Herencia de Sombras

Capítulo 13.

Donde el nombre fue sembrado

Algunos nombres son sellos.
Otros... son llaves.
El tuyo es ambos. Y ya ha sido pronunciado.
— ???

Me desperté antes de que el despertador sonara.
La luz del amanecer atravesaba las cortinas con un tono grisáceo, aunque no llovía.
Greyhaven estaba tranquila, demasiado.
Como si el mundo contuviera la respiración.

Me senté en la cama, aún con la frase del libro repitiéndose en mi mente, como un eco en espiral.

“No será la oscuridad la que te destruya…”

Me llevé las manos al rostro.
Quería olvidarla. No podía.
No después de cómo el anillo había palpitado al leerla.
Pero no lo toqué. Lo dejé encerrado en su caja, como si al no verlo, no existiera.

—¿Blume? —la voz de mi madre se escuchó desde la cocina, canturreando una vieja melodía sin nombre—. El desayuno está listo.

Volví a ser… normal. Al menos por fuera.

Me vestí con rapidez. El uniforme. La mochila.
La máscara.

Bajé. Mara y Asher ya estaban sentados.
Ella servía café, como siempre.
Asher estaba sumido en su cereal, viendo algo en su tableta.

—Te ves más despierta hoy —dijo Mara, con una sonrisa distraída.

—Dormí bien —mentí.

Nadie notó nada extraño.
Y eso era lo extraño.

El camino al instituto fue silencioso.
La ciudad, aún más.
Los rayos del sol atravesaban las ramas como cuchillas.
Nada parecía fuera de lugar, y sin embargo… todo lo estaba.

Entré a clase antes de tiempo. Matemáticas otra vez.
No las odiaba, pero hoy no podía concentrarme en fórmulas.
Solo en el nombre que ahora caminaba por los pasillos del instituto como si perteneciera a este mundo.

Auren Delyr.

Y como si mi pensamiento fuera un conjuro… lo vi entrar.

El mismo porte. El mismo andar preciso.
Pero había algo distinto. Como si hoy su sombra pesara más.

Se sentó dos filas detrás.
Y esta vez… no desvió la mirada.

La clase comenzó sin sobresaltos, pero yo no escuchaba.
No era por las ecuaciones.
Era por la mirada clavada en mi nuca.

Auren no decía nada.
Solo… estaba.
Presente. Constante.
Como una palabra a punto de pronunciarse.

Pasaron unos minutos antes de que lo viera acercarse, justo al terminar el ejercicio que la profesora había dejado.

Y como un mal augurio envuelto en perfume caro… apareció Savannah.

—Auren —canturreó su nombre, deteniéndose justo frente a él—, si necesitas ayuda con las tareas, puedo explicarte todo. Hasta las fórmulas más difíciles. Bueno, las de matemáticas, no de química emocional —se rió con ese tono forzado.

Auren la miró sin apuro.
Sin molestia.
Sin nada.

—No —respondió con calma, su voz baja, profunda—. Blume me ayudará.

Y luego me miró.
Directamente.
Sin ningún pudor.

Me guiñó un ojo.

Mi cuerpo entero se congeló.

—¿Eh? —solté, sin pensar.

Savannah giró hacia mí con una ceja levantada.
Su sonrisa se tensó como un hilo.

Yo apenas logré articular:

—Ah… sí, sí. Yo lo… lo ayudaré —dije, sintiéndome traicionada por mi propia boca.

Savannah bufó. Dio media vuelta y se fue, el taconeo rápido de sus botas resonando como pequeñas bombas de indignación.

El aula se quedó en un extraño silencio, aunque la profesora seguía hablando al fondo.

Yo me giré hacia Auren con los ojos entrecerrados.

—¿Ayudar? ¿Yo? ¿A qué? —susurré, sin saber si estaba molesta, nerviosa o simplemente confundida.

Él se encogió de hombros, con esa calma indescifrable que parecía envolverlo como una segunda piel.

—Ya lo sabrás —respondió, como si el mundo le respondiera solo a él.

Después de clases, me fui directo a la biblioteca.
No era que necesitara estar ahí.
Era la única parte del instituto donde el mundo se sentía un poco más… contenido. Silenciado. Seguro.

O eso pensaba.

Recorrí los pasillos hasta la sección de consulta, con la intención de distraerme entre libros que no tuvieran ni anillos ni profecías escondidas. Me senté en una de las mesas del fondo, la más alejada.

—¿Ya me vas a ayudar?

La voz surgió de pronto, grave y suave, al mismo tiempo.
Giré bruscamente. Auren estaba parado junto a la silla contraria, una mano apoyada sobre el respaldo, una pequeña sonrisa en los labios.

—¿Qué? —dije, frunciendo el ceño, aunque mi voz salió más confundida que molesta.

Se sentó frente a mí, como si hubiera sido su lugar desde siempre.

—Los problemas. Los que dejó la profesora —respondió con naturalidad—. Dijiste que me ayudarías, ¿no?

—Eso fue… tú me metiste en eso —repliqué, aunque tomé el cuaderno casi sin pensarlo.

Pasamos cerca de una hora entre explicaciones, hojas dobladas y ecuaciones a medio resolver.
Auren prestaba atención, sí, pero más a mis gestos que al problema mismo.
Había algo en su mirada… como si ya supiera todas las respuestas, pero le interesara más verme dudar que acertar.

Cuando salimos, el sol comenzaba a ocultarse tras los edificios.
La luz caía de lado, tiñendo el cielo con un tono dorado pálido.
Y entonces, lo vi.

Noah.

Estaba esperándome justo al pie de las escaleras del instituto.
Su expresión cambió en cuanto me vio con Auren.
No necesitó palabras para dejarlo claro.

Auren se detuvo. Me miró.

—Nos vemos luego, Blume —dijo, sin apuro. Sin peso. Y se fue.

Noah esperó a que se alejara antes de hablar.

—¿En serio? ¿Con él?

—Noah, no es lo que parece —dije de inmediato, bajando los escalones.

—¿Y qué es, entonces? —preguntó, su voz más dura que nunca—. ¿Por qué estás tan rara últimamente? ¿Por qué me evitas? ¿Qué estás ocultando?




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