Herencia de Sombras

Capítulo 10.

Sombras que persisten aunque cierres los ojos

Lo que niegas te somete.

Lo que aceptas te transforma.
—Carl Jung

Cerré el libro.

Ya no había voz.
Ya no había susurros.
Pero el eco de lo que había leído seguía latiendo bajo mi piel. Como si las palabras se hubieran quedado en mí, grabadas.
Como si no necesitara volver a abrirlo para recordar.

Lo guardé en mi mochila con cuidado, envolviéndolo con el suéter que no usaba desde la semana pasada.
No podía dejarlo ahí.
No otra vez.

Salí de la biblioteca. El cielo afuera comenzaba a tornarse ámbar.
Tarde. Más de lo que creía.

Entonces lo vi.

Apoyado contra la reja del patio, con las manos en los bolsillos y esa expresión entre preocupación y resignación:
Noah.

No estaba ahí por casualidad.

Cuando me vio, se irguió al instante.

—Ah, al fin —dijo—. Creí que te habías evaporado entre los estantes.

Intenté sonreír, pero no me salió del todo.

—Aria dijo que no te sentías bien, pero… —Se detuvo, mirándome con más atención—. Blume, estás pálida. ¿Qué estás haciendo?

—Solo necesitaba estar sola un rato —dije, sin mirarlo directamente.

—Llevas días “necesitando estar sola”. Y mientras tanto te pierdes, te encierras, te olvidas de que tienes personas que te conocen mejor de lo que crees.

Sentí una punzada en el pecho. Noah siempre sabía cómo decir justo lo que dolía más.

—No estoy lista —susurré.

—¿Para qué?

Guardé silencio.

Él lo interpretó como evasiva, pero no insistió.

—¿Tiene que ver con lo que sueñas? ¿Con ese idioma raro? —preguntó, ya más bajo, como si temiera que alguien pudiera oír.

Lo miré. Por un instante quise contarle todo: la cueva, Liam, el libro sin título, el círculo en mi ojo.

Pero no pude.

—Noah… es mejor que no te metas más —dije, con voz temblorosa—. No quiero arrastrarte.

—¿Y si ya estoy dentro? —preguntó—. ¿Y si nunca me salí?

Esa frase se me quedó clavada.

Pero no respondí.

Solo le dije que tenía que volver a casa.

Y lo dejé ahí, con el atardecer tiñéndole el rostro y la mirada llena de algo que no quise descifrar.
Noah no merecía mis sombras.

Pero quizás era inevitable que tarde o temprano, también lo alcanzaran.

La noche cayó como si no quisiera ser vista.

Llegué a casa sin recordar el camino. Todo era una neblina entre el pulso del libro escondido y las palabras que seguían resonando en mi mente.
No dije nada a nadie. Ni a Mara, ni a Asher.

Cené apenas. Subí a mi cuarto. Cerré la puerta con llave.
Y aunque el cuerpo pedía descanso… yo sabía que no iba a dormir.
Al menos, no como antes.

Me recosté con la vista al techo.
El anillo palpitaba.
El círculo en mi ojo dolía, como si alguien lo hubiera marcado con fuego.

Y entonces, sucedió.

Ya no era mi cuarto.

El aire era frío, pero no de este mundo.
El cielo era de un violeta profundo, con lunas múltiples suspendidas como espejos.

Y frente a mí… un valle de torres blancas, árboles de cristal y ríos que no seguían la gravedad.
Era un lugar imposible, de belleza inquietante.
Un lugar que no reconocía, pero que sentía como si lo hubiera soñado antes.
O vivido.

Y allí estaba ella.

Eire.
Vestida con capas oscuras, pero el cabello suelto. Su rostro era joven, pero sus ojos…
sus ojos conocían siglos.

—Sarelith —dijo, sin sorpresa—. Por fin has cruzado.

—¿Dónde estoy? —pregunté. Mi voz no sonaba como la mía.

Eire extendió una mano. No para tocarme, sino para señalar el horizonte, donde se alzaban ruinas antiguas y un mar negro que respiraba.

—Estás en la frontera del Reino Luminar. El último bastión antes del olvido.
El lugar que juraste proteger antes de nacer de nuevo.

Tragué saliva.

—¿Yo… juré?

—Tu sangre lo hizo. Tu herencia. La línea Umbrelle es el último eco del Velo. Eres lo que queda de nosotros.

—¿Y ellos? —pregunté. No sabía exactamente a quién me refería. Pero ella entendió.

Su expresión se endureció.

—El reino sin nombre. El que susurra a través de sombras y promesas.
Sus líderes no tienen rostro, solo máscaras.
Pero tienen a uno… el que vendrá por ti.

La imagen de Liam apareció en mi mente, sin permiso.

Eire desvió la mirada como si supiera lo que pensaba, pero no dijo su nombre.

—Debes mantenerte lejos. No todo lo que parece humano lo es.
Y no todo enemigo se muestra con garras.

—¿Por qué yo? —susurré.

—Porque ya comenzaste a recordar.

El mundo a mi alrededor comenzó a temblar.
Las lunas giraban más rápido.
El mar negro se agitaba.

Eire caminó hacia mí, por primera vez.

—Despierta, Sarelith.
Y no olvides lo que viste.
Protege lo que queda.
Y jamás, jamás cruces la línea.

Me senté de golpe en mi cama.

El anillo ardía.
El círculo en mi ojo seguía ahí.

Y en la palma de mi mano, sin saber cómo, había una hoja seca.
No era de nuestro mundo.

Y eso…
era solo el principio.

Golpearon la puerta una vez.
Luego se abrió.

—¿Estás despierta?

Asher.

Entró sin esperar respuesta. Llevaba una sudadera negra, el cabello revuelto, los ojos cargados de una mezcla entre preocupación y sospecha.

Yo aún estaba sentada en la cama, con la espalda recta, el cuerpo helado y los latidos en la garganta.

No supe dónde esconder la hoja.
Pero ya no estaba.

Había desaparecido.
Como si nunca hubiera existido… o como si no pudiera sostenerse en este mundo.

—¿Otra vez soñaste? —preguntó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.