El eco de lo que no fue dicho
Las respuestas no siempre son palabras.
A veces, son silencios que persisten.
—Elena Poniatowska
No dormí el resto de la noche.
El libro seguía abierto, pero ya no podía seguir leyendo.
Demasiado.
Demasiado todo.
Demasiado real.
Me quedé mirando el anillo largo rato. A veces parecía apagado, como si descansara.
Otras… latía con un leve resplandor.
Y yo, sin saber de quién esconderme más:
¿de mi familia, de mis amigos, o de mí misma?
Cuando la luz del amanecer comenzó a deslizarse por los bordes de la ventana, supe que no podía quedarme ahí encerrada.
No hoy.
Me alisté rápido. Camisa, suéter, el cabello suelto.
El libro escondido entre mis cosas, otra vez.
No estaba lista para contar nada.
Ni sobre el círculo en mi ojo.
Ni sobre Eire.
Ni sobre el Reino que aparecía en mis sueños.
Ni sobre Liam, que supuestamente se había ido hace dos días, pero al que vi apenas ayer… en el bosque… con un rostro que no le pertenecía del todo.
El instituto no era tan diferente.
El mismo murmullo.
El mismo aire.
Pero yo…
yo ya no era la misma.
Y lo noté, sobre todo cuando Aria me abrazó por la espalda y me dijo con ese tono de siempre:
—¿Adivina quién volvió a la vida?
—¿Yo? —respondí, fingiendo.
—Sí, tú, Miss Desaparecida. Si Noah no te buscaba ayer, pensábamos llamar a emergencias.
—Estoy bien —mentí.
Noah se acercó después, con una mirada que no me exigía, pero esperaba.
Como si supiera que había algo ahí, solo que no quería presionarme.
No se lo merecían.
Pero tampoco podía cargar esto con ellos.
En clase, no presté atención.
Mi mente estaba llena de símbolos, nombres que no entendía, advertencias que se mezclaban entre las líneas del libro y los sueños.
Sarelith.
El Reino Luminaris.
Y “el verdadero enemigo” que no viene del Reino sin Nombre.
Entonces, recordé las palabras que Eire me había dicho en la visión:
“No todo enemigo se muestra con garras.”
Y ahora todo dolía más.
Porque si Liam no era parte de ese Reino prohibido,
si no era un soldado de los que me advirtieron,
¿entonces qué era?
Y lo más aterrador…
¿por qué no siento miedo de él?
Después de clases, me escabullí en cuanto pude.
No esperé a nadie. Ni a Aria, ni a Noah.
Caminé rápido. El libro me pesaba más de lo habitual, como si supiera que lo iba a abrir otra vez.
Como si me esperara.
Llegué a casa.
Asher no estaba.
Mara tampoco.
Perfecto.
Subí, cerré la puerta y la aseguré con llave.
Saqué el libro.
Lo abrí.
Las letras ya no me parecían extrañas. Se deslizaban solas por mi mente, como si me recordaran algo que alguna vez fui.
“Tres reinos se alzaron más allá del velo. Uno de luz, uno de sombra, y uno sin forma.”
“El de la luz: Luminaris.”
“El de la sombra... fue maldito y exiliado.”
“Y el tercero... se oculta aún de quienes creen conocer el mundo.”
Las letras cambiaron levemente. Un nombre casi se dibujó... pero en ese instante, alguien golpeó la puerta.
Una, dos veces.
—Blume.
La voz de Noah.
Me congelé.
—Blume, sé que estás ahí. Aria me dijo que viniste sola y no le respondiste.
Quiero hablar contigo.
Guardé el libro con rapidez, como si fuera culpable de algo.
Pero no respondí.
Clic.
La puerta se abrió.
—¿Dejaste las llaves puestas...? —dijo mientras asomaba la cabeza. Pero cuando me vio con los ojos abiertos como platos y la respiración contenida, su expresión cambió—. ¿Qué estás escondiendo?
—Noah, no puedes entrar así —le espeté, cruzándome de brazos.
—¿Y tú puedes desaparecer durante días, mentirnos, fingir que todo está bien…? ¿Crees que eso es justo?
—No lo entiendes —murmuré, con el corazón acelerado.
—¡Entonces haz que lo entienda! —alzaba la voz, pero más por desesperación que por enojo—. Me estás alejando, Blume, y lo peor es que... me doy cuenta de que algo te está cambiando. No eres la misma.
—¡Porque algo me está pasando! —grité, de golpe—. ¡Y no puedo explicarlo! ¡No puedo!
Noah dio un paso atrás.
Por un segundo, todo fue silencio.
—¿Tiene que ver con Liam?
Esa pregunta me rompió algo adentro.
—Noah…
—¿Lo viste después de que se fue? ¿Es eso?
Negué lentamente con la cabeza, pero no respondí.
—Blume… —su voz bajó, como si estuviera hiriéndose a sí mismo con lo que iba a decir—. Si confías más en él que en mí… solo dímelo.
Abrí la boca, pero no salió sonido alguno.
Y entonces él susurró:
—Ya no sé si te estás protegiendo… o si estás protegiendo a alguien más.
Y antes de que pudiera detenerlo, salió del cuarto.
Cerró la puerta sin fuerza. Sin rabia.
Solo con tristeza.
Y yo, por primera vez, sentí que estaba perdiendo más que respuestas.
Estaba perdiendo a Noah.
Y tal vez… a mí misma.
Me quedé en silencio después de que Noah cerró la puerta.
El libro seguía allí. Abierto en la página que había intentado revelarse antes de que él llegara.
Como si todo me estuviera esperando.
Respiré hondo.
Mis dedos temblaron al rozar el borde de la hoja.
Y entonces, las letras comenzaron a formarse.
Negras. Líquidas.
Como si brotaran de la propia tinta del Velo.
“El Reino de la Sombra Exiliada… el que fue injustamente condenado…”
“Su nombre es…”
Las letras se congelaron.
Y por fin, apareció el nombre.
“Noctareth.”
Mi corazón dio un salto.