Herencia de Sombras

Capítulo 18.

Entre ecos y sombras.

El verdadero miedo no está en la oscuridad…

sino en lo que la habita.
— Stephen King

Me quedé mirando a Noah, con el corazón latiendo como si quisiera escapar de mi pecho. Entonces hablé:

—¿En el bosque? ¿Qué hacías ahí? —mi voz sonó más dura de lo que pretendía.

Esperé su respuesta, y él bajó la mirada, respirando agitado, las manos apretadas contra sus rodillas.

—Es que… yo te vi —dijo al fin, la voz quebrada—. Vi que entrabas al bosque. Quise seguirte, pero antes de que pudiera alcanzarte… habías desaparecido.

Mi respiración se volvió pesada.
Noah continuó, temblando:

—No sé cómo… pero ya no estabas ahí. Intenté entrar al bosque para ver qué era… pero antes de que lo hiciera, algo… —tragó saliva—, algo me empujó fuera de ahí.

Mis labios se entreabrieron, pero no dije nada.

—Y entonces lo vi… —su mirada me buscó, desesperada—. No eras tú. Era alguien más. Algo inhumano. Lleno de sombras. Con alas negras saliendo de su espalda.

Un escalofrío recorrió mi piel.

—Pero no pude ver más —siguió—, porque un sonido demasiado agudo comenzó a escucharse en mi cabeza. Como un chillido insoportable, como si me desgarrara por dentro.

Noah respiraba agitado. Yo empezaba a sentir miedo, pero no lo demostraría. No ahora, no con él en ese estado.

—Corrí… —su voz se quebró—. Corrí lo más rápido que pude. Esa cosa me perseguía, sentía su sombra detrás de mí. Pero al dar la vuelta hacia tu casa… ya había desaparecido.

Levantó la vista hacia mí, con los ojos húmedos, suplicantes.

—Por eso estoy aquí, Blume. Eres la única que no me tacharía de loco.

Mis ojos se nublaron. Me acerqué a él, y lo abracé fuerte.
Cerré los ojos, deseando que no fuera real.

Pero lo era.
Completamente real.

Mi madre y Asher aún no se levantaban, lo cual era raro; siempre estaban de pie muy temprano, pero no le di importancia, supuse que estaban cansados y querían descansar más. Miré a Noah y noté que ya se estaba calmando, lo cual agradecí.

—Noah… estás hecho un desastre —dije, intentando romper el silencio y hacer que olvidara un poco lo ocurrido. Después me encargaría de investigar eso.

Él me miró y sonrió por primera vez desde que había llegado.
—Lo sé —respondió—, pero no quiero salir de aquí.

—Está bien, te puedes quedar. Sabes que siempre puedes contar conmigo. Pero primero tienes que darte un buen baño.

—No traigo ropa…

—Eso no es problema, Asher tiene algunas que le quedan grandes… seguro que a ti te quedan bien.

—Está bien.

Sonreí con los labios apretados, una sonrisa de apoyo más que de alegría. Nos levantamos del sofá.

—La ducha está en el piso de arriba, al fondo a la izquierda —le indiqué.

Noah asintió y se dirigió hacia allá. Yo, en cambio, me fui al cuarto de Asher para buscarle ropa, pero al entrar me di cuenta de que no estaba. No estaba mi hermano.

Intenté calmarme, pero no podía. Mi corazón golpeaba tan fuerte que parecía querer salirse de mi pecho. Era sábado… él no podía haber salido un sábado tan temprano. No él.

Me quedé mirando la habitación vacía, intentando buscar alguna explicación lógica, pero ninguna llegaba. Y entonces, sentí una mano posarse sobre mi hombro…

El tacto me sacó de mi trance y giré para ver quién era. Me quedé sin aliento.

Era Noah.
O al menos… el rostro de Noah.

Me quedé lívida, paralizada, mirando sus ojos. No eran los ojos verdes de Noah. No. Ahora eran de un rojo profundo, un abismo que devoraba todo lo que miraba. Me observaba serio, inmóvil, con una rigidez antinatural. Abrió la boca para hablar, pero no salió ningún sonido de ella.

La voz llegó directo a mi cabeza.
En Velanther.

“Sarelith tẙharen dÿaen.”
“Sarelith tiene que morir.”

Abrí los ojos de par en par justo cuando sentí un golpe seco. Su mano me había empujado con tal fuerza que aterricé contra el escritorio de mi hermano. Un dolor agudo me atravesó la espalda. Caí de rodillas, jadeando, intentando incorporarme, pero otro golpe impactó contra mi estómago y me arrancó el aire de los pulmones.

Me doblé sobre mí misma, aferrándome el abdomen en un intento desesperado por respirar. Entonces lo sentí: una mano helada rodeando mi garganta, cerrándose con fuerza. El aire desapareció de golpe. Me levantó como si no pesara nada. Pataleé, arañé su brazo, intenté golpearlo… pero nada funcionaba.

Otra vez, la voz resonó en mi mente:

“Sarelith tẙharen dÿaen.”
“Sarelith tiene que morir.”

El pánico me calaba hasta los huesos. Esperaba que esto fuera un sueño, otro más, pero todo se sentía tan real que empezaba a dudarlo. Cerré los ojos, resignándome al vacío que me arrastraba.

Y entonces lo vi.

No eran mis recuerdos. Eran de ella.
De Sarelith.

Me vi a mí misma en ella, su reflejo, su sombra. Y la escuché hablarme en Velanther, sus labios repitiendo un canto antiguo, un hechizo olvidado:

“Nareth solum veilanth,
kae drenith moryan,
sarei’th veydra nÿm.”

“Que la oscuridad se rompa,
que la sangre despierte,
y que Sarelith viva en mí.”

Con el poco aire que quedaba en mi garganta, comencé a repetirlo en voz alta, palabra por palabra, mi voz quebrada y entrecortada. Sentí cómo algo en mí se abría paso, una fuerza dormida que reclamaba su lugar.

Al terminar, mis ojos se abrieron con violencia. El dorado de mi ojo derecho resplandecía con una intensidad imposible, un brillo vivo, casi cegador.

Por primera vez… me sentí fuerte.
Por primera vez… me sentí viva.

Apreté con ambas manos el brazo de Noah —o de lo que fuera aquello que se hacía pasar por él— y con un grito ahogado conseguí soltarme de su agarre. Caí de rodillas al suelo, jadeando, mis manos temblorosas se aferraron a mi garganta ardiente, a mi pecho herido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.