Entre lo que soy y lo que me recuerdan ser
No recordarás cómo llegaste, pero él sí
recordará dónde te encontró.
— Voz no identificada, fragmento del Velo
Desperté sobresaltada, con la garganta seca y el corazón golpeando con furia. El techo era el de mi habitación. Mis sábanas estaban desordenadas. Y el anillo… el anillo brillaba, aunque el sol ya se filtraba por la ventana.
Me incorporé de golpe.
Estaba vestida con lo que usé anoche.
Tenía los zapatos puestos.
Y las palmas de las manos… sucias de tierra.
Pero no recordaba haber vuelto.
No recordaba el camino de regreso desde el bosque.
Solo los ojos de Liam, clavados en los míos.
Su figura quieta.
Su presencia que no era humana, aunque fingiera serlo de día.
Pasé los dedos por mis brazos, como si eso pudiera borrar la sensación de haber estado observada. Perseguida incluso.
Aunque él no se había movido.
Aunque no dijo una palabra.
La pregunta que me perseguía era más inquietante que todo eso:
¿Por qué estaba allí?
¿Y cómo supe que ese no era el Liam que todos conocían?
Me levanté despacio, con los músculos tensos. El diario estaba cerrado sobre la mesa. El anillo quieto.
Pero dentro de mí, algo seguía vibrando.
Y supe, sin necesidad de pruebas ni confesiones, que lo que vi anoche no había sido un sueño.
Fue un aviso.
Guardé silencio durante todo el desayuno. Mara me observaba, lo sé, pero no preguntó nada.
Asher se quejó del clima. Aria mandó un par de mensajes. Noah me escribió algo simple:
"¿Todo bien?"
Le respondí con un "sí" vacío, y seguí caminando hacia donde realmente quería estar.
La biblioteca del instituto estaba casi vacía. La mayoría prefería pasar el recreo en el patio o con el celular entre manos. Yo no. No hoy.
No quería hablar con nadie.
No quería que me miraran a los ojos y notaran que algo se había quebrado en mí.
Que ya no era exactamente Blume.
Caminé directo hacia el fondo, donde comenzaban los estantes viejos, los que olían a polvo y tiempo.
La sección prohibida no estaba cerrada con candado, pero tenía un letrero claro:
“Solo con permiso de profesores o personal autorizado.”
No importó.
Pasé.
Me sentía más cercana a lo que esos libros podían decirme, que a cualquier palabra que viniera de un humano.
Pasé los dedos por los lomos hasta que uno, más gastado que los demás, llamó mi atención.
Era de cuero oscuro, con símbolos grabados que no reconocía.
Pero uno de ellos… se parecía al del diario de Eire.
Lo tomé.
No tenía autor.
Solo un título dorado y casi borrado: “Crónicas del Umbral”
Me senté entre dos estantes, donde la luz era tenue.
El libro se presentaba como una obra de fantasía. Con mapas, nombres de reinos inventados, lenguas perdidas. Pero al leer las primeras páginas, supe que no lo era del todo. Había algo demasiado específico en la forma en que hablaba de los velos, de las líneas de sangre, de los anillos-llave.
Y entonces, lo encontré:
“Hay un Reino más allá de los velos, uno que nunca fue mencionado en los cantos ni en las escrituras visibles. Este Reino no nació de la creación, sino del resentimiento de la ruptura. Se oculta en las grietas del mundo y alimenta su existencia de las sombras de los demás.”
“Sus emisarios no tienen nombre, pero caminan entre los velados. Son los que olvidan y los que hacen olvidar.”
“Y cuando el heredero verdadero despierte, el Reino sin rostro irá a su encuentro. No para tentarlo. Sino para romperlo.”
Cerré el libro con las manos temblorosas.
No decía Liam.
No decía Sarelith.
Pero lo sentí.
Era real.
Y yo estaba en medio de ello.
El libro no pesaba mucho, pero sentía como si llevara piedras dentro.
Me lo deslicé bajo la chaqueta, cerrándola con cuidado mientras salía de la sección prohibida con el corazón latiéndome en los oídos. Nadie me vio. Nadie preguntó.
En el pasillo, las risas y pasos de otros estudiantes me parecían absurdos.
Yo había tocado algo real.
Algo que ellos nunca entenderían.
Volví a casa sola.
No dejé nota, ni aviso.
Ya no importaba.
Subí a mi habitación y me encerré. Bajé la persiana, dejé el anillo sobre la mesa, abrí el libro… y comencé a leer.
Las páginas hablaban de antiguas herencias que no se escribían en libros oficiales. De linajes escondidos tras nombres falsos. De sueños que no eran alucinaciones, sino recuerdos filtrándose a través del velo.
Y entonces, un fragmento:
“Sarelith no era un nombre, sino un título. Una marca. El reflejo del equilibrio. Solo ella puede cerrar la grieta. Solo ella puede devolver el nombre al Reino perdido.”
Tragué saliva.
El libro parecía conocerme más que cualquier persona viva.
Mi celular vibró. Lo ignoré al principio, pero luego lo tomé.
Era un mensaje de Noah:
—¿Estás bien? Has faltado tres días seguidos. Aria está preocupada.
—¿Pasa algo que no nos estás diciendo?
Sentí una punzada de culpa.
Esas versiones de mí —la amiga, la hermana, la hija— seguían ahí, esperando que regresara.
Pero la otra parte… la parte que comenzaba a despertarse… ya no podía retroceder.
Me quedé mirando la pantalla, sin saber qué responder.
Y fue en ese silencio donde comprendí algo más doloroso que cualquier revelación:
Estaba empezando a quedarme sola.
Tomé el celular. Mis dedos dudaron sobre la pantalla mientras pensaba qué decirle a Noah.
No podía contarle la verdad. No podía contarle que el chico más popular del instituto era algo más. Que lo había seguido hasta el bosque. Que vi en sus ojos a un ser que no era humano.