Herencia de Sombras

Capítulo 14.

En donde nacen las sombras.

Es peligroso cuando te acostumbras a vivir en la oscuridad.
A veces… cuando llega la luz,

no sabes si confiar en ella.
— Hanya Yanagihara

El 29 de agosto amaneció con un cielo que parecía robado de otra ciudad.
Azul puro.
Sin una sola nube.
Sin rastro de esa niebla constante que solía bañar Greyhaven como una maldición repetida.

Desde mi ventana, todo parecía… distinto.
Más brillante.
Más sospechoso.

El instituto esperaba, sí.
Pero yo no.
Algo en mí—como si fuera parte de otra brújula—me empujaba hacia el bosque.
Hacia esa entrada.
Hacia lo que nunca debería haber encontrado.

Me vestí con lo primero que encontré, metí el libro en mi mochila, y salí sin decir palabra.

No lo pensé demasiado.
No podía.

Caminé por las calles aún frescas, los rayos del sol hacían que las sombras se sintieran más lejanas… pero no menos peligrosas.

Cuando crucé el límite de árboles que rodeaba Greyhaven, el sonido cambió.
El mundo sonaba más apagado.
Más real.

Y entonces, la escuché.

—¿Blume?

Me detuve.
Aria.

Estaba a unos pasos detrás, con el cabello alborotado, sin aliento, y una expresión entre rabia y confusión.

—¿A dónde vas? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Por qué no fuiste al instituto? ¿Por qué no me hablas?
¿Y por qué Noah ya no te habla?

No supe qué responder.
Mi mente giraba tan rápido como mi corazón.

—Aria, yo solo… —empecé, pero antes de decir más, algo… o alguien… salió entre los árboles.

Él.

Auren.

Surgió desde la espesura como si el bosque lo hubiera parido.
Su andar sereno.
Su porte elegante.
Ropa oscura, chaqueta larga, cuello ligeramente abierto.
Sus ojos: grises, plateados, como si fueran espejos tallados con luna.

Se detuvo justo a unos metros.
Nos miró.
A las dos.

Y el sol, de alguna forma, pareció apagarse un poco.

—¿Interrumpo algo? —preguntó con una media sonrisa, pero su mirada se clavó en mí como si supiera exactamente a dónde iba.
Como si ya hubiese estado ahí.
Esperando.

Aria, junto a mí, soltó apenas un susurro:

—Wow… sigue igual de guapo.

Yo solo sentí el peso del anillo, guardado en el fondo de mi mochila, como si hubiera despertado con su presencia.
Y por primera vez, no sabía si avanzar… o correr.

—¿Interrumpo algo? —repitió Auren, mirando a ambas.

Aria se tensó a mi lado.
Yo también.
Pero él parecía completamente tranquilo.

—En realidad… —Auren alzó la voz con suavidad, mirando a Aria—. Yo cité a Blume aquí.
Tenemos un trabajo pendiente de Ciencias, ¿recuerdas?

Aria lo observó con una ceja arqueada.

—¿Trabajo? ¿En el bosque?

—Biología… ecosistemas. Fue idea de ella —respondió Auren con una sonrisa torcida, ladeando la cabeza hacia mí—. ¿No es así, Blume?

Mi mente buscó una salida.
Asentí, apenas.

—Ah… sí. Claro.

—No tienes que preocuparte —le dijo a Aria, y su tono, sin perder el encanto, se volvió más serio—.
No le pasará nada.

Aria dudó, me miró… y suspiró.
—Si no estás en casa en una hora, te juro que voy a arrastrarte de vuelta del pelo —murmuró en voz baja antes de girar y alejarse por el sendero.

Una vez que desapareció entre los árboles, el silencio volvió.
Un silencio tenso.

Auren dio un par de pasos, sin dejar de mirarme.

—No sabía que eras tan curiosa, Blume.
¿Vienes mucho aquí?
¿Buscas algo… o a alguien?

—¿Por qué tantas preguntas? —respondí sin mirarlo directamente.

—Solo intento entender —dijo, y por primera vez su tono fue menos encantador y más… atento.
Analítico.
Como si mi rostro escondiera un secreto y él estuviera descifrándolo.

—No me gustan los lugares llenos —dije, sin pensarlo—. Aquí hay silencio.

—¿Y eso buscas? ¿Silencio?
¿O respuestas?

Mis labios se entreabrieron.

—Yo… no sé —murmuré.

—¿Sabías que hay cosas en este bosque que no deberían existir?
Sombras. Puertas que solo se abren para ciertas personas.

Mi corazón se detuvo un segundo.

—¿Puertas?

Él asintió, cruzando los brazos.
—Dicen que algunas puertas no se ven… hasta que las tocas.
Hasta que el lugar te reconoce.

No dije nada.
La garganta me ardía.

—Y tú… —continuó—. Has venido antes, ¿no?

—Una vez —dije.
No sabía por qué confiaba, pero lo dije.

—¿Y qué encontraste?

Mis labios temblaron.

—Luces.
Y sombras.

Auren me observó con más intensidad, como si cada palabra que soltaba confirmara algo que él ya sospechaba.

—¿Visiones? —preguntó—. ¿Sueños, tal vez?

—¿Por qué preguntas eso?

—Solo es curiosidad. Pero dime algo, Blume…
¿Has oído ese nombre antes?

Se inclinó levemente hacia mí.
—Sarelith.

La palabra cayó como una piedra en el agua.
Mi estómago se encogió.

—No sé… de qué hablas —mentí, torpemente.

—No tienes que fingir. No conmigo —dijo con voz más baja—. Tú no eres como los demás.

Me quedé en silencio.
Y entonces, sin saber por qué, lo dije.

—Mi abuela…
se llamaba Eire.

Auren no se movió.
No parpadeó.
Pero su rostro cambió.

El aire entre nosotros se volvió más pesado.
Su expresión dejó de ser amable.
Era como si todo el bosque hubiese contenido el aliento.

—¿Qué dijiste? —preguntó con voz casi inaudible.

—Eire —repetí—.
Ella murió cuando yo era muy pequeña…
pero a veces aparece en mis sueños.

Auren dio un paso atrás, como si eso lo desestabilizara.
Su mirada bajó, luego volvió a subir hacia la mía…
Y por primera vez desde que lo conocí, pareció asustado.




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