Lo que nadie debería haber visto
La noche es más oscura justo antes del amanecer.
Y yo les prometo, el amanecer llega.
— Harvey Dent, The Dark Knight
ASHER:
Nunca me he creído la excusa de que “alguien solo estaba dormido”.
Porque a veces… dormidos es cuando más vivos están.
O… cuando algo más vive por dentro.
Eran casi las cuatro de la madrugada cuando desperté por un sonido en la ventana.
No el crujido del viento, ni una rama. Era un paso. Lento. Arrastrado.
Me asomé desde mi cama, sin encender la luz. Blume no había dicho que saldría, pero tampoco era raro que se encerrara últimamente.
Solo que esta vez… no estaba entrando por la puerta principal.
La vi cruzar el patio trasero. Descalza. Con tierra en los pies y la ropa arrugada como si hubiera estado debajo de la tierra, no sobre ella.
Y lo peor no fue eso.
Fue cómo se movía.
No era que caminara como otra persona. Era ella. Pero…
no miraba. No pestañeaba. No temblaba.
Como si algo la estuviera guiando.
O como si no estuviera completamente aquí.
Entró por la ventana de su habitación sin esfuerzo. Como si lo hubiera hecho mil veces. Como si la gravedad no la tocara del mismo modo.
Y cuando sus pies tocaron la alfombra, el anillo brilló. Azul. Luego violeta.
La vi acostarse. Ni un suspiro. Ni una palabra.
Solo cerró los ojos… y el anillo se apagó.
No dormí después de eso.
Y no porque tuviera miedo.
Sino porque entendí algo que no había querido aceptar:
Mi hermana está en medio de algo que ya no entiendo.
Y tal vez…
Ya no está sola.
***
Volví a mirarlo. A Asher.
Mi hermano.
Tenía la voz baja, pero firme.
Como si estuviera diciendo algo que había querido negar hasta ahora.
—¿Qué… viste exactamente? —pregunté.
Él desvió la mirada, incómodo. Jugó con el borde de la manga de su sudadera, como si quisiera retroceder.
—No sé cómo explicarlo —murmuró—. Caminabas… como tú. Pero no eras tú. Algo en tu cara… en tus ojos. No estabas aquí. Era como si estuvieras siguiendo algo que yo no podía ver.
Lo sentí clavado en el pecho. Un golpe seco.
Quise decirle que estaba equivocado. Que se había confundido.
Pero no podía.
Porque yo tampoco sabía cómo había vuelto.
Recordaba la caída.
El golpe.
La voz.
El mundo azul y violeta tragándose mi visión.
Y después… nada.
Solo el techo de mi cuarto.
—No le digas a mamá —le pedí. Mi voz salió más débil de lo que quise.
—Blume…
—Por favor.
Asher me miró con esos ojos oscuros que no solían juzgar. Pero esta vez, no bajó la vista.
—¿Estás en peligro?
—No lo sé —respondí con la verdad que más miedo me daba admitir.
Nos quedamos en silencio.
Yo, con el corazón latiéndome como si todavía siguiera corriendo por el bosque.
Él, con la certeza de que algo estaba mal… y de que yo ya no iba a compartirlo.
Cuando salió de mi habitación, cerró la puerta despacio. Como si no quisiera despertarme.
Pero yo ya no iba a dormir.
No después de eso.
No después de haber estado allí.
Y no después de haber sentido que alguien… o algo… no quiere que regrese.
El celular vibró antes de que saliera de casa.
Pensé que sería Noah, o Aria. Pero no.
Era un número desconocido. Sin nombre. Sin foto.
El mensaje era corto, como si ya supiera que no necesitaba explicar nada:
"La verdad no se encuentra. Se recuerda."
Lo leí dos veces. Luego una tercera.
El anillo pareció latir en mi dedo.
No respondí.
Guardé el celular en el bolsillo y salí.
Necesitaba intentar parecer normal. Necesitaba respirar el aire del mundo cotidiano, ese que estaba empezando a sentirse más ajeno cada día.
En el pasillo del instituto, todo era igual… menos yo.
Las voces, las risas, los saludos de siempre. Pero todo me sonaba distante, hueco.
Como si yo estuviera detrás de un cristal.
Aria me encontró cerca de los casilleros. Me miró con el ceño fruncido, como si ya viniera con una bomba en los labios.
—¿No te enteraste?
—¿De qué?
—Liam —dijo—. Se fue de la ciudad hace dos días. Su madre se lo llevó por “motivos personales”, eso dicen. Nadie sabe bien por qué.
Mi cuerpo se tensó.
—¿Qué?
—Sí. Raro, ¿no? Nadie lo vio despedirse. Ni siquiera Savannah, y ella estaba con él a cada rato.
Tragué saliva. Sentí la sangre alejarse de mis manos.
Dos días.
Eso no era posible.
Yo hablé con él anoche.
Lo vi frente a la cueva.
Él me habló. Me advirtió.
Pero no dije nada.
Solo bajé la mirada y murmuré:
—Me siento mal. No creo que pueda quedarme en clases hoy.
Aria me tocó el brazo, preocupada.
—¿Estás segura?
Asentí.
Noah me vio de lejos, pero no dijo nada.
Quizá empezaban a notar mi distancia.
Quizá era lo que quería.
Fui directo a la biblioteca.
Busqué el rincón más apartado.
Saqué el libro —Crónicas del Umbral— y lo abrí con manos temblorosas.
Pasé página tras página… hasta que lo vi.
Una frase escrita en un idioma que no debía entender… pero entendí.
Velanther.
La lengua del Velo.
La lengua que, al parecer, solo yo podía leer.
“Si ha sido marcado, volverá. No importa cuándo, ni cómo. Lo que fue arrancado, siempre encuentra el camino de regreso.”
Sentí que el aire se espesaba.
Las letras del libro parecían moverse como tinta viva.
Y entonces supe:
Liam no se había ido.
Al menos, no como los demás pensaban.