Herencia de Sombras

Capítulo 21.

El filo entre dos mundos.

Las heridas que no entiendes hoy
son las que mañana abrirán las puertas
que juraste nunca cruzar.
—Eire Umbrelle

Blume:

Escuchar todo lo que Auren decía era como si, de algún modo, pudiera confiar en él.
Pero una parte muy en el fondo de mí me gritaba que debía alejarme.

Creo que el mundo se lo tomó demasiado literal, porque después de unos minutos caminando, una fuerza invisible me lanzó por los aires. Aterricé con brutalidad contra un árbol. Todo pasó demasiado rápido.

Lo último que alcancé a ver fue a Auren envuelto en sombras, esas mismas sombras que parecían obedecer cada uno de sus movimientos.
Con un gesto, lanzó al tipo que me había atacado y luego giró hacia mí.

Caí al suelo. Dolorida. Confundida.
Nuestros ojos se encontraron por un segundo.

En el reflejo de sus pupilas vi mi propio miedo.
Pero en un parpadeo, esa mirada se transformó.

El miedo se desvaneció.
Solo quedó una fuerza extraña en mi interior.
Una mirada que no era del todo mía… era la de Sarelith.

¿O simplemente era yo… recordando otra vida?

Me levanté del suelo con una seguridad que jamás había sentido.
Cada paso hacia Auren era como si no me perteneciera.
Era yo y no era yo.

Auren no se movió. Permaneció allí, quieto, sus ojos fijos en mí.
Al estar frente a él, me di cuenta de lo alto que era. Fácilmente un metro noventa y cinco.
Dios… qué alto era ese hombre.

Sacudí ese pensamiento con rabia, porque de pronto una furia incontrolable me consumió.
Sin pensarlo, le solté un golpe directo a la cara.

Pero él no se movió. Ni siquiera retrocedió.

—Sarelith… —susurró con una voz ronca que me heló la sangre.

Yo aún era consciente de que seguía siendo Blume.
Era yo.

Pero mi cabeza… mi cabeza estaba uniendo piezas. Piezas de otra historia, otra vida, otra yo.

Y entonces, la oscuridad me envolvió.
Mis piernas cedieron, y el mundo se apagó mientras me desplomaba.

No era un sueño.
No era una visión.
Eran recuerdos.

Los recuerdos de Sarelith.

Mis párpados se cerraron.
Y cuando los volví a abrir… ya no era yo.

El aire era más frío.
El cielo teñido de un gris de ceniza, y el olor metálico de la sangre impregnaba todo a mi alrededor.

Llevaba puesta la misma armadura de cuero negro que había visto en mis sueños. Pesada, pero a la vez liviana como si fuera parte de mi piel.
Mi reflejo en una espada rota me devolvía una mirada diferente: el ojo izquierdo, oscuro, igual al de Blume… pero el derecho, dorado, ardía como un sol contenido en un iris.

Yo era Sarelith.

Las voces resonaban alrededor, en un idioma que entendía y al mismo tiempo no. Velanther.
Fragmentos se colaban en mi mente: juramentos, advertencias, condenas.

Caminaba entre los restos de una batalla, soldados caídos que alguna vez habían gritado mi nombre, no con amor… sino con miedo.
Mis manos temblaban, manchadas de ceniza y fuego.

—Sarelith Umbrelle… —escuché a alguien pronunciar, y la voz se quebró entre reverencia y odio.

Me giré.
Zareth.

Sus ojos grises, como plata fundida, me atravesaban con una mezcla de furia y algo que no quería reconocer.
Entre nosotros había fuego, había destrucción, había siglos de secretos… pero también algo más.

—Nunca podrás escapar de lo que eres —me dijo en Velanther, su voz arrastrando la eternidad de una condena.

Yo respondí, sin pensar, sin medir:

✧ “Nai velthar enarion, Sareth adra.”
(“No soy la condena que eligieron para mí. Soy la herida que nunca cerrará.”)

El eco de esas palabras hizo retumbar la tierra bajo mis pies.

El mundo a mi alrededor se fragmentó.
Las cenizas se elevaron en el aire como espejos rotos, mostrándome mi rostro y el de Blume fundiéndose en uno solo.

Corrí.
Corrí hacia el fuego, hacia las sombras, hacia Zareth.
No sabía si para enfrentarlo… o para alcanzarlo.

Y entonces todo se apagó.

Me levanté de mi cama a las 3:33, igual que siempre, pero yo ya me sentía distinta. Más real, más… yo.

En una esquina de mi habitación estaba Auren… o Zareth, no importaba ya el nombre. Allí estaba.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté con voz firme.

—Bueno… te desmayaste, así que te traje a tu casa.

—¿Cuánto tiempo has estado ahí parado? —fruncí el ceño.

Zareth, Auren… da igual, solo se encogió de hombros:

—Tres, cuatro horas… eso no importa.

—¿Recordaste algo? ¿O solo te desmayaste?

—Sí, sí recordé… pero eso no te importa.

Salió de entre las sombras y lo primero que vi fueron sus ojos grises, penetrantes como cuchillas.

—¿Me recordaste? —preguntó, más para sí mismo que para mí.

—Zareth… —susurré, sin pensar, y él asintió apenas, como si confirmara algo que yo ya sabía.

—Entonces sabes lo que tengo que hacer, ¿no?

—Destruirme… —murmuré.

Se acercó más a mí; nuestras respiraciones se cruzaban, y sentí un escalofrío recorrer mi columna.

—Quieres recordar aún más, ¿verdad? Quieres saber quién eres en realidad, no es así?

Lo miré a los ojos, pero no respondí. Sentí sus manos posarse en mi cabeza y, con un susurro, pronunciando palabras en Velanther:

✧ “Eryndar thal mirah, Sarelith… Abrih venos.”
(“Despierta tu memoria, Sarelith… abre tus venas del pasado.”)

Mis ojos se volvieron blancos.

Y de repente, ya no estaba en mi cama.
Mi habitación desapareció.

Estaba en un castillo, probablemente mi reino.
Cerré los ojos en el recuerdo y fui transportada a otro lugar.

El aire olía a sangre metálica. Mis manos estaban cubiertas de sangre que no era mía.
Gritos, gritos de personas aterradas, resonaban en las paredes del gran salón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.