Pasadas las ocho de la noche, salí del departamento y me puse la capucha de la sudadera gris que había elegido ponerme. Mientras caminaba por la acera, sentí algunas miradas de los vecinos desde sus ventanas.
Sabía que me odiaban y lo hacían aún más ahora que estaba de vuelta pero simplemente los ignoré, como siempre lo había hecho.
Al llegar al gimnasio, me percaté que había muchas personas. Reconocí varios rostros al instante en que entré por la puerta. La mayoría eran hombres que parecían haber tomado demasiado esteroides. Me gustaría darles una paliza a cada uno de ellos, solo para dejarles claro que los músculos se ganaban con esfuerzo y no con pastillas o inyecciones para cobardes.
En el ring, estaban luchando un par de idiotas que lo único que hacían era cubrirse de los insignificantes golpes que el otro enviaba. Sacudí la cabeza, pensando en lo mucho que les faltaba aprender. Los abucheos y groserías del el público a mí alrededor era comprensible. Había venido a este lugar a ver por lo menos algo de acción en la lona, pero parecía que estaba en un concurso de cuál puberto era el más imbécil.
Muy decepcionante.
Asintiendo en modo de saludo a unas cuantas personas que conocía, me desplacé a una de las mesas cerca del ring. Me interesaba observar las peleas con detenimiento y disfrutar del espectáculo.
Pero por ahora parecía no valer la pena.
―Pensé que no llegarías, Dom. —Derek apareció en mi campo de mi visión, sentándose frente a mí.
—Por favor dime que no apostaste por esos idiotas. —Abrí la botella de whisky que había ordenado y me serví el contenido en un vaso con hielos.
Resopló, negando la cabeza.
—Claro que no. Sería una pérdida de dinero.
―No entiendo por qué Ernest permite que haya luchas tan mierdas como ésta.
Se encogió de hombros y encendió un cigarrillo.
―Es una total vergüenza.
―Exacto —concluí antes de echar la cabeza hacia atrás y tomar un trago de whisky.
La campana sonó dando por terminada la miserable pelea y ambos sujetos bajaron del ring sin ningún rasguño notable. Los demás, incluso Derek, gritaron y chiflaron con disgusto. Definitivamente su actuación fue la peor de la noche.
—Miren a quién tenemos aquí. —El tono arrogante de la voz que escuché detrás de mí, inmediatamente me puso de mal humor—. Nada más ni nada menos que el chico fugitivo: Dominic Armstrong.
Respiré hondo y la mandíbula me comenzó a doler cuando la apreté. Lentamente, miré sobre mi hombro. Lo primero que vi fue una mata de mechones rubios y luego encontré la sonrisa ladeada de Josh
Lancaster. La segunda persona que estaba en mi lista de odio. Lo había conocido cuando tenía dieciocho y desde entonces, teníamos una rivalidad el uno con el otro.
La primera vez que peleamos en el ring me hizo trizas. Terminé en el hospital por una semana, aproximadamente. Aún así, no dejé que me intimidara y a su vez, él no dejaba de fastidiarme. Pero el odio que le tenía no era sólo porque era una persona prepotente y egocéntrica, sino porque fue la razón por la que fui expulsado de la universidad. Peleábamos constantemente; ya fuera en clases
o durante la hora de descanso. Siempre me provocaba por cualquier pretexto para lograr su propósito.
La última confrontación que tuvimos en la cafetería fue impresionante según desde la perspectiva de mis compañeros. La policía tuvo que hacer su aparición para remediar la violencia situación. Los dos fuimos llevados con el director para confirmar mi expulsión. Josh no se vio afectado, ni siquiera cuando estuvimos en la comisaría. Su padre era un abogado corrupto y prestigiado que estaba podrido en dinero. Y gracias a eso consiguió librarse de las consecuencias que yo tuve que afrontar.
Volver a verlo de nuevo era como una torrente de ira seguido de una patada en las bolas. Mi paciencia no era estable y podría explotar en cualquier momento con él aquí.
Le di una mirada rápida sin expresar ninguna emoción y regresé mi atención al frente, donde el siguiente dúo subió al ring.
—Te estoy hablando, idiota. —Seguí ignorando a Josh, tomando otro trago de whisky. La quemazón en la garganta era mejor que oír su maldita voz.
Sin embargo, no pude ignorar cuando Derek se puso de pie.
―Lárgate de aquí, Josh.
―Qué ternura. ―Lo escuché reír secamente―. ¿Acaso eres su niñera protectora, Derek?
El aire que respiré se hizo más tenso y pesado. Intenté mantenerme calmado y no decir o hacer nada, pero no necesitaba a nadie que me cubriera la espalda. Nunca esperaba que alguien me ayudara.
Echando la silla hacia atrás, me levanté y me giré hacia a él.
—¿Cuál es tu puto problema? —Mi voz áspera fue amortiguada por la campana del ring que dio inicio a la pelea a unos metros de nosotros.
Sonrió y apreté las manos en puños. Quería triturar su sonrisa a
golpes.
—No te hagas el rudo conmigo, DomNadie. —Se cruzó de brazos—. El problema aquí eres tú. Debiste quedarte en el lugar en donde estabas; viviendo de la soledad y el abandono que es lo que mereces.
Solté un gruñido justo antes de querer abalanzarme a él. Quería destrozarlo poco a poco y arrancarle la piel, pero cuando estuve por empujarlo, Derek me detuvo por los hombros.
―Te meterás en líos, Dominic.
Traté de ser razonable, meditando por un segundo sus palabras. Y maldita sea, tenía razón. Otra agresión en su contra y estaría en prisión por un buen tiempo, tiempo que podría servirme para encontrar a mi padre.
Editado: 03.11.2020