Heridas Ocultas

Capítulo 3

—Tienes diez minutos, Dominic. —Escuché la voz de Ernest antes de que cerrara la puerta.

 

Estaba en uno de los almacenes vacíos del gimnasio. Estaba integrado con herramientas de entrenamiento y de ejercicios de calentamiento. Comencé a respirar con pesadez cuando volví a golpear el saco que colgaba del techo. Había estado golpeándolo sin parar.

 

Me detuve por un instante, tomándome el tiempo de llenar los pulmones de aire. Una vez que recuperé el aliento, retomé mis movimientos. Luego de unos minutos, me detuve y sequé el sudor que me empapaba el cuello y los hombros.

 

Tiré la toalla y cogí la botella de agua. Le di un trago profundo y disfruté de la frescura que sentía en la garganta. Dejé la botella en la banca y me quité la camiseta. La aventé a la banca de madera y me dirigí al lavabo que estaba empotrado cerca de los casilleros.

 

Me refresqué el rostro con agua fría y después de cerrar el grifo, me miré al espejo. Estaba un poco agrietado y descuidado pero podía ver mi reflejo. Un par de ojos grises me devolvieron la mirada y los cerré bruscamente, sosteniendo los costados del lavabo con fuerza. Odiaba haber heredado el mismo color de ojos de mi padre. Prácticamente era como si una parte de él estuviera siempre conmigo, acechándome, recordándome el daño que nos había hecho.

 

La puerta crujió detrás de mí al abrirse y miré a esa dirección.

 

—Es hora, Dom —dijo Derek, inclinando la cabeza hacia afuera.

 

Asentí y dando una última mirada a mi reflejo, lo seguí.

 

La cantidad de personas que estaban en el gimnasio parecieron duplicarse. Mis hombros chocaban contra otros mientras caminaba. En cada una

 

de las miradas, había una mezcla de desprecio e indiferencia. También pude notar la presencia de chicas. Fue fácil notarlo al ver la manera provocativa en que estaban vestidas. Se podría decir que tuve el descaro de observar a alguna de ellas sabiendo que les gustaba ser la atención de los demás.

 

El chico que era el responsable vigilar las peleas, hizo las anunciaciones y la cantidad de dinero que estaba en juego. Por un momento pensé que había escuchado mal cuando mencionó que la ganancia era de cinco mil dólares. Vaya, no sabía que mi regreso subiría un poco más las apuestas.

 

De cualquier manera, la remuneración era tentadora. Podría pagar las deudas pendientes que tenía con respecto al mantenimiento del departamento y el deposito de la renta. Y si era posible, podría comprar un auto presentable.

 

Derek me lanzó los guantes negros y subí al ring. Me cubrí las manos y relajé los músculos del cuello, moviendo la cabeza de un lado a otro. Hice girar mis hombros sobre su eje y mientras mi contrincante se preparaba, inspeccioné alrededor del gimnasio. Había focos en distintas partes del lugar que permitieron dar un visión más específica.

 

Recorrí con la mirada las mesas que estaban ocupadas hasta que mis ojos se posaron en la chica que había visto hace un rato. Maldije mentalmente y aparté la vista, enfocándome en mi rival que se mantuvo neutro y serio. Luego de aclarar las reglas y las infracciones que sucederían en caso de no obedecer, la campana sonó.

 

Mi entorno desapareció y me olvidé de los gritos irreconocibles de los espectadores. Durante los próximos minutos, mantuve el ritmo tranquilo y con unos cuantos golpes casi indefensos. Fui tomando confianza en el ring y me acerqué al enemigo. Con un ruido que pareció como un crujido proveniente de sus costillas, propiné el primer golpe en el estómago. Se quejó, doblando su

 

cuerpo y rápidamente lancé el puño a lo largo de su mejilla.

 

El tercer puñetazo lo esquivó y me sofoqué cuando me golpeó el abdomen. Me incorporé y continué agrediéndolo. Recibí varios ataques de su parte. En ocasiones los evadía, pero en otras me tomaban desprevenido.

 

Justo como ahora, me tambaleé hacia atrás al sentir el dolor en la nariz. La

 

sangre surgió de las fosas nasales y respiré con dificultad. Al cabo de unos momentos, mi mente transformó a mi ponente en mi padre. Gruñí y me

 

abalancé a él, enviando potentes golpes en su rostro. No podía describir lo que sentía al recordar su mirada fría, la sonrisa triunfadora que tenía plasmada al darse cuenta que yo no era hábil cuando intentaba enfrentarlo.

 

Mi consciencia abrió los recuerdos, llevándome consigo al pasado.

 

****

 

—No sirves para nada, Jocelyn. —Los puños de Irwin resonaron en la mesa, haciendo tintinear los cubiertos—. ¡Ni siquiera puedes hacer una cena decente!

 

Miré a mi madre mientras me preguntaba qué diablos tenía de malo la cena. No era de esas que lograban satisfacer tu apetito, pero estaba feliz por tener algo de comer cuando sabía que había días en que me iba a dormir sin tener nada en el estómago.

 

El dinero que ella y yo juntábamos no cubrían los gastos de la vivienda y menos aún cuando mi padre le quitaba la mayor parte del dinero para comprar su asquerosa adicción. Le había dicho a mi madre que no me importaría dejar la universidad para trabajar a tiempo completo. El dinero siempre hacía falta en casa y era mucha responsabilidad para ella.

 

Sin embargo, decía que debía seguir asistiendo a clases hasta que consiguiera una carrera honrada.

 

La observé acercarse a un lado de mi padre. Sus manos temblorosas se aproximaron al plato intacto con la finalidad de retirarlo de la mesa. La reacción de él fue arrojarlo al suelo. El estruendo de la cerámica me estremeció, y antes de que pudiera parpadear, le dio una bofetada.

 

Mi madre cayó a lado de los pedazos del plato y la ira me invadió. Empezó a sollozar y me levanté de la silla para inclinarme hacia a ella.



#3640 en Novela romántica
#1314 en Otros
#230 en Acción

En el texto hay: romance, accion, amor

Editado: 03.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.