Kael caminaba por los pasillos del Ministerio con paso firme. Su presencia ya no causaba susurros por su belleza, sino por su autoridad. Desde que asumió el cargo de Coordinador General de Estrategia Política, había reorganizado dos comisiones, propuesto reformas y logrado lo que nadie había hecho en décadas: que miembros rivales del Consejo se sentaran a hablar con respeto.
Sus palabras eran precisas, su carisma magnético, y su habilidad para analizar escenarios lo convertía en una pieza clave. Los líderes más antiguos ya no lo veían como el hijo mimado del Primer Ministro, sino como un político nato, un sucesor inevitable.
Pero en casa, Naira aún se recuperaba. Las toxinas del veneno la habían dejado debilitada por días, y aunque su cuerpo sanaba, su mente no descansaba. No podía permitir que el atentado quedara sin castigo.
—No puedo quedarme en esta cama —dijo una noche mientras Kael le leía informes desde el sillón.
—Tú me cuidaste durante meses. Déjame hacer lo mismo ahora —respondió él, serio, tomando su mano.
—Sí… pero no soy una víctima, Kael. Y no pienso dejar que intenten matarme dos veces.
Él suspiró, sabiendo que no podía detenerla.
Así comenzó una investigación discreta. Naira revisó grabaciones, movimientos de personal, registros de cocina y listas de asistentes a la fiesta. Kael, por su parte, indagó dentro del Ministerio, preguntando con cuidado, buscando reacciones.
Fueron semanas intensas. Se turnaban para compartir hallazgos por las noches, como un juego entre dos cómplices. Hasta que un día, Kael irrumpió en la sala con el rostro pálido.
—La cocinera principal del banquete… trabajó años atrás como empleada doméstica para la familia Mirell.
—¿Los Mirell? —Naira alzó una ceja—. La familia de Alen Mirell, el ministro de Control Civil.
—Exacto. Y hay más. Esa mujer fue despedida por una supuesta traición. Luego desapareció de los registros… y reapareció meses antes del cumpleaños como jefa de cocina suplente. Entró por una recomendación directa de una funcionaria de nivel medio… con vínculos con los Mirell.
Naira se incorporó, la adrenalina corriendo por sus venas.
—Fue un ajuste de cuentas. Un ataque simbólico. Tú subes, y ellos intentan destruirme… para debilitarte.
Ambos sabían que no podían acusar directamente a los Mirell sin pruebas sólidas. Pero la mujer sí podía ser enfrentada.
Kael preparó un encuentro con el Primer Ministro y dos miembros confiables del Consejo. Mostró los registros. Naira presentó los resultados toxicológicos y las contradicciones en el testimonio de la cocinera.
Bajo presión, la mujer confesó. Había sido contactada por una funcionaria de la familia Mirell. Su misión era clara: neutralizar a Naira sin levantar sospechas. A cambio, su familia recibiría protección económica y un nuevo comienzo.
La noticia fue ocultada del público, pero dentro del Ministerio fue un terremoto. La funcionaria implicada fue destituida, y la mujer arrestada discretamente.
Esa noche, Kael y Naira regresaron a casa exhaustos. Se miraron largo rato en la sala silenciosa, donde el eco de la lucha aún parecía flotar en el aire.
—Lo hicimos —dijo él, alzando una copa de vino.
—Lo hiciste tú —corrigió ella, sonriendo—. Me salvaste, descubriste la verdad… y limpiaste el campo de batalla.
—Tú abriste el camino. Yo solo seguí tus pasos.
Naira lo abrazó con fuerza. Esta vez, sin temor a mostrarse frágil. Ya no eran guardaespaldas y protegido. Eran dos soldados del mismo frente. Y por primera vez, sentían que el poder estaba cambiando de manos.