Herencia sombría

Capitulo 2: El aprendiz roto (primera parte)

1 Ecos del pasado

El frío de la madrugada envolvía el Templo Jedi de Tiom, enclavado entre riscos cubiertos de niebla. Aizen, ahora de quince años, se mantenía en postura de meditación en uno de los patios altos, rodeado por estatuas erosionadas por el viento y el tiempo. La tela negra de su túnica, distinta al marrón tradicional, lo aislaba como una sombra entre los reflejos del amanecer.

Tenía los ojos cerrados, pero en su mente hervía una tempestad. Voces susurraban desde algún rincón oculto de la Fuerza. Eran ecos que no sabía si provenían de su interior o de algo más profundo. Voces entrecortadas, lenguajes olvidados, una risa lejana que parecía surgir del borde mismo de la conciencia. Apretó con fuerza el cristal rojo que colgaba de su cuello, sintiendo cómo vibraba levemente con su tensión, como si el cristal respondiera al caos que bullía en su interior.

Respira, dijo la voz serena de Kael detrás de él, Si luchas contra el mar, te ahogarás. Fluye con él.

Aizen abrió los ojos. Uno azul, uno ámbar. Ambos reflejando la confusión que sentía. Giró lentamente la cabeza hacia su maestro, buscando respuestas que él mismo temía escuchar.

¿Y si el mar que habita en mí no tiene fondo?

Kael no respondió de inmediato. Caminó lentamente hacia él, su silueta envuelta en la capa gris oscuro de los Centinelas Jedi. El viento agitaba levemente su atuendo, y su presencia era tan firme como la roca que sostenía el templo.

Entonces aprenderás a nadar donde otros se hunden, dijo finalmente, con una mirada firme. Pero no lo harás solo.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue denso, como un velo que se retira poco a poco. Aizen asintió, más para sí mismo que para Kael, y se levantó. Juntos, ambos descendieron por el pasillo de piedra hacia las cámaras interiores. El Templo de Tiom no era grande, pero sus pasillos antiguos guardaban una paz casi olvidada.

Los muros estaban cubiertos de inscripciones que hablaban de los primeros Centinelas, de Jedi que no se inclinaban ni por la doctrina del combate ni por la contemplación, sino por el equilibrio. Kael había elegido este lugar por su aislamiento: alejado del bullicio de Coruscant, lejos de los juicios rápidos del Consejo. Aquí, los ecos de la Fuerza eran distintos. Más crudos. Más antiguos. Aizen a veces los sentía como raíces bajo sus pies, como si la misma piedra contuviera memorias imposibles de entender.

Sin embargo, el Consejo los vigilaba. Y Aizen lo sabía.

Al llegar a una cámara circular, Kael activó una de las hololámparas montadas en la pared. La luz tenue reveló una serie de símbolos grabados en el suelo, parte de un antiguo sistema de entrenamiento mental. Aizen se sentó en el centro, aún tenso, mientras su maestro se mantenía en pie, observándolo.

Esta mañana despertaste con los susurros otra vez dijo Kael, más afirmando que preguntando.

Aizen bajó la mirada. Más fuertes. Casi no podía distinguir si eran reales.

Kael asintió, sin mostrar sorpresa. Lo serán más aún. No es la primera vez que un cristal Kyber con pasado oscuro genera vínculos más profundos. Pero recuerda: el cristal refleja, no impone. Lo que escuchas, Aizen, nace de ti tanto como de él.

Aizen tragó saliva. El peso del colgante sobre su pecho se sentía ahora más frío, más denso. Pero también... más vivo. Como si compartiera sus dudas. Como si, de algún modo, esperara una decisión que aún no había sido tomada.

Kael se agachó, colocando una mano sobre el hombro de su aprendiz.

No estás roto, Aizen. Estás en proceso de decisión. Como una hoja en medio de un vendaval. Aún no ha caído.

¿Y si cae del lado equivocado?

El maestro sonrió.

Entonces será mi trabajo asegurarte de que aprendas a volar antes de que toque el suelo.

Ambos se quedaron en silencio, envueltos por la calma ancestral del templo. Afuera, la niebla comenzaba a disolverse lentamente, dejando entrever el horizonte montañoso. Una nueva jornada comenzaba, cargada de preguntas sin respuestas.

Pero también de pasos firmes en la dirección de la verdad.

2 La sombra en el reflejo

La sala de entrenamiento estaba sumida en penumbra, iluminada solo por tenues haces de luz que se colaban por las ranuras del techo de piedra. Kael se movía con precisión, empuñando un bastón de entrenamiento de madera pulida. Aizen lo enfrentaba con una réplica más ligera en mano, los pies descalzos firmemente plantados sobre el suelo de piedra fría.

El ritmo del combate era casi una danza. Cada golpe de Kael era una lección. Cada bloqueo de Aizen, una decisión. Pero con cada cruce de armas, el temple del aprendiz comenzaba a desmoronarse. Su respiración se aceleraba. Su mirada se volvía más fiera, más rápida... más impulsiva. No era rabia pura, sino una ansiedad latente que empujaba desde dentro. Como si necesitara demostrar algo. Como si luchara contra un enemigo invisible que habitaba bajo su piel.

Kael notó el cambio. Dio un giro rápido y desarmó a Aizen con un golpe seco. El bastón del aprendiz voló por el aire, chocando contra una de las columnas. El eco del impacto retumbó en la sala vacía como una campana de advertencia.

Aizen se quedó un instante inmóvil, la respiración agitada. El colgante en su pecho —el pequeño cristal rojo encadenado en hilo oscuro— oscilaba con violencia, golpeando suavemente su esternón como si quisiera hablar.

Otra vez , exigió, incorporándose con rapidez, la frustración en sus ojos encendida.

No!, respondió Kael con severidad. No con esa rabia. Estás dejando que el fuego te guíe.

Aizen bajó la mirada solo un segundo, pero sus músculos seguían tensos, como si cada fibra de su cuerpo se negara a rendirse.

¿Y qué si ese fuego es lo único que responde cuando lo necesito?, su voz temblaba entre desafío y miedo.

Kael se quedó en silencio unos segundos, evaluándolo. El silencio no era una pausa vacía, sino una decisión meditada. Luego dio un paso atrás, bajando el bastón.



#109 en Ciencia ficción

En el texto hay: starwars, jedi, sith

Editado: 23.05.2025

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