Lo que la luna revela.
A veces, la marca del destino no se siente…
hasta que duele.
— Alina M. Roesner
La mañana llegó, pero no me sentí despierta.
El anillo seguía en mi dedo, como si nunca se lo hubiera quitado.
La piel del rostro... sin marcas a la luz del día.
Como si lo de anoche hubiese sido otro sueño.
Pero no lo fue.
Las cicatrices... las había sentido.
Y aún podía sentirlas.
Como si estuvieran tatuadas bajo la piel, esperando la luna para mostrarse otra vez.
Me levanté con cuidado.
No estaba lista para el instituto.
No estaba lista para nadie.
Aria me había escrito.
"¿Vienes hoy? Noah todavía no te habla... pero yo sí."
Sonreí con tristeza.
Yo no sabía ni si me hablaba a mí misma.
La casa estaba en silencio.
Mamá en su trabajo, Asher probablemente ya en camino.
Tomé una chaqueta, una libreta vieja, y el libro...
ese libro que había abierto solo con mi sangre.
Tenía que volver.
Volver al bosque.
Volver a la cueva.
Pero esta vez, no a buscar respuestas.
Esta vez, a buscar verdad.
El bosque no era el mismo.
El aire ya no era solo frío…
era expectante.
Como si el lugar supiera que yo volvía distinta.
La entrada de la cueva estaba ahí.
Las lianas habían crecido.
Las piedras parecían más pesadas.
Pero no me detuve.
Y al cruzar…
No vi luces.
No vi portales.
Solo oscuridad.
Y un susurro.
𝘚𝘢𝘳𝘦𝘭𝘪𝘵𝘩...
Me giré, el anillo ardiendo.
Nadie.
Avancé unos pasos.
La oscuridad se abría como si reconociera el camino.
Mi cuerpo no temblaba.
Ya no.
Porque algo dentro de mí había aceptado.
Y fue entonces que lo vi.
Una roca, tallada.
Un símbolo idéntico al del diario.
Y debajo de ella, una marca.
La misma marca que tenía yo… en el rostro.
Solo que ahora… la veía grabada en piedra.
—Esto ya pasó una vez —susurré.
Como si hablara con la niebla.
—Pero no puede volver a pasar.
El viento sopló.
El anillo respondió con un brillo sutil.
Y supe…
que alguien me estaba escuchando.
Desde el otro lado.
Di un paso más.
El eco resonó como si la cueva respirara conmigo.
La pared frente a mí parecía normal… hasta que la vi.
Una figura tallada.
Antigua.
Pero conservada con extraña perfección.
Una silueta de espaldas, armadura negra como la noche.
Una capa ondeando sin viento.
Y dos ojos tallados en piedra: grises.
Ceniza.
Plata.
Me acerqué con cuidado.
La roca emitía una energía extraña,
como si no fuera completamente sólida…
como si latiera.
Y bajo ella, una inscripción que parecía haber sido arañada con furia:
𝘓𝘢 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘪𝘯𝘰𝘴.
𝘌𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘢.
𝘠 𝘥𝘦 é𝘭.
Me alejé un poco.
El anillo ardía.
Y mi ojo derecho… veía algo más.
Una segunda figura, solo visible con la luz que salía de mí.
Delgada.
De cabello largo.
Un vestido oscuro que parecía humo.
Ella.
No Eire.
No yo.
Sarelith.
Y en sus ojos…
vi reflejada mi mirada.
El mismo dorado.
La misma rabia.
El mismo miedo.
Me quedé helada cuando escuché una última palabra,
como si alguien la hubiese susurrado desde el fondo de la cueva,
desde el fondo de la historia misma:
—𝘝𝘢𝘭𝘨𝘢𝘳𝘥…
No era una amenaza.
Era un recordatorio.
Valgard.
El nombre de lo que se esconde…
de lo que ya despertó al otro lado del Velo.
El viento soplaba distinto al salir de la cueva.
Ya no había esa tensión eléctrica en el aire,
pero algo seguía mal.
El cielo… seguía claro.
Demasiado claro.
Como si el mundo intentara esconder lo inevitable bajo una manta de sol.
Caminé en silencio,
con el anillo ardiendo leve sobre mi dedo.
Mi ojo derecho… aún brillaba débilmente,
como si no quisiera apagarse.
Y entonces lo vi.
Allí estaba.
Parado entre los árboles, como si el tiempo no hubiese pasado.
—¿Liam?
Me miró con una sonrisa tranquila.
Casi nostálgica.
—Blume —dijo con su voz de siempre—. Al fin.
—¿Qué haces aquí? Pensé que… ya no estabas en la ciudad.
—Volví —respondió—. Extrañaba este lugar.
Me acerqué unos pasos.
Sus ojos seguían verdes,
pero había algo más detrás.
Un velo.
Una sombra.
Como si algo lo habitara… o lo usara.
—¿Estás bien? —pregunté, fingiendo normalidad.
—Mejor que nunca.
Su sonrisa era…
vacía.
Como si fuera Liam,
pero al mismo tiempo no.
Algo en su presencia me erizaba la piel.
No de miedo.
De advertencia.
De peligro.
—¿Tú estás bien? —me preguntó él.
Asentí,
aunque el corazón me latía como si conociera la verdad que mi mente aún no entendía.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
Él no dijo más.
Solo me observaba.
Y entonces se dio la vuelta,
caminó unos pasos,
y se perdió entre los árboles sin decir adiós.
El bosque volvió a estar en calma.
Pero yo no.
Porque había algo en sus ojos…
algo que no era humano.
Y que jamás había visto en Liam.
O al menos,
no en el Liam que yo conocía.