Herencia de Sombras

Capítulo 7.

Donde habita el eco.

No hay mayor agonía que

llevar una historia no

contada dentro de ti.

— Maya Angelou

Amanecí con una certeza que no podía explicar.

No era solo que había soñado con el bosque otra vez.
No era solo que el anillo reaccionara como si tuviera voluntad propia.
Era la sensación de estar siendo guiada, empujada incluso, hacia un punto que aún no podía ver.
Pero que sentía en cada latido.

El reflejo en el espejo no era tan diferente al de siempre… pero algo había en mis ojos. Una profundidad que antes no estaba ahí. Como si las palabras que había leído —aquellas escritas en Velanther— se hubieran quedado en mí, latiendo, esperando.

Afuera, la mañana era silenciosa. Mara ya no me miraba con la misma preocupación de antes. Había algo distinto en ella también. Como si, por fin, empezara a aceptar que esto era inevitable.

Asher bajó detrás de mí. No dijo nada, pero noté cómo me observaba de reojo.
No lo culpaba.
Hasta yo misma me miraría raro si pudiera.

Me vestí sin pensar demasiado, y después de un desayuno silencioso, salí. Necesitaba respirar. Estar sola.
Pero al llegar a la esquina, la voz familiar de Aria me sacó de mis pensamientos.

—¡Hey, Blume! ¿Listísima para jugar a ser investigadora mágica?

—¿Mágica? —reí.

—Bueno, todavía no lo sabemos… pero seguro eres más interesante que cualquier novela juvenil.

Noah apareció poco después, con su mochila y un cuaderno en mano.

—No encontré nada sobre Sarelith en las bases de datos —dijo sin rodeos—. Ni en registros históricos, ni en nombres antiguos.

—¿Y Velanther? —pregunté, bajando la voz.

Noah y Aria intercambiaron una mirada.

—Tampoco —respondió él—. Como si no existiera.

Pero lo hacía.
Yo lo había oído. Lo había sentido en mis sueños.
Y lo más extraño: empezaba a entenderlo.

Aria lo notó.

—Tú sabes algo más, ¿cierto?

No respondí. No podía.
Porque lo que sentía no era conocimiento.
Era memoria.
Memoria que no era mía.

Y en algún lugar entre las palabras perdidas y los ecos de otra vida, algo esperaba que yo lo recordara.

La tarde terminó con una ligera llovizna. Aria y Noah se despidieron sin demasiadas preguntas, aunque noté cómo ambos me miraban cuando creían que no los veía. Como si supieran que algo más me estaba sucediendo.

Al llegar a casa, Mara y Asher ya estaban arriba. El ambiente estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.

Subí a mi habitación, cerré la puerta con cuidado, y saqué el diario de la caja donde lo guardaba. El anillo estaba a su lado, como si esperara.

Lo abrí, y esta vez no fui a las primeras páginas. Fui directo hacia el centro, guiada por un impulso extraño. Las hojas crujieron al pasar, y se detuvieron solas, como si algo me hubiera dicho: aquí.

La caligrafía era más agitada, como escrita con urgencia.

“He sentido su nombre en la piedra. Sarelith. El eco de ella despierta en los huesos del bosque y en la sangre. No es una heredera cualquiera. Es el espejo. El reflejo del Reino antes de su caída.”

Tragué saliva. El nombre seguía apareciendo, cada vez más marcado.

Más abajo, el texto cambió.

Velanther.

Y esta vez…
lo entendí.

No todo, pero palabras sueltas comenzaron a tener forma.
No como una traducción exacta. Más bien, como un instinto que susurraba el significado.

“Thar enael Sarelith…”
“Cuando el reflejo despierte…”

“…veran sol’th eir talenn.”
“…el velo se rasgará por donde la herida aún sangra.”

El aire se volvió espeso.
No sabía cómo, pero sabía que Eire me hablaba directamente a través de esas líneas.
Y que su mensaje no era solo un legado.
Era una advertencia.

Toqué el anillo.
Por un segundo, la piedra central se iluminó con un tono azulado, suave, como si respondiera a mi comprensión.

Y algo dentro de mí —no en mi mente, sino en mi pecho— susurró una palabra:

“Llave.”

El anillo era una llave.

Y yo era una puerta que aún no se abría del todo.

—¿Velanther? —la voz de Mara surgió detrás de mí, suave, como si ya supiera qué estaba leyendo.

Me giré de inmediato. Ella estaba en el umbral de mi habitación, con los brazos cruzados, el rostro sereno… pero en sus ojos había algo que no había visto antes.

No miedo.
Tampoco culpa.
Peso.

—Lo estás empezando a entender, ¿verdad? —preguntó.

Asentí. Sentía que cualquier palabra mía sería pequeña frente a lo que se estaba abriendo.

Entró despacio y se sentó en el borde de mi cama, observando el diario abierto entre mis manos.

—No eres la primera —dijo—. Pero sí la última.

Sentí un escalofrío.

—¿La última de qué?

Ella me miró con una mezcla de orgullo y tristeza.

—De las Umbrelle que pueden atravesar el velo.

El silencio se hizo espeso, como si el aire se hubiera detenido.

—¿Qué velo?

—El que separa este mundo… del otro.

Mara se llevó una mano al corazón, como si aún le doliera decirlo.

—Del otro lado está nuestro Reino. El que nos pertenece por derecho, pero que perdimos hace generaciones. Un lugar donde las líneas de sangre aún importan… donde la magia no es un mito, sino ley. Donde tu nombre tiene peso.

—¿Mi nombre…?

—Sarelith.

Mi estómago se contrajo.

Ella lo dijo sin temor, con firmeza, como si lo hubiera sabido desde siempre.

—Yo lo rechacé —continuó—. Cuando se abrió para mí, elegí quedarme aquí. No quise cruzar. Renuncié a mi lugar, a mis poderes… y a la guerra.

—¿Guerra?

—Entre dos Reinos. Uno que siempre fue nuestro. Y el otro… que nació para destruirnos. No lo digo como metáfora, Blume. Lo he visto. Lo viví cuando era más joven que tú.




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