El eco de los ojos que no mienten.
No todo lo que observo deseo comprender…
pero contigo, Blume, me descubro buscando respuestas que temo encontrar.
—Auren Delyr
Auren:
Estar de incógnito es más difícil de lo que pensé. Creí que sería sencillo. Mi padre, Eryndor Noctheris, antes de morir, me dio una tarea: encontrar a la nueva heredera, seguir sus pasos… y destruirla.
Pero jamás imaginé que sería ella.
Yo la veía desde antes, la buscaba en ese espejo roto que conecta ambos mundos. Llegué a este pueblo con la misión de hallar a Sarelith… pero en el fondo también quería conocer a Blume.
Y cuando lo hice, todo se quebró.
Después de aquella noche en el bosque, cuando me confesó quién era su abuela, sentí como si todas mis esperanzas se desvanecieran. Se fueron como hojas arrancadas por el viento, lejos de mí, fuera de mi alcance.
Quise apartarme, lo juro. Intenté dejarla atrás, poner distancia, recordarme a cada instante que ella no era más que el eco de mi enemigo… pero por más que lo intento, no puedo.
Sus ojos…
sus ojos son como un juramento que me ata, una herida abierta en la que no deseo sanar.
Verla así, rota, perdida en un dolor que no comprende, me hace odiarme a mí mismo. Sé que a mi padre no le gustaría lo que siento, porque para él solo existía una verdad: la heredera debía caer. Pero yo… yo jamás conocí la verdadera historia. Solo escuché las versiones envenenadas deEryndor, y Eryndor mentía.
Mentía como cuando me dijo que mi madre había muerto al darme a luz.
Mentía… y yo crecí alimentándome de esas sombras.
Quizás Sarelith fue la enemiga de mi padre.
Pero Blume… Blume no lo es.
Y verla sufrir por cargas que aún no comprende, por cadenas que no eligió… me enciende una furia que no logro contener. Una furia que no sé si me pertenece a mí… o a la parte de mí que siempre luchó contra él.
* * * * *
Miré a Blume. Cada cierto tiempo observaba su celular como si esperara una respuesta que nunca llegaba; lo bloqueaba, suspiraba con resignación y volvía a mirarlo.
—¿Esperabas a alguien? —pregunté.
—Sí… estoy esperando a Aria y a Noah. Pero creo que no van a venir.
El sol ya se había ocultado y la luna comenzaba a trepar en el cielo. Fue entonces cuando Blume pareció caer en cuenta de la hora: miró la luna y se levantó con demasiada prisa.
—Ah… tengo que irme, ya es tarde.
Antes de que pudiera responder, se alejó con pasos apresurados. Me levanté enseguida y fui tras ella; al alcanzarla, tomé su brazo. No con fuerza, pero sí con la firmeza suficiente para detenerla.
—Espera…
Las palabras se congelaron en mi boca. La luz de la luna la bañó como un río plateado, revelando algo que no había visto nunca: unas marcas comenzaron a emerger en el costado derecho de su rostro, y su ojo derecho, poco a poco, adquiría un resplandor dorado.
Me quedé sin aliento.
Blume notó mi expresión y, de inmediato, se soltó de mi agarre para cubrirse el rostro.
—Tú… no debías ver esto.
Y salió corriendo.
Era evidente que no podía dejarla ir, no así, no sola.
—¡Blume, espera! —alcé la voz lo suficiente para que me escuchara.
Para mi sorpresa, se detuvo. Su silueta temblaba bajo la luz de la luna, vulnerable, quebrada. Cuando llegué hasta ella, la tomé suavemente de los hombros. Sus ojos me evitaron, pero para mí seguía siendo perfecta… peligrosa, imposible, y aun así perfecta.
—Déjame acompañarte… —susurré.
Blume pareció confundida por un instante. Su respiración era agitada, como si dudara de sí misma, como si cualquier movimiento la fuera a romper. Y aun así, terminó asintiendo en silencio.
Comenzamos a caminar, lado a lado, en dirección a su casa. El aire nocturno estaba impregnado de un silencio extraño, como si hasta los árboles contuvieran la respiración para observarnos. De reojo, pude ver cómo las marcas en su rostro latían apenas, un destello dorado que se apagaba y encendía como si respondiera a la luna.
Yo no debía sentir esto.
No debía quedarme.
Y, sin embargo, la idea de soltarla ahora me parecía insoportable.
Blume parecía mirar a todos lados como si temiera que algo fuera a saltar de entre las sombras. Su respiración era corta, contenida, como si todo en su cuerpo estuviera en alerta.
—Blume… ¿estás bien? —pregunté, aunque sabía que no lo estaba.
La pregunta pareció tomarla por sorpresa. Se giró hacia mí con brusquedad, y la luz de la luna hizo que la marca en su rostro se volviera aún más visible, brillando apenas, como un fuego secreto grabado en su piel. Sus labios temblaron, pero no dijo nada.
La observé en silencio. Y lo que vi me partió en dos. Por un lado, estaba la tarea que me fue encomendada, la voz de mi padre aún resonando en mi memoria: “Encuéntrala. Vigílala. Destrúyela.”
Pero al tenerla frente a mí, con ese halo de fuerza quebrada y esa mirada que pedía auxilio aunque ella misma no lo aceptara, lo único que sentí fue una rabia profunda… contra mi destino, contra mi padre, contra todo lo que me obligaba a verla como enemiga.
—Esa marca… —dije en voz baja, sin poder evitarlo—. ¿Desde cuándo la tienes?
Ella retrocedió un paso, como si mi simple observación fuera una amenaza.
—No lo entiendes, Auren. Tú no entiendes nada.
La forma en que mi nombre salió de sus labios me atravesó como una daga.
Avancé un paso hacia ella, cuidando no ser brusco, pero sin dejarla huir.
—Entonces haz que lo entienda. No tienes que cargar con esto sola.
Blume bajó la mirada, apretando los puños. Su silencio fue más elocuente que cualquier palabra: estaba rota, confundida, asustada… pero también había algo más, algo que la hacía resistir incluso frente al dolor.