosas peligrosas. Jugar con el pasado, con secretos, puede volverse en tu contra.
—¿Qué cosas? ¿El sistema de nacimientos? ¿Los hombres estériles? ¿Tu propio papel en esto?
El Primer Ministro lo observó con dureza.
—No soy el enemigo, Kael. Pero hay cosas que deben mantenerse ocultas por el bien del orden. Y tú, como mi hijo, como mi heredero, deberías empezar a entenderlo.
Kael se quedó callado. Su padre aprovechó el silencio.
—Hay un puesto para ti en el Ministerio. Asuntos Internos. Es el momento de asumir tu rol. Y… existe la posibilidad de una alianza política. La hija de la familia Elion. Está en edad de compromiso.
Kael sintió un vacío en el estómago.
—¿Quieres que me case por estrategia?
—Quiero que pienses como un líder. Y si vas a seguir con tu guardaespaldas… no me opongo, pero sabes que no es nada serio. La puedes mantener contigo. Que esté cerca, así te protegerá. No es la primera vez que un hombre se relaciona de manera íntima con sus guardianas.
Kael apretó los dientes, pero asintió con la cabeza, solo por terminar la conversación.
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Cuando salió del despacho, el peso en sus hombros era otro. Encontró a Naira en la cocina, sentada con las manos entrelazadas sobre la mesa. Al verlo entrar, se levantó de golpe.
—¿Qué pasó?
Kael no dijo nada al principio. Solo la abrazó. Largamente. Luego, con la cabeza en su hombro, habló.
—Me ofreció un puesto en el Ministerio. Quiere que entre al juego. Que me comprometa con una mujer de otra familia influyente.
Naira tragó saliva, pero no se apartó.
—¿Y tú… qué le dijiste?
—Que acepto el puesto. No el compromiso. Y que quiero que vengas conmigo como mi guardaespaldas.
Naira se apartó un poco para mirarlo a los ojos.
—¿Y por qué aceptaste?
—Porque tú me enseñaste a pensar con estrategia. Si voy a cambiar algo, debe ser desde adentro. Fingiré ser el hijo perfecto… mientras buscamos la verdad.
Ella asintió despacio.
—Harás lo correcto. Y estaré contigo.
—El compromiso… lo detesto. Pero por ahora, no importa. No pienso casarme con nadie más que contigo. Y eso… solo si tú quieres.
Naira sonrió, con una mezcla de tristeza y amor profundo.
—Ahora no importa eso. Solo prométeme que no dejarás de ser tú, pase lo que pase.
Kael la besó con dulzura.
—Tú eres mi verdad.
Esa noche, mientras Kael dormía profundamente a su lado, con la respiración calmada y el gesto finalmente en paz, Naira permaneció despierta. Observaba el techo de la habitación apenas iluminada por la luna que se colaba por la ventana.
La promesa que le había hecho a Kael, de estar con él, de protegerlo, de descubrir juntos la verdad… ahora parecía más grande que nunca.
Jamás imaginó que su vida, tan estructurada, tan rigurosamente entrenada para obedecer y proteger, terminaría desafiando al poder más alto del país. Y, sin embargo, ahí estaba. Enamorada del hijo del Primer Ministro, aliada de una verdad que podía hacer temblar todo el sistema.
¿Cómo se sostenía una mentira tan grande por tanto tiempo?
¿Cuántos sabían? ¿Cuántos estaban involucrados?
El hecho de que los hombres no pudieran engendrar hijos… ¿era natural o provocado? Y si Kael no era un hijo legítimo, ¿quién era realmente su padre? ¿Cuántos más como él existían?
Apoyó una mano sobre el pecho de Kael, sintiendo los latidos suaves bajo su piel.
—Eres real —susurró—. Eres todo lo que este mundo quiso esconder. Y yo… te juro que voy a protegerte hasta el final.
Ya no era solo una guardaespaldas. Era testigo de una conspiración que podía derrumbar el mundo tal como lo conocían.
Y estaba lista.
Con determinación, se prometió a sí misma seguir investigando. Junto a Kael crearían un registro secreto: las familias con hijos varones, las conexiones políticas, las incongruencias del sistema. La verdad no se mantendría oculta para siempre.
Mientras el primer rayo de sol asomaba en el cielo, Naira cerró los ojos por fin. No como una soldado, ni como una subordinada.
Sino como una mujer despierta.