La tensión en el Ministerio se sentía como electricidad estática en el aire. Pero esta vez no era miedo, era expectativa. La noticia corría de boca en boca, como un secreto que todos querían decir: Kael Daerian se postularía como Primer Ministro.
Por primera vez en generaciones, la candidatura no sería impuesta por una línea hereditaria o por acuerdos preestablecidos. El hijo del actual mandatario se lanzaba al ruedo por voluntad propia, desafiando no solo a su padre, sino al mismo sistema que lo había criado.
Kael lo anunció con serenidad frente al consejo del Ministerio, en una sala solemne, rodeado de miradas expectantes.
—Es momento de elegir. De verdad. No por tradición, no por conveniencia, sino por convicción. El pueblo necesita voz, y yo estoy dispuesto a ser esa voz.
Un murmullo recorrió la sala como una ola. Algunas cejas se alzaron, otras sonrieron discretamente. Había trabajado bien: había ganado aliados, tejió redes, tejió confianza. Incluso con aquellos que alguna vez lo vieron como un obstáculo.
Una de esas redes era la familia Draxon, viejos aliados de los Daerian. El patriarca, el mismo hombre que tiempo atrás lo amenazó por negarse a conceder una inseminación masculina a su esposa, ahora lo apoyaba.
—Me equivocaba contigo, Kael —le había dicho en privado—. Pensé que eras un niño malcriado, pero tienes más coraje que muchos de los nuestros. Haré que mi casa vote por ti. No por tu padre.
Esa conversación selló una alianza poderosa.
Mientras tanto, Naira dirigía otra batalla, igualmente crucial: la seguridad. Ya no era solo la guardaespaldas personal de Kael. Tras su impecable desempeño en la protección de la familia Daerian, le habían confiado el liderazgo de uno de los escuadrones femeninos de élite.
—Vamos a necesitar vigilancia en cada evento, control de acceso en los debates, reconocimiento facial en los auditorios —ordenaba, desplegando planos y mapas de la ciudad.
Su grupo la obedecía sin titubeos. Su nombre ya era sinónimo de respeto.
Una tarde, en uno de los pasillos del Ministerio, su madre se le acercó. Vestía con la elegancia sobria que siempre la caracterizaba, pero sus ojos mostraban algo más: orgullo.
—¿Así que ahora eres la jefa de seguridad del futuro Primer Ministro? —preguntó con una sonrisa contenida.
Naira se permitió sonreír de vuelta.
—Y tú, ¿vas a votar por él o por su padre?
—Por ti —respondió su madre, con dulzura—. Porque en cada paso que da, veo tu mano, tu fuerza. Porque has demostrado que proteger también es construir.
Se abrazaron por primera vez en mucho tiempo. Un momento silencioso, pero lleno de fuerza.
Los días siguientes estuvieron cargados de movimiento. Carteles comenzaron a aparecer, con el rostro de Kael y la frase: “La Igualdad No Espera”. Los discursos se multiplicaron. Las mujeres jóvenes lo seguían como una promesa. Las veteranas lo observaban con una mezcla de escepticismo y esperanza.
Naira, mientras tanto, afinaba los detalles. Vigilancia, rutas de escape, protocolos ante atentados. Sabía que su amor por Kael no podía nublar su juicio: el poder atraía enemigos. Y esta vez, eran reales.
Pero ambos estaban listos.
El tablero se había movido.
Y Kael Daerian, por primera vez, jugaba como protagonista.