Herencia de Sombras

Capítulo 6.

Las voces que regresan

Y cuando miras largo tiempo a un abismo,

el abismo también mira dentro de ti.
— Friedrich Nietzsche

El aroma del café recién hecho llenaba la cocina mientras Mara servía tres tazas con cuidado. La lluvia había cesado, pero el cielo seguía encapotado, como si guardara secretos.

Asher comía distraído, con la mirada puesta en su teléfono, pero sin auriculares esta vez. Mara me observaba en silencio, como esperando que yo dijera algo.

—¿Dormiste bien? —preguntó al fin, con voz suave.

Negué con la cabeza, pasando un brazo por encima de la mesa.

—Tuve otro sueño... pero esta vez fue distinto. Estaba en un castillo, y ella... Eire —expliqué.

Mara asintió, sin sorprenderse.

—El legado está despertando, Blume. Por eso sentiste la tormenta.

Asher levantó la vista.

—¿Legado? ¿Y eso que es?

—No es algo fácil de explicar —dije, intentando que no sonara tan extraño.

Mara sonrió, un gesto cansado pero firme.

—Todo tiene un propósito. Y aunque no lo entiendas aún, estás lista para enfrentar lo que viene.

Intenté creerlo.

La mañana avanzó entre palabras medidas y silencios cómodos, pero cada tanto mis pensamientos volvían al castillo, a la palabra Sarelith, a la sensación de que algo dentro de mí estaba cambiando.

Alrededor de las seis de la tarde, el aire estaba fresco y el parque casi vacío. Vi a Noah sentado en un banco, leyendo un libro. Cuando me vio, sonrió y me hizo un gesto para que me acercara.

—¿Quieres compañía? —preguntó con su voz tranquila.

Me senté a su lado, dejando que la calma del lugar me envolviera por un momento.

—He tenido una semana... rara —dije.

—Lo sé —respondió Noah—. Pero sabes que aquí estoy, ¿verdad? Para lo que necesites.

Sus palabras eran simples, pero en ellas había una sinceridad que me hizo sentir menos sola.

Nos quedamos allí, hablando de cosas pequeñas, intentando que el mundo real fuera un refugio, aunque por dentro todo parecía un poco más oscuro.

Nos quedamos sentados en silencio unos segundos, mientras el viento movía las hojas secas a nuestro alrededor. Noah cerró su libro y me miró con atención.

—¿Quieres contarme qué pasa? —preguntó con suavidad.

Respiré profundo y le hablé de los sueños, del castillo, del nombre Sarelith. De cómo todo parecía parte de algo más grande que yo.

Noah frunció el ceño, pensativo.

—Suena como si estuvieras en medio de una historia que solo tú puedes entender. Pero no tienes que hacerlo sola.

Antes de que pudiera responder, Aria apareció corriendo, con la energía que siempre la caracteriza.

—¡Hey! ¿Qué hacen aquí tan serios? —preguntó, sentándose a nuestro lado.

Le conté un poco, sin entrar en demasiados detalles. Aria escuchó con los ojos abiertos, interesada.

—Sarelith… suena a algo salido de un libro de fantasía —dijo, con una sonrisa—. ¿Ya buscaron en internet?

—Mañana lo haremos —respondí—. Pero lo raro es que cuando leí fragmentos del diario, había partes en un idioma que no entiendo. Es como un código antiguo.

Noah asintió.

—Puede que sea un idioma perdido, o algo que solo unos pocos conocen.

—Entonces mañana nos ponemos a investigar —propuso Aria—. No podemos quedarnos con la duda.

Sonreí, agradecida por tenerlos cerca.

—Gracias, chicos. De verdad.

Nos quedamos un rato más, hablando de cosas comunes, intentando que esa tarde no terminara en misterio.

Esa noche, antes de dormir, dejé el diario y el anillo sobre la mesita. Traté de calmar mi mente, pero la palabra Sarelith y el eco de la voz de Eire seguían resonando en mi cabeza.

Me tumbé, cerré los ojos y, lentamente, el mundo se desvaneció.

Abrí los ojos y no estaba en mi habitación.

El aire era fresco y olía a tierra mojada y hojas. Estaba en un bosque, pero no cualquiera.
Los árboles eran altos, antiguos, con cortezas que parecían susurrar secretos.
La luz del sol se filtraba en haces dorados, y el silencio era profundo, solo roto por el canto lejano de un ave.

Me sentí despierta, como si realmente estuviera allí.

Miré mis manos y vi el anillo que Mara me había dado, brillando tenuemente, casi vibrando.
De repente, una luz suave emergió de la piedra opaca en el centro, como si respondiera a mi presencia.

Con el pulgar, toqué la piedra, y una corriente cálida me recorrió el brazo.

Una voz profunda y serena, no lejana pero tampoco dentro de mí, habló sin palabras.

—Sarelith… despierta.

El anillo emitió un destello que iluminó el bosque a mi alrededor, y sentí que la tierra misma latía bajo mis pies.

Por un momento, sentí la conexión con ese mundo ancestral, un poder dormido que empezaba a llamar mi nombre.

Pero justo cuando intenté avanzar, una sombra se deslizó entre los árboles. No pude ver quién o qué era, solo que no era amigable.

El anillo vibró con fuerza, como advirtiéndome.

Y entonces, el bosque empezó a desvanecerse.

Desperté de golpe, el corazón latiéndome con fuerza.

El reloj marcaba las 3:33 a.m.

El anillo reposaba en mi mano, tibio aún.

Sabía que nada volvería a ser igual. Me quedé unos minutos en la oscuridad, respirando con dificultad. El sueño no había sido solo un sueño.
Había sido un llamado.
Y ahora sentía algo diferente dentro de mí.

Era como si una parte dormida se hubiera despertado, despertando también una fuerza antigua, latente.
Al abrir los ojos, lo primero que noté fue un ligero brillo en mi pupila derecha, casi imperceptible, como un reflejo de luz que no debería estar allí.

Intenté frotarme el ojo, pensando que era cansancio, pero el brillo permaneció.




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