Herencia de Sombras

Capítulo 23.

Entre el velo y la herida.

La despedida no siempre es el final.

A veces es el comienzo de una condena.

—Anónimo

Esas últimas palabras… “Recuérdame.” ¿A qué se refería?

Abrí los ojos lentamente. La oscuridad se disipaba poco a poco, y una luz blanca, casi cegadora, me envolvía entera. Parpadeé varias veces hasta acostumbrarme; mis sentidos estaban alterados, el aire olía a desinfectante y metal, y un zumbido suave provenía de alguna máquina cercana.

Me incorporé de golpe, el corazón latiendo rápido. Miré a mi alrededor sin reconocer absolutamente nada. Todo era demasiado blanco, demasiado limpio. Me giré y entonces lo vi: un sofá en la esquina, y en él… Zareth, dormido.

Fruncí el ceño. ¿Qué demonios hacía él aquí?
—¿Dónde estoy? —susurré.

Zareth se movió apenas, abriendo los ojos con esa calma suya.
—Ah, ya despertaste. —Se levantó del sofá con un movimiento lento y caminó hacia la puerta.

—¡Zareth! —mi voz sonó más fuerte de lo que esperaba.
Él se detuvo, giró el rostro hacia mí, sin una pizca de emoción.

—¿Dónde está mi madre? ¿Y Asher? ¿Dónde estoy yo? ¿Qué fue lo que pasó? —solté todo de golpe, el aire atrapado entre mis palabras.

—Oye, tranquila, una pregunta a la vez. —Suspiró, cruzando los brazos.

—Perdón… pero ¿vas a responderme o no? —insistí, impaciente.

—Bien. Tu madre está afuera, Asher en la escuela, estás en el hospital… —hizo una pausa, mirándome como si evaluara si debía decir algo más—. Y la otra pregunta… —sonrió apenas— ya no importa.

Y antes de que pudiera exigirle una explicación, se dio media vuelta y salió.

Mi madre entró justo después, con el rostro lleno de preocupación.
—¡Blume! —corrió hacia mí, tomándome las manos—. Cariño, ¿estás bien?

—Sí, mamá, estoy bien, tranquila —mentí, intentando sonreír.

Mara suspiró aliviada, pero sus ojos delataban algo más: miedo. Se sentó en el borde de la cama, acariciando mi cabello.
—Blume… te encontraron inconsciente en tu habitación. Dijeron que hubo una explosión, pero no había rastros de fuego, solo… —se detuvo, mordiéndose el labio.

—¿Solo qué, mamá? —pregunté con el corazón en la garganta.

Ella me miró fijamente, como si buscara una forma de decirlo sin asustarme.
—Sombras. —susurró finalmente—. Todo estaba cubierto de sombras.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
Mi pulso se aceleró, y sin pensarlo miré hacia la ventana… donde, por un instante, juro que vi una silueta gris observándome desde el reflejo.

Y sus labios se movieron, casi imperceptibles, formando una palabra muda que ya conocía demasiado bien:

“Recuérdame.”

Pasaron las horas y los doctores finalmente me dejaron ir. Dijeron que estaba perfectamente bien, que no tenía ni un solo rasguño, aunque mi cabeza seguía sintiéndose como un rompecabezas a medio armar.

Cuando llegamos a casa, la puerta apenas se abrió y un grito me golpeó de lleno.
—¡Blumeeee! —Aria corrió hacia mí y me envolvió en un abrazo tan fuerte que me costó respirar.
—¡Qué susto nos pegaste! —dijo con ese tono de preocupación que parecía su marca personal.

—Estoy bien, Aria, mírame, ¿ves? —di una vuelta sobre mí misma, intentando que sonara convincente.

Noah se levantó del sofá, con ese aire tranquilo pero con los ojos cargados de algo que no supe descifrar.
—Oye, Blume… necesitamos hablar.

Por un momento me acordé de nuestra última “discusión”, si es que podía llamarse así. No había sido una pelea, pero sí algo que se sintió como un adiós no dicho.
—No pasa nada, Noah. —le sonreí.

Él simplemente suspiró, me abrazó y todo pareció volver a la normalidad, aunque solo fuera una ilusión.

Nos sentamos en el sofá, o al menos eso iba a hacer, cuando la pregunta escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla:
—¿Y Zareth?

Ambos me miraron al mismo tiempo, con la misma confusión pintada en sus rostros.
—¿Zareth? —repitieron al unísono.

Me quedé helada.
Claro… ellos no conocían ese nombre. Solo sabían de Auren.
—Nadie —me apresuré a decir con una sonrisa torpe—. Tal vez todavía tengo la cabeza un poco golpeada.

—¿Nadie? —preguntó una voz desde lo alto de las escaleras.

El aire se detuvo.
Mis ojos se alzaron lentamente y lo vi.
Zareth bajaba con calma, sus pasos sonaban como si cada uno pesara toneladas.

Aria y Noah intercambiaron una mirada confusa.
—¿Auren? —preguntó Aria.
—El mismo. —respondió él, sin apartar la vista de mí.

Mi respiración se volvió irregular.
Cada fibra de mi cuerpo gritaba corre, pero mis piernas no respondían.
Noah se inclinó ligeramente hacia mí, bajando la voz.
—¿Zareth? —susurró con el ceño fruncido.

—Larga historia… —dije con una sonrisa forzada que no convenció a nadie.

Zareth se detuvo frente a nosotros, su presencia llenando el espacio como una sombra viva.
—Blume… —su voz sonó baja, profunda, casi temblando de algo que no quise identificar— tenemos que hablar.

Hizo una pausa, y sus ojos grises se posaron sobre Aria y Noah.
—A solas.

El silencio que siguió fue pesado, incómodo.
Aria me miró y luego a Zareth.
—Ni loca voy a dejarte sola con él. ¿También van a inventar la excusa de que tienen trabajo de biología juntos? —dijo, cruzándose de brazos.

Suspiré con cansancio.
—Está bien, Aria.

Ella suspiró también, rindiéndose.
—Bien, pero si no bajas en cinco minutos, voy por ti.

Le sonreí apenas.
—Claro.

Zareth dio media vuelta y subió las escaleras.
—Sígueme —ordenó con voz firme.

Aria y Noah se quedaron en el sofá mientras yo lo seguía. Cuando llegamos al segundo piso, él se detuvo, de espaldas a mí.
—No he sido completamente honesto contigo, Blume...




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