Herencia de Sombras

Capítulo 17.

La hora de los sueños.

Los espejos son traicioneros...

a veces muestran lo que eres,

y otras... lo que intentas olvidar.

— Voz desconocida.

Por un instante pensé que estaba imaginando cosas.
Que el miedo me jugaba una mala pasada.
Pero entonces lo vi.

Liam… no era Liam.
Su silueta pareció vibrar, distorsionarse, y sus ojos dejaron de ser verdes para tornarse de un tono imposible, como si dentro de ellos giraran astros apagados y destellos de ceniza.
Su piel se ensombreció, y la sonrisa —esa que tantas veces había visto— se torció en algo más antiguo, más frío, más… inhumano.

Duró solo unos segundos.
Un parpadeo, y volvió a ser él.
O, al menos, la versión de él que yo conocía.

Retrocedí, tropezando con una raíz, y el mundo se desplomó bajo mis pies.
No había tierra.
No había bosque.
Solo un vacío negro que me tragaba.

Caí.
Y caí.
Y caí.

Hasta que, de pronto, abrí los ojos.

Me encontraba en mi habitación.
La penumbra estaba cargada de un silencio pesado, y mi piel estaba empapada de sudor frío.
Giré la cabeza hacia el reloj digital en mi mesita de noche.
3:33.
La hora de los sueños… o de las pesadillas.

Me incorporé, intentando normalizar mi respiración.
Llevaba mi pijama puesta.
El anillo no estaba en mi dedo.
No estaba en la mesita.
No estaba… en ninguna parte.

Tampoco el libro.

Algo en mi pecho se apretó.
Me levanté y caminé directo al espejo de cuerpo entero junto a la ventana, con la única luz de la luna entrando entre las cortinas.
Lo primero que vi fue mi ojo derecho.
Dorado. Brillante.
Más intenso que nunca.

La marca de la luna en mi piel también se veía más nítida… aunque solo a la luz plateada que bañaba mi rostro.

Y entonces me di cuenta.
El espejo no reflejaba mi habitación.
Detrás de mi imagen, había… otra cosa.

Torres oscuras recortadas contra un cielo violeta.
Campos cubiertos de neblina.
Sombras que se movían como si tuvieran vida propia.

Era un reino.
Mi reino.
El de Sarelith.

Tragué saliva, acercándome un paso.
En la esquina superior del cristal, había una grieta… pero no podía sentirla con los dedos.
Era interna.
Como si el espejo estuviera roto… por dentro.

Y de pronto, tuve la certeza de que ese espejo no estaba mostrando lo que es.
Estaba mostrando lo que será.

Me sentía perdida.
Ya no sabía si lo que veía era real o si solo era otro sueño más.
Mi mente estaba nublada, las ideas desordenadas, como si me hubieran arrancado de mí misma.

Me separé del espejo y me senté en la esquina de mi cama.
Inhalé.
Exhalé.
Pero nada parecía funcionar.

Volví la vista hacia la mesita de noche.
Seguía vacía.
Sin el anillo.
Sin el libro.
Solo un hueco que parecía gritarme en silencio.

Suspiré y me recosté de nuevo, con el corazón todavía inquieto.

No sé cuánto tiempo pasó, pero me despertaron unos golpes insistentes en la puerta principal.
Fuertes.
Urgentes.
Desesperados.

Parpadeé confundida, pensando que mi madre iría a abrir…
Pero los golpes continuaron.
Cada vez más intensos.

Me levanté, frotándome los ojos, con el cuerpo aún pesado por el sueño.
Me miré en el espejo al pasar… y el dorado en mi ojo ya no estaba.
O quizá sí… pero tan difuminado que no podía estar segura.

Bostecé mientras bajaba las escaleras.
—Ya voy… —murmuré con voz ronca, esperando que quien fuera escuchara.

Pero los golpes no cesaron.
Al contrario.
Se volvieron más rápidos.

Abrí la puerta con un movimiento brusco…
y todo el rastro del sueño se desvaneció al instante.

Noah estaba ahí.
Pero no era el Noah que yo conocía.

No había alegría en su mirada.
Ni entusiasmo en sus gestos.
Lo que vi fue miedo.
Cansancio.
Oscuridad.

Su ropa estaba sucia, manchada de tierra, como si hubiera estado corriendo… o escondiéndose.
Algo impensable en él, siempre tan pulcro, tan ordenado.

Fruncí el ceño, abriendo la boca para preguntar algo, pero no me dio tiempo.
Entró de golpe, casi empujándome hacia atrás.

El Noah frente a mí no parecía buscar conversación.
Parecía buscar refugio.

Lo miré confundida, como quien observa algo que no logra comprender del todo.

—Noah… —mi voz salió apenas como un susurro.

Él se desplomó en el sofá con rapidez, respirando agitado, las manos temblorosas.

—Blume… —dijo al fin, y al escuchar mi nombre en sus labios sentí un escalofrío recorrerme la espalda—. No sé qué fue… pero no sabía a dónde más ir.

Me quedé aún más confundida.
Me senté junto a él, sin saber qué responder, esperando…
esperando a que él hablara primero.

Noah se frotó el rostro con ambas manos, hundiendo los dedos en su cabello desordenado.
Hubo unos segundos de silencio denso, hasta que, finalmente, sus palabras rompieron el aire:

—Vi algo… —su voz era baja, temblorosa, casi irreconocible—. Algo en el bosque.

Sentí que el corazón me dio un vuelco, pero no me moví.

—No era un animal, ni una persona… —continuó, cerrando los ojos un instante, como si revivirlo le doliera—. Me seguía, Blume. Y no tenía ojos. Solo… sombras.

Tragué saliva, sin atreverme a hablar todavía.

—Yo corrí —su respiración se quebró—. Corrí sin mirar atrás… hasta que estuve frente a tu casa. No sé por qué vine aquí. Solo… sentí que debía hacerlo.




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