La Llegada a Hogwarts
Lilith guardaba silencio mientras Marianne terminaba de ajustar el cuello de su túnica. A pesar de la tensión entre ellas, ambas sabían que este día llegaría. Desde que Lilith descubrió la verdad sobre su linaje, Hogwarts parecía el único lugar que podía ofrecerle las respuestas que necesitaba. Aquella institución que, en otro tiempo, había formado a su padre, ahora la recibiría a ella.
Marianne le entregó una maleta pequeña y cuidadosamente embalada. Aunque Lilith ya era mayor de edad en el mundo mágico, su madre adoptiva parecía reacia a dejarla ir. Sus ojos reflejaban una mezcla de orgullo y preocupación.
—Recuerda, Lilith, que Hogwarts es un lugar seguro —le dijo Marianne, intentando mantener la calma en su voz—. Allí estarás rodeada de gente buena, personas que pueden ayudarte. Confía en tus profesores.
Lilith asintió, pero evitó mirarla a los ojos. Sabía que su viaje a Hogwarts no solo se trataba de educación. Había algo en su interior, un impulso incontrolable, que la atraía hacia el castillo. Y aunque le preocupaba lo que pudiera encontrar allí, su deseo de descubrir quién era realmente la empujaba a seguir adelante.
Poco después, en el andén nueve y tres cuartos, Lilith tomó aire y cruzó la barrera mágica que daba acceso al tren que la llevaría a Hogwarts. Apenas puso un pie en el andén, los murmullos a su alrededor se desvanecieron; aunque el lugar estaba abarrotado de estudiantes, para ella solo existía el rugido de sus propios pensamientos y los ecos persistentes del susurro que llevaba días oyendo: Lilith...
Tomó asiento en un compartimento vacío y se sumergió en el paisaje que desfilaba por la ventana mientras el tren comenzaba su trayecto. Las colinas y bosques, sumidos en la bruma, parecían tener un misterio latente, casi como el suyo. Intentó concentrarse en los sonidos familiares del tren, en el traqueteo de las ruedas, pero la voz seguía ahí, apenas audible, como una melodía oscura y atractiva. Cerró los ojos e intentó despejar su mente, recordando las palabras de Marianne: "Solo tú puedes decidir quién eres." Pero, ¿era realmente así? ¿Podía ella decidir su propio destino, o el poder oscuro que había heredado ya lo había hecho por ella?
A mitad del trayecto, el compartimento se abrió, y una joven de cabello rubio entró, mirándola con curiosidad. Era una chica de aspecto dulce, con la túnica de Gryffindor impecable y una sonrisa nerviosa.
—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó con voz amistosa.
Lilith hizo un gesto de asentimiento. La joven se presentó como Emily Fairchild, una Gryffindor de séptimo año, igual que ella. Aunque era su último curso en Hogwarts, Lilith se sintió como una completa extraña. No había compartido esos años de clases, amistades ni rivalidades con ellos. Se sintió, en cierto modo, aislada.
Emily comenzó a hablar animadamente sobre el año escolar, la última competencia de Quidditch y el rumor de que Hagrid, el guardabosques, tenía una nueva criatura en el bosque prohibido. Lilith asintió, con una sonrisa cortés, sin revelar que la mayoría de aquellas historias eran desconocidas para ella.
Pero entonces, Emily la observó detenidamente, como si notara algo extraño.
—Perdona si soy indiscreta, pero... tienes unos ojos muy intensos. No había visto nada igual en Hogwarts. ¿Eres nueva?
—Sí —respondió Lilith con voz suave, sin querer profundizar demasiado—. Solo estaré este último año.
Emily pareció intrigada, pero no insistió. Sin embargo, la mención de sus ojos hizo que Lilith volviera a pensar en quién era realmente. Era inevitable. No importaba cuánto intentara evitarlo, la sangre que corría por sus venas siempre encontraría una manera de hacerse notar.
El viaje continuó en silencio después de eso, y al caer la noche, Hogwarts apareció en el horizonte, iluminado por la luna y envuelto en una atmósfera de majestuosa antigüedad. Lilith sintió un escalofrío. En los sueños de su infancia, había imaginado ese lugar innumerables veces, pero ahora que estaba frente a él, un sentimiento de temor se enroscaba en su pecho.
Al llegar al castillo, los estudiantes bajaron del tren y abordaron los carruajes encantados que los llevarían hasta la entrada principal. Lilith compartió el suyo con Emily y un par de alumnos más que no conocía, pero que parecían curiosos sobre su presencia. Los susurros no cesaban. Se sentía como si el propio castillo la llamara, atrayéndola hacia sus oscuros secretos.
Finalmente, Lilith atravesó las puertas de Hogwarts y se encontró de pie en el Gran Comedor, donde el murmullo de cientos de voces y el brillo de las velas flotantes llenaban el aire. Su llegada no pasó desapercibida, y algunos estudiantes la miraron con curiosidad y hasta cierta desconfianza. No era común que alguien nuevo apareciera en el último año. Mientras el Sombrero Seleccionador decidía en qué casa la colocaría, la tensión creció en el ambiente.
—Slytherin —anunció el Sombrero con voz grave, tras un momento de deliberación. Aquella palabra resonó en el Gran Comedor, y un escalofrío recorrió a Lilith. La casa de su padre. Era como si una parte de él la estuviera reclamando.
Los estudiantes de Slytherin la recibieron con una mezcla de entusiasmo y curiosidad, aunque algunos, más observadores, parecían intuir algo en ella. Lilith sintió la fuerza de sus miradas, la atención que atraía, y supo que el tiempo en que había podido esconderse de su destino había terminado.
Durante la cena, Lilith no probó bocado. Estaba demasiado absorta en sus propios pensamientos y en la intensidad de la atmósfera de Hogwarts. Finalmente, al terminar el banquete, se dirigió a la sala común de Slytherin, que se encontraba en las profundidades del castillo, bajo el lago. La habitación era sombría y elegante, con paredes de piedra oscura y muebles antiguos. Mientras se acomodaba en uno de los sillones, notó que estaba sola en la sala común, escuchando el leve murmullo de las aguas que fluían sobre el techo.