Herencia Maldita

PRIMERA PARTE: MALDICIÓN

Los meses pasaron y la relación entre Itzél y Tajú se transformó de una bella amistad a un noviazgo soñado.

Todos en la aldea estaban felices por los enamorados, a excepción de Meruel ya que ella por algún extraño motivo no confiaba en él.

Trataba por todos los medios de encontrar algo en su contra, pero por más que intentaba, no hallaba nada. Por su parte, Itzél sospechaba que a su hermana le atraía su prometido, y cada tanto la increpaba para insultarla.

Cierto día Itzél halló a Meruel espiando a su novio detrás de un árbol, Y sin dudarlo fue a empujarla.

—¡¿Por qué me tienes tanta envidia?!—le gritó—¡¿No me puedes ver feliz?! No es mi culpa que seas tan fea que los hombres no te miren.

—¡No es eso Itzél! yo quiero que seas feliz pero ese hombre no es para ti.

—¡Y tu que sabes! Él me ama.

—No confío en él. Su aura es muy oscura.

—¡¿Y eso qué?!

—No quiero que te lastime. Eres mi hermana, te amo más que a mi propia vida. Ese tipo no es bueno para tí.

La princesa le dio un fuerte golpe en la cara a su hermana mayor.

—¡Es mentira! Solo lo dices por envidiosa.

—Itzél. Soy tu hermana. Yo sé cuál es mi destino, pero pase lo que pase siempre estaré para protegerte; no voy a permitir que nadie te haga daño.

—Lo único que veo es una una mujer sola, llena de resentimiento porque su hermana menor fue favorecida por los dioses quienes le otorgaron la belleza de su madre. Eres un ser maligno que no para de atormentar a todos los que la rodean. Ojalá desaparezcas de esta tierra.

—¿Por qué no lo entiendes? ¿Por qué no eres capaz de ver la realidad? Solo quiero protegerte.

—¿Meterte con mi prometido es protegerme?

—¡No!

La menor saltó sobre ella y comenzó a golpearla una y otra vez.

El escándalo llegó a oídos de Tajú quien intentó separarlas sin resultados. Los aldeanos se aproximaron preocupados.

—¡Auxilio! ¡Intentó seducir a mi prometido! ¡Es una mujer maligna!—exclamó Itzél señalando a una joven confundida.

—¡Eso es mentira!

—¡Yo te vi preparando las ofrendas para un espíritu maligno!—continuó diciendo—.La marca en su frente es una prueba de su pacto.

—Ya basta, Itzél. Mi marca es sólo una marca de nacimiento; no hice ningún pacto.

De entre las sombras emergió la figura de Pari. Se lo veía alterado y furioso. Algunos presentes le informaron lo que estaba sucediendo. Sin miramientos le dio un golpe a cada una de sus hijas.

—Me avergüenzan—les dijo enojado—. Avergüenzan a nuestra casta.

—Fue ella papá. Se la pasa todo el día detrás de mi prometido. Es una envidiosa—dijo Itzél.

—Eso no es verdad, papá. Le dije que ese tipo no vale la pena—replicó Meruel—.Sólo busco protegerla.

En ese momento Pari tomo a su primogénita por los pelos y comenzó a insultarla de las formas más horribles. Luego sacó un cuchillo de entre sus ropas, y le cortó el cabello en señal de humillación.

—¡Los dioses son testigos de este día! Yo, Pari, sumo sacerdote y cacique de esta tribu, expulso de esta tierra a esta mujer. Y aquel que intente ayudarla correrá su misma suerte.

Todo el lugar quedó en completo silencio.

—¡Lárgate de aquí antes de que mate!

La joven salió corriendo espantada, y llorando a más no poder.

El resto regresó a sus labores.

Después de estar huyendo por un buen rato, Meruel se detuvo a llorar a todo pulmón.

Se sentía sola, humillada, aterrada pero por sobre todas las cosas demasiado triste. ¿Por qué nadie le creía? ¿Por qué nadie se daba cuenta que Tajú emanaba un aura malévola? Sólo quería proteger a su amada hermana menor.

Poco a poco se puso de pie, y caminó hacia un barranco.

—Mi destino acaba aquí—susurró mientras lloraba.

En el momento que estaba por saltar, un jaguar la tacleó lejos del borde.

—¿Por qué ibas a saltar?—la cuestionó el animal.

Automáticamente Meruel se cubrió el rostro.

—Mi padre me cortó el cabello y me expulsó de la aldea. Todo por querer proteger a mi hermana de ese hombre.

El dios Ranquel regresó a su forma humana. Se trataba de un hombre relativamente joven, de tez morena, largo cabello negro, y ojos color chocolate. Tenia marcas al rededor de su cuerpo en un tono azulino, y un collar alrededor de su cuello. Su única vestimenta era su taparrabos.

—Lo sé. Lo ví todo desde aquí—respondió el dios acercándose a ella a paso lento.

—Sabía que era un dios. Usted es Ranquel, el dios de la belleza y la justicia.

—Lo soy. Ahora levántate y mírame.

La joven obedeció todavía temerosa. Sus ojos violetas se encontraron con los ojos oscuros del dios. Tenían un brillo especial.

—Lamento que tenga que mirarme. No soy digna de su presencia. La belleza...

—Cada quien es bello a su manera—le dijo con ternura—.Noté que te avergüenzas de tu marca de nacimiento; eso es lo que te hace única.

—Gracias—respondió a la vez que bajaba su mirada—.Pero, ¿por qué me detuvo?

—Ví todo lo que hiciste por tu familia y por tu gente. Quería saber si te gustaría ser mi sacerdotisa. Necesito a alguien a mi lado como tú.

—No merezco su compasión.

Ranquel levantó su mano muy lentamente. La muchacha se tensó y cerró sus ojos esperando un golpe que nunca llegó; en cambio sintió la caricia en su mejilla haciendo que vuelva a abrirlos sorprendida.

El dios le sonreía mientras continuaba acariciándola con suavidad.

—Tu esencia fue lo que me cautivó. Eres noble, valiente y sincera. Tu alma es pura y bella; es por eso que me complacería que te fueras conmigo y aceptes ser mi compañera.

—Acepto, mi señor. Iré con usted.

Por primera vez Meruel sintió palabras cálidas de amor. Por primera vez una mano la tocaba sin intención de lastimarla. Por primera vez se sentía segura cuando alguien se le acercaba.

¿Era el inicio de una nueva vida? ¿Por fin iba a poder ser feliz? Aunque sea junto a una deidad.

Ranquel tomó la mano de la joven, y desaparecieron del lugar gracias a la habilidad del dios.




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