La Despedida
31 de Octubre 1981
Era una noche oscura en 1981, y las sombras parecían alargarse más de lo habitual en la pequeña casa oculta en los bosques de Inglaterra. Lilith, una niña de apenas tres años, jugaba con su muñeca favorita en el suelo mientras su madre, una bruja de mirada nerviosa y gestos inquietos, observaba la ventana con la esperanza de que esa noche terminara pronto. Los rumores sobre el Señor Tenebroso eran cada vez más inquietantes. Ella sabía, mejor que nadie, lo que estaba por suceder.
Tom Riddle, conocido por el mundo como Lord Voldemort, estaba en la otra habitación. Su presencia llenaba la casa de una oscuridad tangible, y aunque Lilith no lo entendía en ese momento, sentía esa extraña conexión con él. Cuando él estaba cerca, su corazón latía de manera diferente, como si algo más grande que ella la envolviera. A pesar de ser solo una niña, algo en su interior la hacía temerle, pero también buscar su atención.
De repente, la puerta se abrió lentamente, y él apareció, imponente, con su capa negra ondeando en el aire como una sombra que se deslizaba. Sus ojos, fríos como el hielo, recorrieron la habitación antes de posarse en Lilith. Con un gesto lento y calculado, se arrodilló frente a ella, sus largos dedos rozando la mejilla de la niña.
–Lilith- pronunció su nombre con una suavidad inesperada. La voz de Voldemort rara vez era calmada, pero en ese momento, algo parecía diferente.
Lilith lo miró, sus ojos grandes y curiosos, pero sin comprender la magnitud de lo que estaba por suceder. Para ella, él no era más que su padre, una figura imponente que venía y se iba en sus recuerdos. Pero en esa noche, había algo en su tono, algo que incluso a su corta edad podía sentir que era definitivo.
–Esta noche voy a cambiar el curso de la historia-dijo Voldemort, sin apartar su mirada de la niña.
–Haré lo que nadie ha logrado. Y cuando regrese, el mundo será nuestro-
Lilith no entendía. Con tres años, las palabras carecían de peso, pero el tono, ese tono oscuro y decidido, hizo que dejara su muñeca y lo mirara con más atención.
Voldemort se inclinó más cerca, sus ojos rojos intensificándose a la luz tenue. –Eres especial, Lilith. Tienes mi sangre, mi poder. Un día lo comprenderás. Todo lo que soy, lo que he construido, es también tuyo.-
La niña parpadeó, confusa. Para ella, eran solo palabras, pero algo en su interior resonó con la mención de su poder.
–Volveré por ti- susurró Voldemort, mientras su mano se apartaba lentamente de la mejilla de la niña. –Cuando todo esto termine, serás mi legado. Mi heredera.-
Lilith asintió, aún sin comprender el significado detrás de sus palabras. La promesa de su padre no tenía un peso real en su joven mente, pero esa mirada, esa conexión, quedó grabada en su memoria, incluso cuando no podía recordarlo del todo.
Su madre apareció en el umbral de la puerta, con los ojos vidriosos y el rostro pálido. Ella sabía lo que Voldemort estaba a punto de hacer. Sabía que su partida aquella noche podría ser la última. Pero no dijo nada. Solo observó cómo él se levantaba con gracia y se dirigía a la puerta sin mirar atrás.
Con una última mirada hacia Lilith, Voldemort desapareció en la oscuridad, su capa negra fundiéndose con la noche. Afuera, la tormenta comenzaba a arreciar, como si el mismo cielo supiera lo que estaba a punto de suceder.
Horas después, el mundo cambiaría. Voldemort habría desaparecido, su cuerpo desintegrado tras su intento fallido de matar a un niño. Pero para Lilith, la memoria de esa noche nunca se borraría del todo. Las últimas palabras de su padre, la promesa de que volvería por ella, seguirían latentes en lo más profundo de su ser, esperando el día en que el legado de Voldemort volviera a reclamar su lugar en el mundo.